Sentía cómo alguien me llamaba trayéndome poco a poco de mi sueño. Cuando pude despertar completamente, visualicé estar aún en el calabozo, pero una figura se movía frente a mí. Alala. Sonreí un poco al saber que había venido pero, ¿Qué hora era?
—Alala, Kala…
—Lo sé Ares, es de madrugada aún. Vine a soltarte, debes irte antes de que sea muy tarde. —hablaba mientras soltaba mis cadenas. Cuando hubo terminado, me sentí respirar, incluso recuperé un poco de fuerzas. No me importaba en absoluto las heridas en mi muñeca, fui por mi espada y luego volví a Alala.
—¿Dónde la tienen? —pregunté mientras me estiraba un poco. Me preparaba para lo que iba a suceder.
—A las afueras de Atenas, el viejo templo de Hera. Hay dos guardias al final del pasillo Ares, debes ser precavido.
Alala, sabes que todos van a morir, ¿No? —ella rió un poco y me abrazó.
—Ve por tu chica.
Asentí y salimos juntos de la jaula, abandonamos el calabozo. Alala se mantenía detrás de mí. Estábamos a punto de llegar al final del pasillo que llevaba al centro del templo, pero algo andaba mal. Lo sentía.
—Ares creo que n-
Alala se detuvo de repente y me giré velozmente. Uno de los guardias mantenía su espada atravesando el pecho de Alala. Luego de unos segundos, murió. No quería iniciar aquí abajo, pero ellos lo buscaron.
Que empiece el juego.
Corté la cabeza del hombre que asesinó a Alala. Me detuve un momento a observar su cuerpo, simplemente no merecía morir así. Aquel altercado avisó a los demás guardias. Iba a ser una mañana muy divertida. Guardia a guardia acabe con la vida de cada uno. Vi una antorcha encendida y una idea llegó a mi mente. El que mi madre tuviera el templo repleto de lonas, me iba a servir muchísimo en este momento. Tomé la antorcha y como se imaginarán, empecé a quemar cada lona. En menos de 5 minutos, todo estaba en llama. Las personas corrían de un lugar a otro, Algunos guardias se detenían a pelear a conmigo, perdiendo sus vidas. Otros eran más inteligentes y solo huían. El poder que sentía en este momento, era superior.
—¡¿QUERÍAN A SU DIOS?! ¡AQUÍ LO TIENEN! CORRAN LA VOZ, PORQUE EL INFIERNO HA COMENZADO. —casi la mitad del templo se encontraba en llamas a pesar de los intentos por apagarla.
Tenía una parada antes de llegar a mi padre, Damén. Llegué a la puerta de su laboratorio, y la abrí con fuerza. Se espantó al ver mi figura pero no intentó huir. No tenía escapatoria.
—Sabes, debí cortarte la cabeza, pero te mereces una muerte más tortuosa. —empecé a prender fuego a todo lo que se encontraba en el lugar, un círculo de fuego rodeándolo—. Bienvenido al infierno. —dije para salir de allí, viendo cómo las llamas se extendían por el lugar. Los gritos de Damén pidiendo clemencia se hicieron audibles, los ignoré.
Solo hice dar unos pasos fuera del lugar, aún con mi antorcha en mano, para oír una pequeña explosión proveniente del laboratorio. Era evidente que si no había sido calcinado, estaba en proceso.
Fuego era todo lo que se veía en el lugar, sin embargo, el espectáculo aún no había llegado a su mejor parte. Seguí incendiando las demás parte del templo, en unas horas estaría destruido. Llegué a el nivel donde se encontraba la habitación de mi padre. Cuatro guardias cuidando la entrada. Esto iba a ser divertido. Luché con cada uno evitando sus golpes y los de sus espadas, para terminar asesinándolos. A uno le corté la cabeza y la tomé por el cabello.
Me adentré a la habitación de mi padre, quien dormía plácidamente, la profecía se iba a cumplir.
—¡Despierta padre querido! ¿me extrañaste? —pregunté en un tono elevado. Zeus se sentó velozmente en la cama y cuando supe que estaba completamente en sí, le lancé la cabeza de su guardia. Miedo irracional en sus ojos—. Es tiempo de esclarecer las aguas, papá. ¿No querías que siguiera siendo el ser despiadado que era? Te presento al diablo.
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ENTRIÓN II: El retorno de los dioses [✔]
FantasyCuando los Dioses del Olimpo se hacen notar y Afrodita se hace presente entre ellos, las necesidades de los mortales por ver caer el Olimpo se hacen incesantes. El Dios de la Guerra no está dispuesto a dejar aquel amor que lo obliga a quemar ciudade...