Treinta y Dos

1.8K 208 676
                                    

Gerard tenía una pequeña sonrisa al sentir el vapor en su rostro mientras servía en un tazón el caldo de pollo con vegetales que le había llevado treinta minutos de preparación; olía muy bien, y le resultaba reconfortante. Esperaba que a Frank le gustara y se sintiera mejor.

El mayor había estado de mal humor cuando hizo una parada en un supermercado para comprar los ingredientes, y se quejó mucho diciendo que sólo quería regresar a casa lo antes posible para tomar una aspirina para el dolor de cabeza, cepillar sus dientes, darse una ducha y dormir.

Lo que el pelirrojo no sabía era que el mayor sólo estaba abrumado por sus atenciones.

Cuando llegaron a casa, Gerard fue el primero en entrar, fue directo a la sala, dejó la bolsa con sus compras en la mesa de café, para luego acomodar el oso de peluche gigante y su mochila en el sillón individual. Después acomodó un par de cojines contra el reposabrazos del sofá para que el mayor se acostara y acomodara su cabeza en ellos, para finalmente ir él mismo por una manta para arroparlo, además de llevarle su aspirina y un vaso de agua.

Y Frank sólo no sabía qué hacer al respecto. Tenía mucho que procesar, eso es todo.

Sentía que, al cuidarlo, Gerard estaba haciendo demasiado por él, pues ya se había esforzado bastante en hacer que su primera vez en Coney Island fuese agradable y memorable.

Este había sido, sin duda alguna, un día muy diferente para él y no sabía muy bien cómo sentirse. Estuvo fuera de su zona de confort todo el tiempo y, a pesar de la manera en que todo terminó, no se arrepiente de ello.

— Aquí está tu sopita. — Dijo Gerard sentándose a su lado, por lo que él, que estaba acostado, se sentó flexionando sus rodillas para poder sostener bien el tazón.

— Gracias... No tenías que hacer esto por mí.

— Puedo hacer más. Si quieres, puedo alimentarte porque estás débil.

— No estoy en mi lecho de muerte, Gerard. — Soltó una risa burlona antes de probar la sopa y darle su aprobación, lo que hizo muy feliz al pelirrojo.

— Pues a mí me parecía que estabas viendo tu vida pasar frente a tus ojos cuando estuvimos en el disco.

— ¡Así fue! Pero ahora estoy mejor.

— A pesar de todo... ¿Lo pasaste bien? — Pregunta recostando sus brazos y su mentón sobre las rodillas del mayor. — Es lo único que me importa.

— Sí. Desearía no haber subido a los últimos juegos porque realmente me hicieron mierda pero... Aun así, creo que fue un gran día; me divertí mucho contigo.

— No estabas obligado a subir a los últimos juegos; en especial al disco. — Dijo risueño.

— Cállate. Quería ser un caballero y acompañarte.

— Me aplastaste la mano.

— ¡Pero no fue mi intención! Qué malagradecido eres, casi muero por tu culpa.

— ¡¿Por mi culpa?!

— Sí... Por querer hacerte feliz.

Estas palabras hicieron sentir al menor un poco tonto, como si no supiera disimular por fuera la manera en la que su corazón se aceleró. Por suerte, Frank pareció no notarlo.

— Me hiciste feliz. — Aclara un poco nervioso. — Es decir... Esta... Cita... — Se atrevió a usar la palabra sólo porque Frank ya lo había hecho antes. — En Coney Island se trataba principalmente de ti; quise llevarte para que, por un rato, te olvidaras de todas tus responsabilidades y de tu rara rutina. Pero yo también me divertí mucho, especialmente cuando estuvimos en los autitos chocadores.

The Perfect Pet ; FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora