Mi celular comenzó a vibrar muy temprano esa mañana del lunes, lo que indicaba que era hora de despertarme. Siempre intentaba levantarme antes de que mi madre lo haga, para poder salir de casa antes de que lo note y me impida hacerlo. Tomé una ducha rápida, me cambié y bajé las escaleras con cuidado de no hacer ruido. No me tomé la molestia de desayunar porque ya sabía con quien iba a compartir mi primera comida del día. Vigilé que no hubiera nadie en el comedor y salí de casa exitosamente.
Se preguntarán por qué hago todo esto, ¿no? Mi vida no es la de una adolescente feliz. Por lo menos no lo es desde hace dos años. Vivo sola con mi madre en Buenos Aires y asisto al Studio On Beat, donde estudio música, mi pasión y único remedio. La verdad es que mi vida no era así hace unos años pero, desde que perdimos a mi padre esa noche de febrero, todo cambió para mí. Mi madre decidió culparme por todo lo sucedido y comenzó a desquitarse conmigo, a tratarme con odio y frialdad. Me quitó absolutamente todo lo que quería: me obligó a mudarme de hogar, a seprarme de mis amigos y de mi novio en aquel entonces y, lo que yo creo peor, a dejar la música. Por supuesto que esto último no lo cumplí, ya que no puedo vivir sin ella, pero esa era la razón de por qué escapaba de mamá cada mañana.
Estaba tan sumergida en mis pensamientos que no me había dado cuenta de que ya había llegado a mi destino. Observé aquella casa durante unos minutos, y luego decidir tocar el timbre. Unos segundo más tarde ese rostro tan familiar abrió la puerta y me recibió con un cálido abrazo.
- ¡Ludmila!- dijo mientras me abrazaba- Has llegado un poco más tarde hoy, pequeña.
- ¿Ah si? ¿Qué hora es?- dije mientras me liberaba de sus brazos.
-Casi son las ocho- respondió con una mueca.
-¡Oh por dios! Abuela me tengo que ir, llegaré tarde al Studio, ¡adios!- solté apresurada por irme, ya que ni cuenta me había dado de lo tarde que era.
-¿No vas a desayunar querida?- tuvo que elevar su tono de voz ya que me encontraba a unos metros de ella.
-¡No, gracias! ¡Te veo luego!- grité mientras corría. No era la primera vez que comenzaba mi día sin desayunar por lo que me daba igual.
Como se habrán dado cuenta, tengo a alguien en esta vida que si me quiere. Esther, aquella tierna y dulce ancianita, que puede cambiarme mi humor con uno de sus cálidos abrazos, es mi abuela, la madre de mi padre. Mi padre era exactamente igual a ella: amoroso, amigable y ocurrente, lo que no quita que fuera duro y resentido con aquel que se metía con sus seres queridos. Es por ello que, cuando yo le conté a mi abuela cómo me trataba mi madre luego de perder a mi padre, se enojó muchísimo con ella, y estuvo en todo momento a mi lado, hasta se mudó cuando nosotras lo hicimos. Fue y es la única que estuvo conmigo y me apoyó en todo momento, y se lo agradezco eternamente. Es por eso que la quiero tanto.
Luego de correr por las calles del centro de Buenos Aires durante unos diez minutos, logré llegar al Studio, lugar donde olvidaba absolutamente todos mis problemas... Bueno, por lo menos durante unas horas. Me adentré en aquel colorido y alegre edificio, y me dirigí al salon de música, donde se encontraban todos los alumnos escuchando atentamente a Pablo, el director, quien se encontraba al lado de un chico que no había visto antes por aquí.
Al parecer había llegado tarde.
Entré avergonzada al salón, y de repente todas las miradas se dirigieron a mi.
P.O.V. Federico:
La puerta del salón de música se abrió, dejando aparecer a una hermosa chica rubia detrás de ella. No la había visto antes, por lo que supuse que era nueva. Era realmente linda: cabello rubio que llegaba hasta su cintura, facciones de muñeca y un cuerpo de modelo. La voz de Pablo se adentró en mis oídos, interrumpiendo mis pensamientos.
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Una Dulce Apuesta (Fedemila)
Fanfiction—Gánate a la rubia— Sonrió mi amigo, desafiante. —¿Cómo?— dije sorprendido, esperando a que me cuente más. —Gánatela. Haz que Ludmila se enamore de ti, y luego rómpele el corazón en frente de todos, ¿que te parece? Extendió su mano hacia mi, mirá...