49 Pt. 1

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Marzo - 4 años

Aquel inicio de primavera se sentía demasiado frío. Lucian miraba la luz que entraba por la diminuta ventana de su pequeña habitación, por la cual veía pasar los días. Tenía curiosidad por lo que había más allá de lo que alcanzaban a ver sus ojos, ese par de árboles que cambiaban con las estaciones. Rara vez abandonaba la habitación y cuando lo hacía, era para su revisión mensual, siguiendo los mismos lúgubres pasillos.

La puerta se abrió, entrando por ella la misma Beta de ojos verdes y cabellos canosos que siempre iba a hacerle compañía, al menos por unas horas antes de que notaran su ausencia.

—Hola Lucian —hablo con dulzura, acercándose al pequeño que estaba sentando sobre su cama dándole la espalda—. ¿Cómo amaneciste?

—Bien.

La Beta lo miro con tristeza, deseaba tanto sacarlo de ahí, pero el miedo podía más que cualquier deseo de escapar. Acaricio una de las tantas cicatrices de su brazo de manera inconsciente, antes de observar las diminutas marcas circulares en su antebrazo. Ya era hora.

—Hoy me acompañaras a un lugar diferente —hablo tratando de sonar alegre.

El pequeño Omega de cabellos marrones finalmente volteo a verla, sus ojos brillando ante la mención de algo nuevo. Se sentó en la orilla de su pequeña cama y la miro expectante.

—¿A dónde iremos?

El entusiasmo en su rostro fue como una daga en el corazón de la Beta. Aquellos ojos grises la miraban tan llenos de vida y alegría, que no merecía estar frente a ellos. ¿La verían igual después de hoy?

—Es una sorpresa.

Agarro la mano del pequeño antes de salir y caminar por aquellos pasillos tan fríos y solitarios que nadie podría sentirse tranquilo o siquiera bienvenido. Trataba de mantener la sonrisa, pero con cada paso que daba eso parecía imposible. Había cuidado del pequeño desde que se lo entregaron en brazos, llorando por la ausencia de su madre, de la cual fue arrebatado apenas con un mes de nacido.

El tener que verla cada día, engañada por las mentiras que le fueron dichas y sin saber el paradero de su pequeño, era otra daga en su pecho.

—Ya llegamos.

Abrió la puerta y soltó su mano, empujándolo suavemente por la espalda para que entrara. Lucian estaba nervioso, dentro de la habitación no había más que unas cuantas sillas, tan blancas como las paredes, una pequeña mesa y unos cuantos aparatos que no conocía. El miedo empezó a correr por sus venas y este aumento cuando escucho la puerta cerrarse a sus espaldas.

Trato de abrirla, pero esta tenía un mecanismo especial y, a menos de que tuvieras la llave, resultaba imposible abrirla desde adentro. La golpeo un par de veces, lagrimas saliendo de sus ojos como producto del miedo que sentía sin razón aparente.

—¡Lydia, no quiero estar aquí!

Golpeó de nuevo, esta vez con más fuerza.

—¡Lydia!

Su llanto reboto entre las cuatro paredes, siendo lo único que se podía escuchar en aquella soledad. Al menos así fue hasta que otra puerta se abrió, una que apenas se podía ver debido a su similitud de tono con las paredes. De ella entro una Omega de cabellera rubia, la cual lo miraba con miedo, pero también con emoción.

—¿Por qué lloras? —preguntó acercándose poco a poco, tratando de descifrarlo con cada pequeño paso que daba.

Ambos tenían la misma edad y no entendían que estaba pasando a su alrededor, pero la curiosidad que sentían por el otro pudo aplacar poco a poco el miedo en sus corazones. Lucian se veía incapacitado de quitar sus ojos de ella, temeroso de que de hacerlo, aquella niña desapareciera y volviera a quedarse solo.

Besos de Hielo - Omegaverse - ViktuuriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora