17) Midnight sky

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Cayetano iba lleno de nervios, sentado al lado de Emilia en un taxi que ella había pedido, el silencio era rellenado por los ruidos de la calle y dentro del auto el olor a fresa del ambientador ya empezaba a marearlo

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Cayetano iba lleno de nervios, sentado al lado de Emilia en un taxi que ella había pedido, el silencio era rellenado por los ruidos de la calle y dentro del auto el olor a fresa del ambientador ya empezaba a marearlo. Volteó de reojo hacia su compañera, pero ella tenía la vista fija en la ventana y el sol teñía su cabello de dorado. Por un momento recordó el mar al atardecer.

Él odiaba el mar.

Todo el camino se fueron en silencio, cada uno sentado al extremo y al llegar nada cambió. Bajaron en la bonita casa blanca, cruzaron el enorme jardín y pasaron directo a la sala; el mismo recorrido, pero con la sensación de ser mil veces más largo, y el calor del verano no ayudaba tampoco.

Ya tenían una rutina de estudio establecida, así que ambos se limitaron a pasar a las acciones sin necesidad de tener siquiera contacto visual: Emilia sacó su cuaderno, se lo pasó a Tano y él apuntó algunos ejercicios de matemáticas usando los primeros números que se le venían a la mente, mientras ella buscaba el resto de sus materiales en la mochila para ponerse a trabajar.

Por las escaleras se escapaba el rítmico sonido que provenía del cuarto de Marcela. De vez en vez la puerta de la habitación retumbaba por el bajo, pero el par de chicos ni se inmutaban. No es que no se dieran cuenta, era que Emili estaba concentrada en terminar sus pendientes y Tano no encontraba palabras, ni valor para iniciar una plática casual.

—Tu hermana está en casa —afirmó tras un carraspeo, la rubia levantó la vista por unos segundos fijándose en él, luego volvió a su cuaderno sin responder.

El blanco de las paredes y la luz que se colaba por la puerta de cristal le lastimaba los ojos al muchacho, aumentando el dolor de cabeza. El ambiente pesado provocaba más tensión en los hombros e intentar pasar saliva le raspaba la garganta. Suspiró para llamar la atención de Lozada, pero ella se mantenía agachada contando en susurros, acción que le provocaba gritar «¡¿Por qué cuentas en voz alta? Hazlo en la mente!» aunque se contenía porque ya la había jodido suficiente.

—Emilia, ¿me regalas agua?

—Paso este para acá, a este le resto... calculadora... aquí lo tengo —susurró sin levantar la vista—. En la cocina hay agua, sírvete. Soy Emili.

—Ah, bueno. —Se levantó extrañado, como fuera de sí mismo y caminó tan lento como pudo disfrutando la canción ochentera que inundaba el lugar. Solo quería distraerse, así que procuró demorar en rellenar su termo y beber.

Iba con la vista en el piso, buscando posibles patrones en el suelo de mármol y notando que la familia de Emilia parecía obsesionada con el blanco. «Tal vez les recuerda a un manicomio y les gusta eso» pensó, intentando reprimir la risa. En la sala, la chica seguía concentrada en terminar tres ecuaciones, así que no la interrumpió y se sentó en el suelo frente a ella, recargando el codo en la mesa y dibujando garabatos en una hoja suelta.

La música cambió de pronto por una canción de moda, Emilia sin pensarlo buscó su teléfono en un mueble de madera de la sala, e hizo una llamada.

—¡Súbele, esa me gusta! —La orden se cumplió y en segundos toda la sala fue arropada por una letra pegajosa y un ritmo pop—. ¡¿Vas a ir a la escuela? No te oigo, ahorita bajas!

No te pago para que me insultesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora