Dos meses después
Ares
Nunca imaginé algún día poder tener la capacidad de decidir sobre mi destino, pero me equivoqué. Desde aquella vez que rescaté a Kala, exactamente el mismo día en que casi la pierdo, pasaron muchas cosas. Pasado un mes y gracias a la intromisión de Apolo, Atenea nos permitió a Kala y a mí, volver a Atenas. Fui expulsado del Olimpo, pero para mi suerte, y gracias a Atenea, no me quitaron mis poderes, ni a Kala, quien aún no sabía de ellos. Durante el tiempo que estuvimos con Apolo, me encargué de recuperar a mis tropas, no iba a dejar mi posición como dios de la guerra, pero esta vez haría las cosas distintas. Kala se mantuvo en el templo en compañía de Apolo, quien agradecía plenamente el tener a alguien con quien conversar. Pasaba la mayor parte del tiempo fuera de casa, pero al volver en la noche, Kala siempre esperaba por mí. Ya no curaba mis heridas, solo brindaba caricias a mi cuerpo, y me recordaba lo mucho que me amaba.
Cuando por fin volvimos a Atenas, luego de que Apolo terminara de llorar mientras le pedía a Kala que no se fuera, lo primero que hicimos fue dirigirnos a Londres. El padre de Kala y Mika nos recibieron con entusiasmo, nosotros igual. Todo iba bastante bien. Habíamos decidido vivir entre Londres y Grecia, ya que ninguno quiso elegir un lugar sobre el otro. Hoy, justamente, se cumplen dos meses. ¿Quieren saber dónde estamos?
Toda Atenas se encontraba reunida dentro del gran salón del nuevo templo de la reina Atenea. Flores por todas partes, verdadera emoción. Hoy, Kala y yo estábamos uniendo nuestras vidas frente a todo el Olimpo. Kala lucía maravillosa en un vestido blanco con algunas flores alrededor. Sonreía alegremente y yo, me dedicaba a admirarla. Llegado el momento de los votos, decidí hablar primero.
—Hoy, Kala Afrodita Stone, me entrego a ti en cuerpo y alma. Me comprometo a amarte, protegerte y cuidar de ti mientras vida tenga, y si he de perderla, cuidaré de ti desde la eternidad. Te amo, y por eso hoy, acepto frente a todas estas personas, el honor de ser tu esposo. —algunas lágrimas abandonaron sus ojos, y luego habló.
—Ares, prometo darte amor en la misma intensidad en que tú me lo ofreces. Prometo cuidarte, sanar tus heridas, hacerte reír. Juro darte la vida que tanto mereces y se te fue negada. Te amo, y te voy a seguir amando por todo el que alguna vez se negó hacerlo. Hoy, frente a todos, y con el corazón en la mano, acepto ser tu esposa, por toda la eternidad.
Ambos nos mirábamos con todo el amor que nunca antes sentimos. Todo era perfecto. Después de tantas guerras, distancia, lágrimas, estábamos juntos, y de hoy en adelante nada podrá separarnos. Atenea nos informó, que el día que nos casaramos, las pesadillas iban a desaparecer sin necesidad de usar el collar. Ya no habrían monstruos, solo paz.
—Hoy, frente a el pueblo de Grecia, y frente al mundo. Yo declaro a Ares, dios de la guerra, y a Kala, la diosa Afrodita, marido y mujer. Esta unión no podrá ser disuelta por ser en la tierra, ya sea mortal o dios. Hasta la eternidad, la unión entre el amor, y la guerra. —dijo el señor encargado de llevar a cabo la ceremonia.
—¡Larga vida a los dioses! —gritó alguien en la multitud.
—¡Larga vida a los dioses! —esta vez, exclamaron todos.
Miré a Kala y unimos nuestros labios en un suave beso. Los aplausos no se hicieron esperar. Al terminar el beso, uní nuestras frentes. Este momento se sentía irreal.
—Larga vida al amor, Kala.
***
Kala
No lo podía creer. No podía procesar la idea de que Ares y yo al fin estuviéramos juntos, era irreal. Luego de nuestra boda en Atenas, decidimos viajar a Londres para llevar a cabo nuestra pequeña luna de miel. Una luna de miel que terminó en otra cosa. Y es que hoy, vistiendo una pijama, me encontraba frente al altar de una iglesia junto a Ares, y mi padre y Mika como los únicos invitados, casándonos nuevamente. ¿Qué si una boda no era suficiente? Para nosotros no. Queríamos unir nuestras vidas tanto en su mundo como en el mío.
—Por el poder que la Iglesia me confiere, los declaro marido y mujer. Puede besar a la novia. —decía el padre aún más emocionado que nosotros.
Sin esperar que lo dijera nuevamente, nos besamos. Mi padre aplaudía mientras Mika exclamaba frases que no deberían ser pronunciadas en la casa del señor. Al culminar, el padre se despidió y Ares y yo nos encaminamos hacia nuestros únicos invitados.
—¡No puedo creer que estés casada! ¡Y con este Papucho! —exclamó Mika—. Estoy tan feliz por ti, Kala. —dijo mientras me apretaba. Ya me estaba costando respirar.
—Yo también quiero felicitar a la novia. —dijo mi padre. Mika me soltó y fui directo a los brazos de mi padre—. El abuelo estaría muy orgulloso de ti, Kala. Yo ya lo estaba.
—Gracias papá, te amo. —me solté de su abrazo y me coloqué bajo el brazo protector de Ares—. Bueno, oficialmente estamos los tres unidos por la ley.
Todos me miraron sorprendidos por lo que dije. Reí al notar que ninguno se lo estaba esperando.
—¿Tres? —preguntó Ares bastante confundido. La cara de Mika y de mi padre me dijo que habían entendido lo que dije, pero al parecer no querían dañar el momento.
—Claro, Ares. Tú, yo, y nuestro bebé. —dije mientras tocaba mi panza. Sus ojos se abrieron y su respiración se aceleró.
—Vamos a.. Vamos a t-te
—Vamos a tener un bebé, Ares. —Mika gritó de la emoción, ¿se le olvidó dónde estábamos? Mi padre se acercó a mí llorando de la emoción, su primer nieto. Ares seguía en shock.
Cuando pensé que no haría nada, se lanzó sobre mí, me abrazaba con fuerza y podía sentir cómo las lágrimas brotaban de sus ojos.
—Un bebé... —dijo como si no pudiese creerlo.
—Ujum. Un bebé, nuestro. —yo también había empezado a llorar.
—Un bebé… —volvió a decir. Su emoción no tenía precio—. Gracias, gracias, gracias. Gracias por hacerme el hombre más feliz del universo, de todos los universos.
—No podemos cambiar el pasado, pero podemos elegir nuestro futuro. Juntos. —le dije.
—Juntos.
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ENTRIÓN II: El retorno de los dioses [✔]
FantasyCuando los Dioses del Olimpo se hacen notar y Afrodita se hace presente entre ellos, las necesidades de los mortales por ver caer el Olimpo se hacen incesantes. El Dios de la Guerra no está dispuesto a dejar aquel amor que lo obliga a quemar ciudade...