Capítulo 37

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Lloraba mientras sostenía entre mis brazos el cuerpo de mi recién fallecido amor. Rezaba y pedía porque se despertara y me dijera que todo iba a estar bien. Pero eso nunca pasó.

—¡NO! ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?! —gritaba mientras me aferraba con fuerza a mi amada niña.

Unos diez minutos aproximadamente duré en aquella posición, no quería soltarla, porque la verdad era que no sabría cómo vivir sin ella después de esto. Una idea susurró suave en mi oído, y con las pocas fuerzas que tenía, me levanté con el cuerpo de mi amada entre mis brazos. Lentamente la sumergí dentro de aquella fosa, su cuerpo se hundió un poco, pero dejando gran parte de él en la superficie.

Caí al suelo frente a esta, y lloré aún más fuerte.

—Les entrego a su hija, la que nunca pudieron ver nacer. Por favor, acepten su llegada. —y dicho esto, me ocupé de sacar todas las emociones que se aglomeraban dentro de mi pecho. Dolor, vacío, soledad.

El sonido de un leve goteo se hizo audible, luego se incrementó y cuando levanté mi vista, el agua que provenía del pozo se estaba desbordando. Me acerqué rápidamente a retirar el cuerpo de Kala, pero me detuve cuando no lo vi, ¿Por qué se había hundido mientras el agua seguía saliendo?. Por instinto di unos pasos atrás, el agua empezó a salir con más intensidad, pero no había rastro del cuerpo de Kala.

De un momento a otro, se detuvo. Nada pasó, empecé a caminar de regreso al pozo pero el sonido de algo emergiendo me dejó paralizado. De repente, no lo podía creer.

—Kala...

Se sostenía con fuerza de las esquinas y tosía sin parar, intentando hacer llegar aire a sus pulmones. No podía moverme. Cuando recuperó la noción, su mirada encontró la mía y nuevamente, mi corazón empezó a latir.

—Ares...

Cuando tuve control de mi cuerpo, corrí hacia ella, la abracé fuertemente sacándola del interior. No lo podía creer. Revisaba su rostro y luego, donde estaba su herida, la mancha de sangre seguía presente, pero la herida había desaparecido.

—Las aguas... —empezó a decir. su voz... pareciera que fue un siglo la última vez que la oí—. Dijeron que pediste por su hija, ellas, dijeron que aún no era mi tiempo de volver.

—Y-yo, no sabía qué haría sin ti, yo l-

—Ares, estoy aquí, contigo. Y nadie podrá separarnos, nunca más.

—Nunca más. —contesté—. Debo sacarte de aquí, luego te explicaré todo lo que pasó, pero ahora debemos irnos. Atenea nos dio solo dos horas para salir de Atenas.

—¿Alala no vino contigo? —me quedé estático, no lo sabía.

—Uno, uno de los guardias... —sus ojos se llenaron de lágrimas—. Ella no...

—No lo merecía, Ares. No ella... —la abracé con fuerza, incluso a mí me había dolido, había presenciado cómo dio su vida para liberarme.

—Lo siento, cariño. De verdad lo siento mucho. —me dio una corta sonrisa. Y es que les juro que no sabía cómo iba a vivir sin ver aquel rostro todos los días. No iba a soportarlo.

—Está bien, no fue tu culpa. Ahora, debemos irnos antes de que me maten otra vez. —reí y tomé su mano para abandonar aquel lugar. La detuve y su mirada se posó en mí, esperando palabras—. Te amo.

—Te amo, Ares. Por la eternidad.

ENTRIÓN II: El retorno de los dioses [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora