Capítulo 30

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CAPÍTULO 30

Patrick y Martha presenciaban la escena sin decir ni una sola palabra. Madison parecía maravillada mientras charlaba amenamente con una chica alta y delgada, que tenía una melena larga y risada, tan roja que parecía refulgir fuego bajo la luz del sol.

La chica bien podría haber pasado por una modelo, con su vestimenta impecable y esos zapatos de tacón que la hacían lucir un poco más alta de lo que ya era. Patrick observó las zapatillas y recordó cuando Madison regresó a Field of Angels, si ella lucía algo perdida con su atuendo, en definitiva esta mujer estaba totalmente fuera de lugar.

—¡Qué bien que estés aquí! —dijo Madison exultante, y se giró hacia Patrick y Martha—. Ella es Gia, mi…

Gia la interrumpió.

—Soy su hermana —y se acercó a Martha dándole un sonoro beso en la mejilla—. Bueno, como si lo fuera. 

Patrick la observó y dio un paso atrás cuando Gia fijó su atención en él. No quería ese tipo de atención de una desconocida. Ella rió y a Patrick le pareció de lo más superficial.

—¿Y tú eres…?

La pregunta incomodó a Patrick, más que nada porque de algún modo estaba seguro de que Gia sabía muy bien quién era él. Madison notó que la atmósfera comenzaba a ponerse tensa y se aproximó unos pasos.

—Él es Patrick.

—Ya —Gia fingió que recordaba —. El amigo de tu infancia, ¿no?

—Ahora soy su novio —Patrick soltó las palabras sin pensarlas, y una vez lo hizo se dio cuenta que había sonado absurdamente territorial.

—¿Ah sí? —Gia parecía divertida—. No mencionaste nada en tus correos, Madison. Bueno, aunque en realidad no mencionabas mucho.

Madison soltó una risa nerviosa.

—Es algo reciente… —y cambió de tema—. ¿Qué les parece si vamos a tomar algo a la casa? ¿Tienes hambre, Gia?

—Vaya que sí.

Martha intervino.

—Les prepararé una jarra de limonada y…

—¿No tendrá algo más fuertecito? —dijo Gia mientras hacia una señal con la mano, indicando que quería un trago.

—¡Gia! —la reprendió Madison—. Son apenas la una de la tarde.

—Pero tengo sed.

—No cambias —Madison comenzó a avanzar hacia la casa, con Gia colgada de su brazo—. ¿Nos acompañas, Patrick?

—No creo que… —Madison le dirigió una mirada que no admitía replicas—. Claro, en un momento las alcanzo.

Cinco minutos de noviazgo y Madison ya empezaba a manejarlo. «¡Mujeres!», pensó Patrick, pero no obstante sonrió.

Gia estaba sentada a la mesa de la cocina con un vaso de whisky en las manos. Miraba atentamente a Madison sin decir una palabra.

—¡Suéltalo ya! —le dijo Madison.

—No sé qué quieres que diga. Te fuiste así sin más. Casi me vuelvo loca cuando fui a buscarte y el portero de tu edificio me dijo que te habías ido de viaje. ¡Sin avisarme!

—No exageres. Traté de hacerlo pero no respondiste el teléfono. ¡Raro! Y tú nunca escuchas tus mensajes. Obviamente no es mi culpa.

—¿Es por él que viniste aquí? Creí que odiabas este lugar.

Gia no tuvo que aclarar a quién se refería cuando decía él.

—Yo… —Madison agachó la mirada—. Tenía que volver algún día, ¿no?

—¿Te sedujo?

Madison miró a Gia entrecerrando los ojos.

—¿Qué clase de pregunta es esa?

—¡Lo hizo! No te culpo, ese hombre no está nada mal.

—¿Nada mal? Es casi perfecto.

—¡Oh, por Dios! ¿Qué han hecho de ti?

Ambas soltaron una sonora carcajada.

—Te extrañé —dijo Madison.

—Y yo a ti. Entonces, ¿sí fue por él que regresaste aquí? —volvió a preguntar Gia, sin dejar pasar el tema.

—Fueron muchas cosas, creo que… —Madison dudó—. Quizá debamos hablarlo en otro lado.

En ese momento Patrick entró en la cocina.

—¿Poniéndose al día?

Madison desvió la mirada, lo cual a Patrick se le hizo extraño, pero no dijo nada.

—Sólo charlando —respondió Gia.

Patrick tomó una silla y se sentó, frunció el ceño cuando vio el vaso de whisky en las manos de Gia. Aunque él de vez en cuando bebía, no era muy adepto al alcohol.

—¿Cuándo llegaste a Philipsburg? —preguntó Patrick.

—Anoche.

—¿Llegaste desde anoche? ¿Por qué no me avisaste? —le regañó Madison.

—Estaba muy cansada, así que renté una habitación en un hotel del pueblo. ¡Una monada! Todo aquí parece como sacado de un libro de cuentos, ¿no?

—Nada parecido a Nueva York —señaló Patrick.

—¿Conoces Nueva York?

—Estudié allí.

Gia lo miró de un modo distinto, como sopesándolo.

—Genial.

—¿Piensas quedarte mucho tiempo? —Patrick soltó la pregunta en tono brusco y se ganó una mirada de reproche de Madison.

—Sólo un par de días… —parecía que Gia no diría nada más, pero agregó: —Mi negocio es el arte, ¿sabes? Soy agente de varios artistas, entre ellos Madison, así que estoy aquí por ella, resulta que el Metropolitan Museum of Art quiere abrir una exposición con su trabajo y quiero llevarla de vuelta a Nueva York.

 —¡¿Hablas en serio?! —comenzó a decir Madison emocionada, y Patrick explotó.

—¡Ella no puede ir a ningún lado! ¡No ahora! —él se levantó de golpe y salió azotando la puerta tras de sí, ante la mirada atónita de Madison y la mirada furiosa de Gia.

OTRA OPORTUNIDAD PARA EL AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora