Querida, Madi:
Tal vez pensarás que no es la manera más idónea de que yo comience una carta dirigida a ti, pero para mí es la manera perfecta. Es algo que nunca te dije de propia voz y lamento mucho eso, pero espero que, cuando leas esto, realmente creas en mis palabras.
Para poder explicarme y que me entiendas, creo que debería empezar por contarte una historia, no cualquiera, la mía.
Espero que no pienses que solo intento justificarme, aunque un poco sea así, pero es que realmente deseo llegar a ti, no obstante que ya no esté cerca.
Imagíname más joven, más entero, con un rostro afable. Deja de lado, por un momento, a ese viejo hostil que tanto me duele hayas conocido.
Deja llevarte un rato por la imaginación y ve en mí a un hombre enamorado casado con la mujer de sus sueños.
Luego piensa en ese mismo hombre, sosteniendo en brazos a una niña con la tez blanca, el cabello castaño y rizado y los ojos color chocolate, así como los tuyos.
¡La época más maravillosa de mi vida!, o al menos así la vi en ese entonces.
¿Lo has hecho ya? ¿Está ese hombre a tu lado leyéndote esta carta?
Tenía treinta y nueve años cuando perdí a tu abuela. Fue un infarto, algo extraño en alguien tan joven, pero a veces pasa. Tu madre, Abigail, tenía ocho.
En esos tiempos me quebré un poco y no me recompuse nunca, pero tenía a mi lado a una niña que me necesitaba y que me exigía amor con solo mirarme con sus ojos color chocolate, y yo fui feliz brindándole todo el amor que creí que me quedaba.
Tu abuela y tu madre fueron las mujeres de mi vida, pero déjame aclararte algo en este instante, también lo fuiste tú.
Ya sabes la historia de la partida de tu madre, por lo que no creo que daba narrarte nada de eso, pero sí creo que debo decirte cómo fue que me sentí.
Es cierto eso que dicen que ningún padre debería sobrevivir a sus hijos. No es natural. Lo natural sería que ellos vivieran muchísimo más, lo suficiente para tener una vida plena y llegar a conocer a sus propios nietos.
Perder a tu abuela fue terrible, pero perder a tu madre, acabó conmigo, y verte a ti, viva imagen de tu madre, de algún modo hacía más plausible su ausencia.
¿Puedes adivinar qué viene a continuación? Así es, la parte de las lamentaciones, la de los siento, la de los ojalá que me perdones.
Sé bien que lo que te cuento de ninguna manera puede justificar cómo te traté, aunque realmente espero que puedas perdonarme por no haberte demostrado cuánto te quería, por haberte orillado a abandonar tu hogar, a Patrick, en fin, todo lo que era importante para ti.
Únicamente espero, de algún modo, poder devolverte un poco de todo lo que creíste perdido.
¿Alguna vez te has arrepentido de algo? Supongo que sí, creo que todo ser humano lleva a cuestas algún arrepentimiento, los peores, a mi juicio, de algo que no se hizo o de algo que no se alcanzó a decir.
Mi arrepentimiento más grande has sido tú, Madi, y ahora estoy seguro que no alcanzaré a abrazarte o siquiera a escuchar de nuevo tu voz, pero no quiero que tú vivas así.
Para ti, como se lo deseé a tu madre, quiero una vida plena, una que no esté cargada de lamentaciones ni de soledad. Para ti deseo felicidad.
Tengo la esperanza de que no dejes que el miedo dirija tu vida. Que no dejes que el rencor gane la batalla. Tengo la esperanza de que puedas perdonar.
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OTRA OPORTUNIDAD PARA EL AMOR
RomanceDISPONIBLE YA EN AMAZON EN VERSIÓN KINDLE, PASTA BLANDA Y PASTA DURA. ESCENAS EXTENDIDAS. Se despidió con una nota que dejó en su habitación. No pudo decírselo de frente y mirarlo a los ojos. Tenía dieciocho años y no sabía como expresar con palabra...