Capítulo 37

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Las pisadas en la nieve marcaban el camino que Chris seguía hacia el enorme pabellón que usaba para entrenar el equipo de fútbol americano cuando el frío en Chicago se volvía insoportable. Llegaba tarde. Más que eso. Su reloj marcaba una hora que para el equipo era inaceptable. La rabia que sacudía su cuerpo se reflejaba en la fuerza con la que pateaba el suelo que pisaba. Sería capaz de lanzar el balón de fútbol hasta el otro lado del campo sin apenas esfuerzo si concentraba la ira que recorría su sistema nervioso. Al recordar su precioso Audi cubierto hasta los topes de nieve apretó más los puños y continuó andando aumentando el ritmo. Habían sido ellos. No tenía pruebas, pero tampoco dudas. Alpha Roar había decidido que aquel lunes por la mañana resultaba el día perfecto para hacer desaparecer su coche entre la nieve. Aún no lograba entender cómo lo habían hecho. La parada cardíaca que había sentido al ver tal montaña de nieve donde se suponía que había dejado estacionado su vehículo. Habían tardado un buen rato en quitarla toda. La carrocería se había arañado por el hielo haciendo que el impecable y brillante color negro quedase en un horrible tono mate. El parabrisas había quedado congelado, más de lo normal, pero lo peor de todo había sido la batería. No había conseguido arrancar el coche por más que lo había intentado. Seguramente esta hubiese perdido su potencia por completo. Por tanto, aquella bromita "inocente" no solo había causado que Alex, Damon, Dan y él llegaran tarde a la universidad, sino que le iba a costar una batería nueva. Alex, por su parte, había logrado avisar a Emma para que encontrase su forma de llegar sin ellos. Algo bueno debía tener aquel día. No soportar a la pesada novia de Alex ya era un alivio. Aun así, la cólera cegaba sus ojos azules cubriéndolos con una capa oscura.

Mientras sujetaba su bolsa de entrenamiento contra su hombro, abrió una de las puertas laterales del pabellón con ímpetu haciendo que todos los que se encontraban dentro se girasen para observarle. Parte de los componentes del equipo se encontraban tirados en el suelo haciendo abdominales mientras la otra mitad les controlaban el tiempo y el número a la vez que les sujetaban los pies.

Chris avanzó hacia los bancos y depositó su bolsa en uno de ellos para desprenderse seguidamente de su chaqueta deportiva. Debajo llevaba una sudadera negra y unos pantalones largos que no tardó en quitarse para quedarse en unos más cortos del mismo color que la prenda superior. Tras guardarlos en su bolsa, la cerró tirando con brusquedad de la cremallera y dirigió su mirada hacia la grada. Entonces la vio. Haley estaba sentada junto a Beth, como hacía en cada entrenamiento. Un jersey rojo de cuello vuelto abrigaba su torso y unos vaqueros claros recorrían sus piernas. Llevaba puestas las gafas de vista con las que solía ir siempre a la universidad y su pelo estaba recogido en una cola alta dejando escapar algún mechón rebelde. Verla allí le causo un choque de sentimientos. Por una parte, estaba realmente enfadado con ella. Sabía que había formado parte de la bromita del coche, estaba completamente seguro y no dudaría ni un solo segundo en hacérselo saber. Por otro lado, llevaba sin verla desde el viernes de la fiesta y el hormigueo que nacía en la boca de su estómago al recordar su habitación era más que evidente. La observó con más precisión y notó cómo movía su pierna izquierda nerviosa, como si no pudiera estarse quieta ni por un segundo. Mordía sus uñas ensimismada y su vista se veía perdida en algún punto del pabellón. Ni siquiera hablaba con Beth, como siempre habituaba a hacer. La cabeza de Haley parecía estar en otro lugar. Tal vez estuviera pensando en lo mismo que él, lo cual le provocó una pequeña sonrisa.

Agitando levemente la cabeza para ignorar ese pensamiento, apartó su mirada de la chica y se dirigió hacia el resto de sus compañeros para unirse al entrenamiento. En ese momento, notó cómo uno de los balones de fútbol le daba de lleno en la cabeza. Se llevó la mano al sitio donde acababa de llevarse el golpe y se giró para buscar al culpable. No tenía ni idea de quién había sido, pero pensaba dejarle claro que hoy no estaba para ninguna clase de broma.

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