CAPÍTULO 18
Patrick convenció a Madison para ir al pueblo. Realmente no necesitaba que ella fuera, pero desde que había acudido al cementerio se mostraba algo distinta. Quizá nadie lo notara, pero Patrick la conocía demasiado bien.
La vigilaba a cada instante con la idea de que en cualquier momento se desmoronaría, no obstante que siguiera bromeando con los empleados y manteniéndose ocupada, y para colmo ya no la había visto dibujar, aunque de eso sabía muy bien que él era el único culpable.
Tenían que recoger un par de computadoras para mantener organizada la contabilidad de la hacienda y después de eso no había un plan. Patrick esperaba que pudieran pasar el resto de la tarde en el pueblo, distrayéndose con las actividades que con motivo del aniversario de su fundación se estaban llevando a cabo.
Llegaron al pueblo y de inmediato se hizo manifiesta la celebración. De las ventanas de las casas colgaban banderines, los establecimientos lucían adornos en tonos azul y blanco, las calles estaban llenas de turistas y había series de luces que llegaban hasta la plaza principal.
—Tenemos que verlo de noche, ¿no crees? —dijo Patrick.
Madison se encogió de hombros y no respondió.
Patrick se estacionó cerca de un restaurante de comida típica y avanzó hasta un local con un cartel enorme que decía: «Philipsburg Hardware». Madison lo siguió a corta distancia.
—¡Louise! —llamó Patrick apenas entraron al establecimiento.
Un joven con gafas de fondo de botella asomó la cabeza por una cortina, tenía las manos sucias y de un color azulado.
—Tinta de impresora —aclaró al notar la mirada de Madison fija en sus manos, después se dirigió a Patrick—. Tengo las computadoras, ahora las traigo —y volvió a desaparecer tras la cortina.
En cuestión de minutos las computadoras estuvieron cargadas en la camioneta y Madison lista para regresar a casa, aunque Patrick tenía otros planes.
—Quiero un helado. ¿Tú quieres uno?
Madison negó con la cabeza.
—Quizá prefieras chocolates —aventuró Patrick—. Ya que estamos aquí podemos ir al Sweet Palace.
—¿Qué es lo que pretendes? —preguntó Madison, Patrick sabía perfectamente que los chocolates eran su debilidad.
—Nada, lo juro —respondió Patrick levantando las manos—. Ahora que si no quieres, pues no vamos y ya está.
—Bueno.
—¿Bueno sí o bueno no?
—Bueno sí —dijo Madison sonriendo.
El Sweet Palace era uno de los principales atractivos de la localidad. Una tienda de dulces visitada por turistas durante todo el año. Dulces de todo tipo: caramelos de colores con envoltorios brillantes, chiclosos, macizos, agridulces, afrutados, dulces artesanales, chocolates… Se decía que el Sweet Palace ofrecía más de mil tipos de golosinas.
Entraron juntos a este emporio de caramelo, y Patrick no pudo evitar el sentirse entusiasmado al estar ahí con Madison después de tantos años. Había varios niños con sus familias que se mostraban maravillados. El establecimiento, con sus pisos de madera, techo y barandales rosados era como un castillo encantado.
No había modo de que el Sweet Palace no pusiera una sonrisa en el rostro, y Madison no fue la excepción. Salieron de ahí casi dos horas después, cargados de golosinas y además con un oso panda de peluche que Patrick no pudo negarse a comprarle a Madison. Si eso la hacía feliz, entonces le compraría todos los animales de peluche de la tienda.
Atardecía y las series de luces de las calles estaban ya encendidas. Había un bullicio general y se escuchaba música proveniente de la plaza.
—¿Un café? —ofreció Patrick, señalando una pequeña cafetería que estaba cruzando la calle.
—No, vamos a la plaza a ver a los músicos.
Patrick dudó.
—Sabes que yo no bailo.
—No te voy hacer bailar, lo prometo.
Madison tomó a Patrick de la mano incitándolo a avanzar, él sonrió y se dejó arrastrar por ella. Había un grupo de gente reunida frente al quiosco, donde una pequeña orquesta tocaba música a petición del público. Parejas ataviadas en trajes antiguos bailaban alrededor e invitaban a los presentes a hacer lo mismo.
Patrick dio un paso atrás cuando una mujer se acercó para que bailara y Madison soltó una carcajada, entonces un hombre se aproximó a ella e hizo señas a la orquesta para que tocaran una canción lenta, lo que provocó risas entre el público, era un donjuán de aproximadamente unos setenta años. Madison bailó con él hasta que concluyó la canción, entonces el hombre besó su mano y la condujo a donde estaba Patrick.
—Aquí tiene a su dama, señor —le dijo a Patrick, y Madison enrojeció.
El camino de regreso a Field of Angels fue menos tenso, Patrick y Madison no hablaron mucho, pero no se sintieron incómodos, no hubo necesidad de rellenar cada silencio con alguna frase suelta y sin sentido. Ambos se sentían bien estando juntos y eso era palpable. Compartieron un par de dulces, aunque Madison no dejó que Patrick tocara sus chocolates.
Finalmente, Patrick acompañó a Madison hasta la puerta principal, entonces ella se acercó y le dio un tímido beso en la mejilla.
—Gracias.
Patrick hizo un gesto con la mano restándole importancia.
—Nos vemos mañana —se despidió Madison.
—Hasta mañana.
Madison entró a la casa sujetando con fuerza su oso de peluche. Patrick, antes de marcharse, se quedó un momento de pie frente a la puerta. Había sido una excelente tarde.
ESTÁS LEYENDO
OTRA OPORTUNIDAD PARA EL AMOR
RomanceDISPONIBLE YA EN AMAZON EN VERSIÓN KINDLE, PASTA BLANDA Y PASTA DURA. ESCENAS EXTENDIDAS. Se despidió con una nota que dejó en su habitación. No pudo decírselo de frente y mirarlo a los ojos. Tenía dieciocho años y no sabía como expresar con palabra...