Capítulo 22

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Kala

Tres días más han pasado sin saber absolutamente nada de Ares. Es como si se lo hubiese tragado la tierra. Estaba encerrada en casa y Elektra, quien suele ser mi salvavidas para no terminar de perder la cordura, se encuentra enferma y no vino a trabajar el día de hoy. Uno de los guardias se encargó de traer mi desayuno y el almuerzo. Estaba tan aburrida, que decidí salir al jardín a tomar un poco de aire. Ignoré las miradas de todos los soldados que rodeaban la entrada y tomé asiento sobre un pequeño banco.

Cerré mis ojos y dejé que el aire fresco invadiera mi cuerpo, me sentí relajar bastante, tal vez aquellas corrientes de viento de alguna u otra forma, limpiaban mi interior. Me daban paz. Todo estuvo muy tranquilo, hasta que las voces de varias chicas, un poco irritantes, se concentraron cerca de la entrada de la casa. ¿Por qué los guardias no las mandaban a callar? O simplemente irse de aquel lugar y continuar su conversación en otra parte, sin gritar preferiblemente. Mis ganas de que desaparecieran, se esfumaron cuando mencionaron el nombre de Ares, me obligué a no abrir los ojos para no parecer tan obvia, pero mantuve mis oídos atentos a la conversación.

—Sí, según mi hermana, Ares ha estado visitando el mercado con frecuencia estos días. —dijo una.

—Es cierto, incluso dicen que se queda a dormir y se larga temprano en la mañana. —el sonido de mi corazón rompiéndose, era lo único que podía escuchar en mi interior.

—Menos mal ya se olvidó de la otra, dicen que incluso la presentará a su familia dentro de unos días en el próximo banquete.

Mis lágrimas habían abandonado mis ojos que se encontraban fuertemente apretados, en un intento fallido por evitar que cayeran al suelo. Iba a mandarlas a callar, pero uno de los guardias se me adelantó.

—¡Hey! Vayan a tratar sus chismes de prostitutas a otro lado, ¡largo de aquí! —solo escuché la voz de aquellas mujeres peleando sobre el término con el que se les denominó. Para cuando el guardia quiso buscar mi presencia en el jardín, yo ya había entrado a la casa.

Fui directo a mi habitación y solté todo lo que tenía en mi interior. Pensé en pedir a Ares que viniera a verme, o preguntarle a otra persona al respecto, pero con todo el misterio que han mantenido los últimos días, dudo mucho que me confirmen algo. Así que con todo mi dolor, y miedo a comprobar lo que menos esperaba comprobar, sequé mis lágrimas, y me dirigí a la salida. Busqué al mismo guardia que corrió a aquellas mujeres, y pude notar un poco de preocupación en su rostro al ver mi estado.

—Señorita, ¿Está bien? —preguntó. Genuina preocupación en su voz.

—Necesito que me acompañe al templo de Zeus. Será breve, por favor. —pensé que iba a negarse, pero solo me hizo una seña para que lo acompañara.

***

Estando en el templo, el guardia no se alejó ni un momento de mi lado, y yo no pude resistencia. Era un joven muy apuesto, lo suficiente como para conquistar a cualquier dama. Y hasta el momento, fue el único que realmente se ha preocupado por mí.

Algunos guardias del templo me miraban intrigados, pero al ver a mi acompañante nos dejaron pasar sin problema. Aquel joven me seguía firmemente, sin embargo no preguntaba o decía nada, y lo agradecía. A lo lejos, en uno de los pasillos que daban a uno de los jardines, visualicé la figura de Ares, pero este no me había visto. Me congelé en mi lugar mirando la escena, el guardia a mi lado, haciendo lo mismo.

Ares sonreía y hablaba con alguien que no podía ver debido a la columna que ocultaba su figura. ¿Tenía tiempo para estar aquí pero no podía dignarse a verme aunque sea un momento?. De un momento a otro, la figura tras la columna se reveló, una mujer. Las lágrimas empezaron a salir de mis ojos. Aquella chica pasó sus manos por sus facciones. Uno, dos, tres segundos. Nada. Ares dejaba que continuara su intromisión.

—Kala, será mejor que la saque de aquí. —dijo mi acompañante mientras miraba lo mismo que yo. Ya no tenía nada que hacer aquí. Me ofreció su mano, y sin dudarlo, la tomé.

En ese mismo instante, los ojos de Ares se posaron en nosotros, rabia en su mirada. ¿Cómo puede estar molesto después lo que me ha hecho? Me giré aún con la mano del guardia sostenida. Y empezamos a caminar a la paz.

—¡Kala! ¡Kala! —gritaba Ares intentando llamar mi atención. Seguí caminando a pesar de saber que ya estaba a unos pasos de nosotros. Sentí u pequeño dolor en mi brazo cuando la persona que sostenía mi mano fue lanzada a un lado.

Miré a Ares con más rabia que con la que él miraba al inocente hombre. Corrí hasta su lado, asegurándome de que estuviera bien. La rabia de Ares se convirtió en dolor cuando vio que estaba más preocupada por aquel chico, que por él. 

—Nadie toca mis cosas. —dijo Ares mientras yo ayudaba al otro a ponerse de pie. Lo miré con rabia y me dirigí a él. 

—¿Tus cosas? —dije con sarcasmo—. En primer lugar, no soy una cosa, soy una persona. Y usted, dios, no es mi dueño. Soy una mujer comprometida y este joven, solo me estaba acompañando, porque a diferencia de usted, él si conoce el término respeto. —Ares escuchaba sin poder creerlo.

—¿Por qué me tratas así? —preguntó. Dolía, pero él inicio todo.

—¿Yo? Solo lo trato como debo hacerlo, ahora, si me permite debo volver a casa junto a mi prometido y usted, a retomar el momento de pasión que dejó por venir a entrometerse en lo que no le concierne. —sus ojos se abrieron como si por fin entendiera el por qué de mi actitud. 

—Kala, no es lo que crees, te juro que y-

—Mire señor, lo que usted hago realmente no es asunto mío. Total, usted y yo no somos nada. —mi acompañante se mantenía en silencio, y Ares, solo lloraba. Sabía que lo había dañado—. ¿Nos vamos? —pregunté dirigiéndome al guardia mientras le ofrecía mi mano.

—Kala —dijo Ares con bastante rabia entre las lágrimas que soltaba.

El guardia estuvo considerando si aceptar la invitación a tomar mi mano. Pero cuando no obtuve respuesta, me apresuré a entrelazarlas por mi cuenta.

—Kala, escúchame. —pedía Ares desesperadamente. 

—Hasta nunca, Ares. —dije antes de empezar a caminar junto al guardia. 

Al salir del templo no pude aguantar mis lágrimas, y el hombre a mi lado trataba de consolarme sin romper mi espacio personal. Agradecía el gesto.

—Señorita, tranquila. Las cosas siempre suceden por algo. Tal vez usted pueda ser feliz con otra persona, aún es muy joven y hermosa, con todo respeto. —le di una pequeña sonrisa que me fue devuelta.

—Podrías… ¿no contarle a Hefesto? —pregunté, apenada por pedirle más de lo que ya había hecho.

—Tranquila, es un secreto. Pero si quiere podemos ir a otra parte para que se calme. —asentí y empezamos a caminar, nuestras manos seguían entrelazadas. Volteé mi vista solo para encontrar a Ares en la entrada, llorando, y pidiendo a través de su mirada que no me fuera. Muy tarde Ares, demasiado. 

Era momento de iniciar nuevamente.

ENTRIÓN II: El retorno de los dioses [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora