27) I wanna be your slave

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—¿Sabían que los ángeles bajan del cielo a conceder favores? Bah, claro que lo sabían, de otra forma ¿cómo explican mi presencia? —saludó Emili, tomando asiento tras Cayetano

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—¿Sabían que los ángeles bajan del cielo a conceder favores? Bah, claro que lo sabían, de otra forma ¿cómo explican mi presencia? —saludó Emili, tomando asiento tras Cayetano.

—Lo peor es que ignorarte no sirve de nada y más insistes —lamentó el chico, girando para quedar viendo el pizarrón y no a Lozada.

—Ah, eres muy difícil de complacer. Siento que eres el tipo de los fetiches raros. ¿Te gustan los pies? ¿Cómo reaccionarías si te mando una foto de mis pies? ¿Te grabarías reaccionando? ¿Qué te gusta aparte de los dibujos de monas chichonas?

—Ay, no, esto no está pasando, es una pesadilla. Emilia no está preguntando sobre mis gustos sexuales. No, eso no podría pasar —renegó cerrando los ojos, pero con la voz lo suficiente alta para que ella escuchara y soltara una carcajada.

—Solo tengo curiosidad.

—Ya vete a tu lugar, anda, ya va a llegar la maestra.

—Hoy me quedaré aquí. —Recargó los codos en la mesa y acercó su rostro a Cayetano, que negaba y fingía sufrir en exceso—. Ay, que no lo hago por ti, alucinado, solo me quedaré esta clase. Quiero aprender el nuevo tema de matemáticas y si me surge alguna duda le pregunto a Cristina o Mateo sin tener que cruzar todo el salón.

—¿Por qué no le preguntas mejor a la maestra? —cuestionó el moreno, girando para ver la respuesta, de verdad estaba confundido, pero solo obtuvo un gesto de fastidio.

—¿Piqi ni li prigintis i li mistri? —imitó Emili haciendo una mueca boba—. Mira, no te preguntaré nada a ti, así que no empieces con tus mamadas. Es más, ni te hablaré. Son dudas pequeñas que no merecen interrumpir la clase. Iarely no sabe explicar, lo hace de forma muy técnica y me confunde, Sebastián es igual que yo y Noelia me distrae con su delineado feo. Por cierto, ¿ya lo vieron? Parece que se lo hizo una ardilla con Parkinson.

—Emili, no seas tan cruel —pidió Cristina, con un tono dulce, pero a la vez sonreía por la ocurrencia de su amiga.

—Tal vez se lo hizo su abuela como último deseo —bromeó Mateo, antes de que soltaran una carcajada.

Cayetano veía la escena, un poco incómodo porque ya no participaba, pero la sensación se fue apenas la maestra entró.

Como Lozada había prometido, toda la clase se mantuvo atenta, no habló, ni se distrajo peinando a sus amigas. No fue hasta que se le complicó una ecuación, que giró para hablar con Mateo entre susurros.

—¿Qué? Es que no te entiendo, habla más fuerte... A ver, déjame acercarme.

—No.

—Háblale a Cristina, mejor. Miedoso. Ah, pero para ir de perro con... Sí, ya me voy a callar, perdón —alegaba la chica sentándose viendo al frente. Cayetano miró de reojo, movido por la curiosidad—. No te hablo a ti, ni voltees que luego piensas que te acoso.

No te pago para que me insultesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora