Capítulo 36

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Una capa blanca cubría por completo las calles de Chicago. Frías gotas caían del tejado de la casa y Sophia contemplaba la nieve amontonada a cada lado del porche apoyada en la puerta principal. Se abrazaba con un cárdigan beige bien gordo y sentía cómo las mejillas le ardían por el gélido clima. Le gustaba aquella sensación. Siempre había sido de esas personas que soportan mucho mejor el frío que el calor. Por eso amaba Chicago. La ciudad del viento. La ciudad de enormes rascacielos que se congelaba en invierno como si se tratase de una bola de cristal.

Pequeños copos de nieve seguían cayendo fugaces frente a ella. Su coche se hallaba aparcado en la acera de casa, con los cristales empañados y el morro escondido entre hielo. Tendría que ponerle cadenas. Ese era el motivo por el que el domingo de Soho había quedado cancelado aquel día. Siempre podían coger el metro, pero sabían bien que la primera nevada de Chicago suponía estar encajadas como sardinas entre toda la gente que tomaba el transporte público aquel día.

Por lo tanto, todos los miembros de Alpha Roar se encontraban en casa, tirados en el sofá tapados con mil mantas mientras veían capítulos repetidos de Friends. Ella había salido por un momento, en parte para ver caer la nieve, en parte para pensar. La fiesta de Halloween les había costado todo un sábado para que cada cosa volviera a su lugar. Habían tenido que limpiar el suelo con bayetas por lo pegajoso que había acabado, pero finalmente la casa había quedado libre de telarañas, vasos sin terminar y botellas de cristal. Se respiraba paz y tranquilidad por un día, aunque Sophia apenas pudiese notar la punta de su nariz y su boca expulsase suspiros de vaho.

Mientras se encontraba allí casi embobada en el ameno paisaje, notó su móvil vibrando en el bolsillo derecho de su cárdigan. Con un rápido movimiento, pasó su mano por la lana para cogerlo y observó la pantalla iluminada. "Mamá". Hacía semanas que no hablaba con ella. Su relación era muy estrecha, pero a la vez muy relajada. Se llamaban poco, aunque sabía que podía contarle cualquier cosa. Era extraño, Sophia siempre pensaba que era algo así como su pilar inquebrantable. No se iba a mover de su lado, y estaba tan segura de ello que no necesitaba llamarla cada día para recordárselo.

- Hola, mamá. ¿Qué tal? – dijo colocándose el móvil contra su fría oreja y apretando más el cárdigan contra su cuerpo.

- ¡Cariño! – notó el tono alegre de su madre al oír su voz. – Bien, tu padre no para de preguntar cuándo vas a venir a vernos. Navidad sigue quedando demasiado lejos.

Sophia sonrió contra la pantalla del teléfono. Adoraba a sus padres, después de todo estaba en Chicago gracias a ellos. Su familia no contaba con una economía como la que solían tener el resto de alumnos que acudían a aquella universidad. No se quejaba, vivían bastante bien en Libertyville. Tenía una casa con un enorme jardín en un barrio bien situado y tranquilo. Desde pequeña le había encantado balancearse en el columpio que su padre le había construido en las ramas de un árbol en el jardín trasero. Ethan siempre había tenido que empujarla, al principio, por ser más pequeña y no tener las fuerzas suficientes. Más adelante, por puro capricho.

Su padre trabajaba como profesor de Matemáticas en un instituto de Libertyville, y su madre era enfermera en el Advocate Condell Medical Center. Todo el dinero que ganaban sus padres, lo habían dirigido al estudio. Desde que eran niños, sus padres habían abierto una cuenta dedicada a los fondos para la universidad. Solo que no habían contado con una cosa, que uno de sus hijos no quisiera esa clase de futuro. Ethan y sus padres habían tenido grandes peleas sobre ese tema. De hecho, seguía siendo un problema para ellos. Por eso, Ethan había decidido irse vivir la vida recorriendo todo el país, de bar en bar, de concierto en concierto, sin rumbo.

- Veré si puedo escaparme un fin de semana. – sabía que lo que decía era mentira, pero no quería notar la voz entristecida de su madre si le decía que realmente no tenía pensado ir hasta Navidad.

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