9) Paparazzi

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Mateo había tenido una infancia muy difícil, debido al maltratado que su padre infligió en él y su mamá

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Mateo había tenido una infancia muy difícil, debido al maltratado que su padre infligió en él y su mamá. Intentaba crear a un hombre rudo, imponente, que causara miedo con una mirada, pero solo logró volver al muchacho un manojo de nervios, ansiedad y miedos.

«Eres un puto marica, nunca vas a lograr tener a una mujer con esa actitud». Le repitió cada día, hasta que se lo creyó. Las mujeres empezaron a causarle miedo, le costaba mucho entablar una plática con una y más si la consideraba bonita. Aunque estaba trabajando en poder superarlo, Emilia y Iarely eran como dos súcubos contentos que no lo dejaban entrar al salón.

—A ver tu mano, ¿es como dos veces la mía? —indagó la rubia, tomando los brazos de Mateo que seguía aplicando la técnica de no moverse para no ser atacado.

—Tienes unas manitas —observó Iarely, con una carcajada. Emili hizo un puchero como de bebé ofendida.

—No es cierto, Maty tiene manos enormes, es lo que pasa.

—Sí, mira estos dedos. —Tomó la muñeca del muchacho y la levantó para que ambas pudieran observar mejor—. ¿Cuándo masturbas a una chica cuenta cómo cogida?

Mateo abrió los ojos y la boca, movió la cabeza hacia los lados buscando huir. Nadie en su reducido círculo social era así de atrevido, aquel comentario lo tomó por sorpresa y fue demasiado para él.

—No —balbuceó lleno de pena, guardando sus manos en las bolsas del pantalón para que dejaran de verlas.

—¡Iara, no seas puerca, ya lo asustaste! Anda bebé, ve a sentarte.

Emili empujó levemente la espalda del rubio, que no esperó más para entrar al salón y buscar su lugar. Solo quería sentarse, esconder la cara entre sus brazos o desaparecer sin que se dieran cuenta.

—¡Solo era una pregunta de interés general! —alcanzó a escuchar la voz de Iara tras él, lo que le hizo agachar la cabeza y esconderla un poco entre los hombros.

«Voy a morir solo» pensó, antes de cerrar los ojos y ceder a la paz que le traía recostarse en su lugar.

Su padre los había abandonado cuando Mateo tuvo suficiente fuerza para defenderse de los golpes, y la rabia para no permitir más abuso. Al verse acorralado por la fría mirada de su hijo y la indiferencia de la que durante años fue una mujer sumisa, prefirió tomar sus cosas y largarse con una nueva familia, dejando dos crisálidas que después de casi diecinueve años, por fin emergían transformándose en lo que querían ser.

«El cielo es infinito para el pájaro entre rejas» recordaba con nostalgia la letra de una canción vieja, girando el rostro a la ventana y viendo a los alumnos caminar en grupos, reír, juguetear con una normalidad que él no conocía.

—Hola, perdedor —saludó Cristina con su siempre radiante sonrisa, de inmediato le regresó el gesto.

—Perdedora tu cola.

No te pago para que me insultesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora