Capítulo 22

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CAPÍTULO 22

Apenas llegó a Field of Angels, Madison se encerró en su habitación. No quería ver a nadie, necesitaba pensar. La mujer que la había atendido en el asilo, resultó ser amiga de su abuelo. Madison no la hubiera reconocido si ella no le hubiera dicho quien era. Esperaba que le llamaran la atención, pero por el contrario, Emily Roberts, se mostró muy amable.

Como directora del asilo, Emily conocía muy bien la situación del padre de Patrick. «Al señor Evans le hará muy bien que vengas a visitarlo, Madi», le había dicho, después de explicarle que su enfermedad estaba muy avanzada. Le habían diagnosticado Alzheimer hace ya varios años. Patrick se había hecho cargo de él, pero después de un tiempo le resultó imposible tenerlo en casa, su padre ya no lo reconocía y algunas veces se comportaba de forma violenta.

Madison trató de imaginar el escenario en que un padre olvida por completo a su hijo, sabía que sucedía todos los días, mucha gente padecía esa enfermedad, pero no conseguía imaginar a Patrick pasando por esa situación, y además sobrellevándolo solo.

Salió de la oficina de Emily Roberts ante la mirada desdeñosa de la mujer rubia de recepción, y con la promesa de que acudiría a visitar al señor Evans cada semana, los días martes, para evitar encontrarse con Patrick.

Resting Garden quedó a su espalda, y mientras conducía a Field of Angels, Isaac Evans ocupó por completo sus pensamientos, no pudo quitarse esa imagen del hombre consumido por la enfermedad, que no cuadraba con aquella que le proporcionaba sus recuerdos. Los ojos azules siguieron allí, imperturbables, muchas horas después, cuando el sol se ocultó y ya entrada la madrugada consiguió por fin dormirse.

Los días se sucedieron como si nada hubiera pasado. Madison no hizo ningún comentario a Patrick acerca de su padre, y siguió con sus labores normales en la hacienda.

Comenzaba a sentirse distinta, acaso era porque desde su llegada a Philipsburg no había pintado absolutamente nada. Extrañaba sentir los pinceles en sus dedos, el aroma de su estudio, el lienzo blanco frente a ella e ir transformándolo hasta que las imágenes se hacían perceptibles.

Le maravillaba como el pintar la hacía cambiar, era como estar en otro mundo, lejos de todo y de todos, era su vía de escape y ahora no hallaba el modo de escabullirse del sentimiento de culpa que la anegaba por mentirle a Patrick.

Su trato con él se había vuelto demasiado amable, evitaba pelear, discutir con él y procuraba no llevarle la contraria, por más difícil que le resultara hacerlo. Patrick tenía las dificultades suficientes como para que encima ella le provocara más, y él había comenzado a notarlo, nada le pasaba desapercibido, así que la molestaba, la incitaba, pero Madison se había mostrado impasible siempre pensando en su padre enfermo.

—Necesito que firmes unos papeles —le dijo Patrick un día, cuando los dos se encontraban en la cocina a la hora de la comida.

—Está bien.

Patrick se cruzó de brazos.

—¿No vas a preguntarme de qué son los papeles?

—No —Madison bostezó.

—¿Por qué no?

—Confío en ti.

—¿En verdad?

—Sí, estoy segura que no harías nada para perjudicarme.

Patrick sonrió irónicamente.

—¿Y? —preguntó Madison—. ¿Los papeles?

—Están en la oficina.

Martha abrió los ojos de par en par, esperando la reacción de Madison.

—Es broma, ¿no? —dijo Madison.

Desde que había regresado a Field of Angels había evitado a toda costa entrar a ciertos lugares, uno de ellos era esa oficina, la que había sido de su abuelo y de su padre. Patrick no la entendía, él entraba y salía de ahí como si fuera suya, pasaba varias horas a la semana allí dentro, realizando labores respecto de la administración de la hacienda, pero ella simplemente no podía hacerlo.

Llevaba un bagaje a cuestas y no sabía cómo desprenderse de todo, de lo inservible, de los rencores, de las lamentaciones por haber pasado tanto tiempo lejos de su hogar, lejos de Martha, de Patrick, lejos de su abuelo…

No podía explicárselo a Patrick, para eso tendrían que hablar de muchas otras cosas. Él seguramente habría forjado durante todos esos años sus propios rencores, y Madison tenía miedo de lo que pudiera echarle en cara, de que una vez que lo hablaran se dieran cuenta que no existía modo de dar marcha atrás. Sufría pensando que no podría recuperar lo que había sido suyo, que lo hubiera perdido por completo.

—Pues tráelos —pidió Madison en un tono malhumorado.

—No, vamos por ellos.

Madison se envaró.

—¡He dicho que los traigas!

—Vaya, así que la Madison de siempre sigue allí. Tal vez te suene raro, pero creo que prefiero a la Madison que me hace frente a la otra sosa que ha estado rondando por la hacienda.

—¿Sosa? ¿Te atreves a llamarme sosa?

Las mejillas de Madison estaban rojas hasta tal punto que parecían arder. Patrick hizo caso omiso de la pregunta.

—¿Te da miedo entrar? —continuó Patrick, provocando más a Madison—. Esta faceta tuya es nueva. Madison la miedosa —soltó una carcajada.

Madison lo ignoró y se levantó lentamente de la silla. No quería discutir con Patrick, así que inició su maniobra evasiva.

—¿A dónde vas? —preguntó él.

—Lejos de ti.

—Niña tonta —murmuró Patrick.

Madison explotó ante el comentario, regresó sobre sus pasos y antes de que Patrick pudiera reaccionar le lanzó a la cara la limonada que hasta hace unos momentos estaba bebiendo.

—¡Imbécil! —le gritó ella y salió de la cocina.

Patrick no se mostró molesto, lamió sus labios probando los restos de la limonada y sonrió ante el enfrentamiento.

—¡Volvió! —le dijo a Martha, y fue en busca de Madison.   

OTRA OPORTUNIDAD PARA EL AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora