Treinta y Cinco

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«Bien, hoy es el día». Se dijo mirándose al espejo.

Recién se acababa de duchar después de un largo día en la universidad.

Se dio la vuelta y soltó un largo suspiro antes de comenzar a secar su cuerpo con la toalla, para luego ponerse su suave ropa. Pasó la camiseta sobre su cabeza y la estiró dejando ver la descripción que decía "Made in Brooklyn", algo que suponía que a Frank le parecería muy "soso". Luego se puso sus pantalones grises, de algodón y calientitos, fueron después de su ropa interior, dándole comodidad.

Pero aunque su intención era salir y enfrentar al mayor, se quedó de pie por un buen rato...

Su vista se perdió en el vestido de novia de Lindsey, tan elegante e inmaculado a pesar de no estar terminado aún.

Finalmente volvió a suspirar...

« ¿Qué tienes, Frank?». Se preguntó.

Últimamente, lo encontraba muy deseoso de volver a "lo anterior"; el fetiche y todo... Eso.

No le molestaba... No del todo.

Es decir; lo entendía. Entendía que seguían teniendo un contrato que firmó, con reglas que debía cumplir. Que ambos debían cumplir. Además, él mismo se metió en ese juego de "no enamorarse" y lo firmó, ingenuo y tonto, pensando que odiaría a Frank Iero.

Pero luego empezó a meterse en asuntos que no eran suyos. Y después se volvió adicto a los besos de su amo. Con su idiotez adolescente, viendo doramas todo el día e ilusionándose con historias de amor, cayó por Frank.

Le gustaría decírselo, pero aunque quisiera, no podía; sería un incumplimiento del contrato, lo que podría llevar a que éste fuese roto. Sabe que en temas legales, cuando se demanda a alguien por incumplimiento de contrato, la otra parte debe tomar acciones en menos de quince días, para llegar a un acuerdo o ir a la corte.

Ellos no irían a la corte, claro, pero no quería que ni siquiera pasase por la mente del mayor terminar el contrato.

No podía decirle que estaba enamorado. No. Pero al menos podía preguntarle por qué estaba tan distante, por qué ya no quería convivir con él, por qué no quería dejar de ser el amo... Y aun así se siente incapaz.

Lleva varios días intentando hablar con él. Se repite a sí mismo la frase "hoy es el día", y aun así, el bendito día nunca llega; se convierte en un mañana, en un después.

Pero hoy es diferente.

Hoy se armó de valor y salió de su habitación decidido a enfrentarlo, cara a cara.

Han pasado dos semanas desde que se coló a su compañía y lo llevó a la cita. El menor no sabe exactamente por qué, pero fue ese día cuando las cosas cambiaron.

Al escuchar a Frank decir que tuvo un mal día en el trabajo y que gracias a ello no se sentía cómodo, quiso hacer algo por él, algo que sabía que le gustaría, y ya que no hay nada en este mundo que le guste a más a Frank que ser un Dom, entonces lo dejó hacer con él lo que quisiera, y se ganó un castigo a propósito para que desquitara su rabia con él.

Después de eso tuvieron buen sexo, él terminó exhausto y adolorido, así que lo único que quería al terminar era acurrucarse en los brazos del mayor, cosa que se había vuelto frecuente después del sexo y que a él le parecía lo mejor del mundo. Sin embargo, esta vez no sucedió... Cuando quiso recostar su cabeza en aquel pecho tatuado y envolverlo con sus brazos, Frank, visiblemente incómodo al respecto, se separó de él, y sin decir nada, se levantó, se puso su ropa y lo dejó solo en la habitación.

The Perfect Pet ; FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora