18) Sweet Melody

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El día había empezado en la casa de los Gracia, a pesar de que el sol apenas salía

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El día había empezado en la casa de los Gracia, a pesar de que el sol apenas salía. Genoveva terminaba de pintar unas figuras acrílicas, Damián hacía el desayuno y Cayetano se preparaba para ir a la escuela.

El más joven hurgó en su uniforme sucio para encontrar la cartera, pero junto a ella salió el collar que Emilia le había devuelto la tarde anterior y todos los fantasmas mentales regresaron como si hubiera abierto la caja de Pandora. La ansiedad se instaló tras un cosquilleo en el estómago, luego se convirtió en un hueco y ya no pudo encontrar la forma de quitarse aquella horrible sensación de estar incompleto.

Intentando ignorar el malestar que le inundaba, terminó de vestirse y salió a la cocina. La poca calma lo abandonó al ver a su cuñada preparándose café, pues recordó lo mal que se había portado. Decidido a mejorar su karma se acercó:

—Buenos días, Genoveva —saludó en voz baja.

—¡Buenos días, mi príncipe pechocho! —Extendió los brazos e intentó pellizcar las mejillas del muchacho, a la par hacia sonidos como si tratara con un bebé.

—¡Ah, déjame! —ordenó dando la vuelta para que lo soltara, pero no funcionó. Esas muestras de cariño repentinas le recordaban a su mamá y aunque hacia que no, le gustaban mucho.

—¿Quieres café? ¿Jugo? ¿Qué te cosa los zapatos a los pies para que dejes de andar en calcetines por la casa? Chingado contigo.

—Ah, déjame, otra vez... quiero café... y pedirte una disculpa porque ayer estaba de malas y no cené contigo. —Genoveva levantó el labio inferior, luego sonrió llena de felicidad estirando los brazos para atrapar a Cayetano entre ellos.

—Ay, mi bebé chulo, precioso, bonito, bello. —El muchacho soltó una carcajada, inmóvil entre los elogios de su cuñada y respirando el perfume cítrico que usaba desde que la conoció, cuando él apenas tenía cuatro años.

—Bueno, ya, vamos a desayunar, quítate o grito —amenazó moviéndose hacia los lados, no sabía cómo responder a las muestras de cariño a pesar de que Beba siempre lo trató como un pequeño.

Tras una breve carcajada, ambos calentaron la pizza que sobró de la noche anterior mientras platicaban sobre el nuevo proyecto de Genoveva con los accesorios acrílicos, charla a la que se unió Damián apenas salió de la habitación. La mañana inició bien, así que Cayetano se mantuvo sereno, pensando que sus problemas habían terminado y que después de la tormenta era hora de la calma. Pero apenas llegó a la escuela sus buenas vibras se esfumaron.

El timbre estaba a punto de sonar, Tano entró con prisas y fuera del salón ya estaba Emilia, hablaba con Orlando; ambos se reían mientras intentaban tocarse la nariz mutuamente. No entendió la escena, pero le causó cierto recelo pasar junto a ellos y con razón, ambos lo miraron de forma despectiva y en silencio total hasta que lo perdieron de vista. Él solo miraba el piso, no quiso cruzar sus ojos con nadie, solo quería llegar a su lugar y saludar a sus amigos, pero se encontró con un par de rostros ensombrecidos que ni siquiera podían sonreír.

No te pago para que me insultesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora