Capítulo 31

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La puerta sonó repetidamente por la fuerza de unos nudillos aporreándola desde el otro lado. Resultaba extraño, todo el mundo llamaba al timbre. Anna corría de un lado para otro de la casa con una pila de cajas con adornos sobre ella. Esa noche era especial. Iban a celebrar la gran fiesta de Halloween. La mejor que se hacía en todo el campus sin lugar a dudas y Anna se encargaba de que así fuese. La fiesta incluía disfraces, miles de juegos, una buena promoción en todas las redes y mucho alcohol y diversión, sobre todo esos dos últimos factores. El mes de octubre había volado entre trabajos, apuntes y el imparable ajetreo de la universidad. Anna había pasado las dos últimas semanas organizándolo todo para que quedase perfecto entre los huecos que encontraba de sus quehaceres universitarios. Su trabajo con Damon había quedado reducido a hablar al final de cada clase para ponerse de acuerdo para la primera sesión fotográfica, pero ese acuerdo no había llegado a ningún punto común.

- ¿Es que nadie piensa abrir la puerta? Van a echarla abajo. – gritó Anna depositando sus cajas en la mesa de la cocina.

La casa empezaba a tener un ambiente mucho más halloweenesco. Largas telarañas colgaban de las escaleras y los cuadros. Además, habían enredado una larga tira de luces rojas por la barandilla para que tuviese un aspecto mucho más siniestro, o tentador, según se mirase. Del interior de sus cajas, sobresalían distintos tipos de adornos: murciélagos de papel, arañas, siluetas de cuervos y ramas secas y enredadas. Rick y Beth sacaban todo lo que fuese necesario para colocarlo posteriormente, mientras Anna indicaba exactamente en qué punto quería cada objeto.

- Voy yo. – dijo Sophia como respuesta a la petición de su amiga. Estaba sentada en el sofá del salón con su portátil entre las piernas haciendo la reseña de la última película que habían visto para la clase de Cine y Teatro Americano. Se podía tomar el lujo de parar dos minutos.

- A lo mejor es Alex. – exclamó Emma entusiasmada. – Aún tenemos que ultimar algunos detalles de nuestros disfraces a juego para esta noche.

Sophia puso los ojos en blanco y se levantó de su lugar para dejar a la pelirroja allí sola en el sofá. La reconciliación de Alex y Emma era algo que todavía le costaba entender. No sabía cómo, pero aquel chico rubio había conseguido que Emma volviese con él una semana después de todo lo ocurrido. Por supuesto, sin nombrar nada de la visita que había hecho y de la breve disputa con Sophia. Se tiraban en el cuarto de la joven la mayor parte del tiempo "para hablar", aunque ella sabía muy bien que no era para eso. Su relación a esas alturas era más que oficial. Todo el mundo se había olvidado de aquella dichosa foto y no se extrañaba de ver a la pareja agarrada de la mano por los pasillos de la universidad o besándose en la cafetería cada tarde. Sophia estaba también más que acostumbrada. Siempre estaban allí cuando se acercaba a por un café con Will después de la clase de Cine. Se había convertido en una especie de rutina: beber su cappuccino acompañada del batido de vainilla de Will, hablar de cómo había ido la clase y de sus bromas particulares y vomitar ante la empalagosa escena que formaban al fondo la adorada pareja.

Por otra parte, la situación con Peter no había cambiado en nada. Habían vuelto al mismo silencio incómodo creado entre ellos tras la pelea con Ashton. Peter siempre bajaba la mirada al verla entrar en cualquier punto de la casa donde coincidieran y trataba de abandonar la estancia lo antes posible. El ambiente entre ambos resultaba tan tenso que ni era capaz de sostenerse por sí mismo.

Sacudiendo la cabeza, la chica caminó hacia la entrada para girar el pomo de la puerta. Una enorme bolsa marrón se encontraba tendida sobre el felpudo y una funda de guitarra apoyada en la pared acompañaba al equipaje. Sophia abrió los ojos como símbolo de sorpresa mientras observaba el rubio pelo de la visita alborotarse con el viento.

- ¡Ethan! – exclamó antes de tirarse a su cuello para abrazarlo fuertemente.

El joven la levantó en el aire apretándola todo lo posible contra él. La sostenía por todo el porche sin dejar de darle vueltas. Olía tal y como lo recordaba. A jabón silvestre y a tierra mojada, siempre tan fresco y salvaje.

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