Capítulo 26

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La luz del día que entró de repente por la ventana la cegó por completo. Con los ojos entreabiertos intentó vislumbrar quién había decidido interrumpir su sueño aún insuficiente para reponer sus fuerzas. La cabeza le daba vueltas. Ni siquiera podía recordar nada de lo que había pasado la noche anterior. Las dudas comenzaron a nublar su mente creando una confusión en ella que estaba empezando a incomodarla. Lo mejor que su cuerpo le permitió, comenzó a incorporarse en la cama muy lentamente. Sus ojos por fin consiguieron separarse lo suficiente como para dejarla ver dónde se encontraba. La pared blanca plagada de citas de películas cobró nitidez en su campo de visión. Estaba en su habitación, pero no tenía ni la más mínima idea de cómo había llegado hasta allí.

- Toma anda. – en ese momento, Sophia se percató de que la luz no había entrado por arte de magia en su habitación. Anna se encontraba a un lado de la cama y era la que se había encargado de correr las cortinas. En una mano sostenía un vaso con agua y, en la otra, una pastilla.

Sophia, sin dudarlo un segundo, recogió su ofrecimiento e introdujo la pastilla en su boca para hacerla bajar seguida de un sorbo de agua. Fuese lo que fuese seguro que acababa con aquel dolor de cabeza que no paraba de martillearla por dentro.

- ¿Qué pasó anoche? – la chica sintió un fuerte dolor y, levantando las sábanas con avidez, observó cómo en una de sus piernas desnudas había comenzado a salirle un enorme moratón. No recordaba haberse caído, pero ahí estaba, sin explicación aparente. En ese preciso instante, se percató de que la camiseta que llevaba puesta no era suya sino de Peter. Se trataba de la camiseta blanca que había llevado la noche anterior, eso sí que podía recordarlo. Había estado mirándolo el tiempo suficiente como para guardar bien esa imagen en su mente. Además, ese olor a vainilla y colonia no podía pasar desapercibido para ella. - ¿Qué ha pasado con mi ropa? ¿Por qué llevo la camiseta de Peter?

- ¿De verdad no te acuerdas de nada? – le contestó Anna con cara seria. Para lo irónica que era siempre aquella faceta resultaba un tanto nueva para Sophia. La chica negó con la cabeza suplicándole un poco de ayuda. – Anoche te pasaste, Sophia. Peter te tuvo que sacar de la fraternidad prácticamente a rastras. Llevabas toda la blusa por fuera arrugada y el pelo muy revuelto, pero bueno lo que vosotros hayáis hecho no tiene importancia ahora mismo.

Esas últimas palabras dejaron a Sophia muy confusa. ¿Había pasado algo más entre ellos más allá del beso durante la ronda de chupitos? Fuera así o no, Anna había dejado entrever en sus palabras que le preguntaría por ello después. Lo peor era que no tenía ninguna respuesta clara que darle. Sophia fijó de nuevo su vista en Anna y esperó a que esta continuase hablando.

- Además, ibas tan borracha que no querías subirte al coche. Te tuvimos que meter dentro entre todos a la fuerza. El moratón te lo hiciste con la puerta del copiloto al intentar salir para volver a la fiesta. Peter estaba que echaba fuego por los ojos. Te puso el cinturón como si fuese una cuerda para que no te volvieras a escapar.

Sophia tenía la boca abierta por completo. Nunca antes se había comportado de ese modo. No era la primera vez que se emborrachaba y tenía resaca al día siguiente. Sin embargo, ella siempre se acordaba de lo que había pasado la noche anterior. Era la primera vez que tenía lagunas temporales y que había mostrado una actitud tan vergonzosa ante nadie.

- Por si fuera poco, nada más llegar a casa y bajarte del coche, te vomitaste encima. Creo que también influyó el hecho de que Peter voló por la carretera. jamás lo he visto conducir así de rápido. Llevas su camiseta porque fue lo único que accediste a ponerte cuando conseguimos quitarte tu ropa apestosa. Decías que no querías tu pijama. Y, por cierto, no llevas sujetador, no sé dónde coño lo dejaste.

En un acto reflejo, Sophia se llevó ambas manos hacia su pecho para darse cuenta de la libertad de la que disponía. Seguía con la boca abierta. Y la sensación de no recordar absolutamente nada la estaba matando. Pasó sus dedos por su pelo para tratar de apartarlo, aunque no sirvió de nada puesto que en seguida estos quedaron enmarañados entre sus enredos.

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