Kala
La mañana fue bastante tranquila si quitamos el hecho de que Hefesto amaneció de un humor peor que todos los días. Cuando íbamos a desayunar, se molestó porque dejé caer uno de los cubiertos, empezó a gritar como loco y yo tomé mi plato para desayunar dentro de la habitación. Hefesto se dirigió hacia allá y empezó a golpear fuertemente la puerta. Luego de unos minutos de gritos sin respuesta por mi parte, decidió irse.
Cuando supe que no había opción de que volviera a casa, decidí salir de la habitación, encontré a Elektra recogiendo un desastre que al parecer, había causado Hefesto antes de ir al trabajo. Aunque se negó, terminó por aceptar mi ayuda. Se disculpó varias veces conmigo por la escena de la mañana, y yo solo le reiteraba que no era su culpa.
Cuando terminamos de comer, Elektra se marchó y yo me dispuse a arreglar la cocina, le había pedido a Elektra que no lo hiciera para tener algo en qué ocupar mi tiempo. Pasó aproximadamente una media hora desde que Elektra se marchó y el sonido de la puerta indicando que había alguien, me sorprendió. ¿Debería abrir? El sonido no cesó por lo cual me obligué a ir hacia la entrada. Lentamente abrí la puerta y salté de emoción al revelar la figura que me sonreía desde el otro lado de la puerta.
—¡Alala! —grité llamando la atención de los guardias. Sin importarme, me lancé sobre ella y la abracé fuertemente. La extrañé muchísimo a pesar de que la había visto por primera vez hace unos días.
—Deberíamos ir dentro a menos que quieras que los guardias piensen que te estoy secuestrando.
—Sí, pasa pasa.
***
—Es una casa muy bonita, Kala. —expresó Alala luego de que le diera un pequeño recorrido.
—Sí, fue lo que dije el primer día. En buena compañía, sería un hogar perfecto. —Alala rió y nos sentamos en la pequeña mesa del comedor.
—¿Cómo van las cosas con Ares? —Alala bajó considerablemente el tono de voz, para evitar ser escuchada por alguna persona.
—Creo que todo va bien, creo. —Alala frunció el ceño—. Bueno, me refiero a que, si no tuviéramos que escondernos, todo sería mejor. —hablé con decepción.
—Kala, todo es cuestión de tiempo, Ares está haciendo lo imposible por sacarte de aquí. ¿Sabes que no se ha quitado ese anillo del cuello desde que los separaron? No hubo un solo almuerzo en que no retara a su padre diciéndole que igual se casaría contigo. Incluso tuvo que pelear con Atenea y dejar que lo pusiera en vergüenza frente a sus soldados, solo para conseguir ese collar para que tú ya no tuvieras pesadillas, sin importar que él tendría que aguantarlas. Nunca en mi vida vi a Ares mover un dedo para hacer un bien a alguien que no fuera él mismo, y eso tampoco pasaba con mucha frecuencia. Kala, lo que Ares es, lo que Ares siente, es gracias a ti. Y créeme, dudo que alguna vez deje de amarte.
Solo pude sonreír, las palabras no eran capaces de salir correctamente de mi boca. Sabía que Ares se arriesgaba por mí, pero nunca pensé que pusiera su nombre y honor en vergüenza por protegerme, por proteger mi mente. Y es que aunque nadie me lo dijera, sé que aquellas pesadillas con el paso del tiempo solo te llevarían a un estado de locura. En ese momento supe, que yo sería capaz de cualquier cosa con tal de hacerle sentir lo agradecida que estaba por el amor que me brindaba.
***
Alala se marchó justo en el momento en que Elektra volvía a casa. Ella me contó sobre su día, y yo le hablé un poco sobre lo que hice en compañía de Alala. Obviando las partes donde Ares era mencionado. Cuando Hefesto llegó, cenamos en silencio. Pidió perdón por lo ocurrido esta mañana, de mi garganta solo salió un pequeño sonido que ni yo sería capaz de poder describir. Al terminar de cenar, me dirigí a mi habitación y me aseguré de que tanto Elektra con Hefesto no estuvieran rondando cerca de la habitación.
Pasadas unas horas, salí de la habitación en completo silencio para asegurarme de que ambos habían ido a dormir, y así fue. Volví a mi habitación y cerré con el pequeño seguro. Me duché y cambié de ropa. Al salir de la ducha me sobresalté al encontrar la escultural figura del dios de la guerra acostado sobre la cama, desnudo. Tragué fuerte y puedo jurar que aquello se escuchó al otro lado de Atenas.
—¿Me extrañaste? —preguntó con una sonrisa.
—Y-yo, creo que, digo sí, que, ¿Y tu ropa? —mi nerviosismo parecía divertirle. Y es que a pesar de haberlo tenido desnudo en varias ocasiones, nunca tuve una vista como la que estoy teniendo ya.
—Ven aquí cariño. —se sentó y palmeó su regazo en señal de que quería que lo tomara por silla. ¿Pero cómo podré sentarme con su amigo más vivo que las aguas que separó Moisés? Lo miré por un momento y volvió a hablar—. Kala, no muerdo. A menos que quieras. —¿este tipo llegó con el modo sexo activado?
Caminé hacia él, y al quedar frente a frente, me haló hacia él quedando sentada sobre su regazo, igual a la primera vez que nos vimos en persona.
—Ares —mencioné su nombre entre risas porque su rostro se encontraba excavando en el hueco de mi cuello. Tomé su cara entre mis manos y lo obligué a mirarme. Sus manos viajaron hacia mi trasero apretando con fuerza. El gemido que salió de mis labios logró sorprenderme a mí misma. Pero no podía culparme luego de la posición en que me encontraba.
—Mmm, igual a la primera vez que te vi. —metió sus manos debajo de mi ropa y empezó a dar caricias lentas sobre mis nalgas—. Pero esta vez puedes sentir lo mal que me pones. —cuando me presionó más contra él, lo supe. Su amigo no podía estar más duro, esto era irreal—. ¿Sabes qué quiero ahora? —preguntó mientras me rozaba nuevamente contra su erección, esta vez haciéndolo más lento, tortuoso.
—No. —dije con la voz entrecortada—. ¿Qué quieres de mí, Ares? —esta ves fui yo quien empezó a frotarse contra él.
Sus manos salieron de dentro de mi ropa y se posicionaron en mis caderas haciendo de aquel vaivén algo aún más delirante de lo que ya era. Aferrada a su cuello lo ayudé a profundizar el movimiento mientras mis labios viajaban directamente a los suyos. El beso fue extremadamente sexual, nada de la dulzura con que a veces solía hacerlo. Y es que este beso estaba cargado de sexo. Espero poder caminar después de esto.
Ares acercó su boca a mi oído y susurró luego de morder un poco y jugar con el lóbulo.
—Quiero que me montes. Vas a montarme cariño, y tal vez Hefesto escuche lo mucho que te hago disfrutar. —y aquello no fue una pregunta. Fue una afirmación.
Me levantó un poco mientras yo me aferraba a sus grandes hombros, sentí cómo rozaba a su amigo sobre mi ropa interior causándome una exquisita sensación. Iba a ponerme de pie pero el sonido de la prensa siendo rota, me detuvo. Ares estaba ansioso. Lentamente dejó entrar a su amigo dentro de mí, mientras yo lo ayudaba bajando, hasta quedar completamente llena de él.
—Muévete para mí, cariño. Haz lo que quieras. —articuló difícilmente Ares. Y le hice caso.
Empecé a dar pequeños saltos, acostumbrándome a la nueva posición y a las sensaciones que me proporcionaba. Ares no quitaba sus ojos de mí cuando logré encontrar un punto de placer para ambos, mi cabeza hacia atrás y me obligué a repetir el mismo movimiento. No entendía si la excitación de Ares era por lo que estábamos haciendo, o simplemente por verme moverme en busca de más placer para mi cuerpo. En un momento me sujetó de las caderas con fuerza evitando que me moviera. La sonrisa en su rostro me hubiese asustado si no lo conociera.
—Te voy a corromper. —y dicho esto, nos cambió de posición hasta quedar sobre mí. Estocadas profundas pero delirantemente deliciosas. Luego de unos minutos, ambos alcanzamos el éxtasis.
Respiraciones pesadas, y cuerpos satisfechos. Encontrando a Ares despistado intentando recuperar el aliento, nos di la vuelta hasta quedar sobre él. Su asombro fue sustituido por malicia. Llevé mi boca a su oído y susurré.
—Llévame al infierno contigo.
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ENTRIÓN II: El retorno de los dioses [✔]
FantasíaCuando los Dioses del Olimpo se hacen notar y Afrodita se hace presente entre ellos, las necesidades de los mortales por ver caer el Olimpo se hacen incesantes. El Dios de la Guerra no está dispuesto a dejar aquel amor que lo obliga a quemar ciudade...