Capítulo 41

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Quizá la hora no era la más adecuada, eran las 1:15 de la mañana, pero a Patrick no le importó. Madison seguramente se sorprendería de verlo ahí o más bien se asustaría pensando que algo iba mal, y no estaría tan alejada de la realidad.

Aparcó delante de la entrada principal y cuando estaba a punto de descender de su vehículo, su celular comenzó a sonar. La pantalla se encendió y el rostro de Madison le indicó que la llamada entrante era de ella. Era como si la hubiera invocado con la mente.

Se apresuró a responder y el otro lado de la línea le devolvió la voz temblorosa de Madison.

—¿Madi? —preguntó apremiante. La llamada lo había descolocado por completo.

«Es Gia».

—Pero ¿qué es lo que pasa?

«¡No sé! ¡No se mueve! ¡No reacciona!».

Ahora Madison lloraba. Patrick sintió un nudo en el estómago. ¿De qué iba todo eso?

«¿Puedes venir, por favor?».

—Estoy afuera. No te angusties.

Patrick salió a toda carrera de su camioneta y entró a la casa como un bólido, subió las escaleras para llegar al segundo piso y se encaminó hacia donde se encontraban las habitaciones para los huéspedes. Una ligera luz salía de la habitación de Gia. Allí encontró a Madison, de pie al lado de la cama y la pelirroja no se veía nada bien.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Patrick apenas entró en la habitación.

—No podía dormir y al ver su luz encendida quise pasar y platicar un rato con ella, y la encontré así —dijo Madison que temblaba como una hoja.

—Tranquila —intentó calmarla Patrick—. Todo saldrá bien.

Patrick se acercó a Gia y él no puedo evitar pensar que parecía estar muerta, se le notaba demasiado pálida, su piel estaba cubierta por una película de sudor y parecía que no respiraba. Tomó una de sus muñecas y trató de encontrar su pulso, allí estaba, algo débil, pero aún se percibía.

No sabía lo que le había pasado a esa chica, recordaba bien cómo se veía alguien que había bebido hasta la inconsciencia, él en muchas ocasiones había visto así a su padre quien, cuando se enteró de que sufría Alzheimer, había vuelto a caer en el vicio del alcohol, y Gia distaba mucho de verse así.

—¿Sabes si tomó algo, Madison?

Madison abrió desmesuradamente los ojos.

—¿Aparte de alcohol? —había una botella de vodka vacía sobre la alfombra, pero además de lo evidente Madison no podía pensar en nada más—. No lo sé. No tengo la menor idea —agregó sintiéndose torpe.

—Llama a una ambulancia, ¿sí? —le indicó Patrick.

—Ya lo hice. Pero no sé por qué tarda tanto.

Patrick no estaba muy seguro de qué hacer y, ante la mirada asustada de Madison, colocó a Gia de lado y giró suavemente su cabeza hacia atrás para que pudiera respirar mejor. Recordaba vagamente cómo practicar el RCP, pero creyó que no era necesario, pues Gia, aunque débil, estaba respirando.

«Que no se muera, Dios», pensó Patrick.

—Llegaron los paramédicos —anunció Martha haciéndose presente en la habitación, y tanto Patrick como Madison pegaron un brinco, estaban tan adentrados en la escena que tenía lugar ante sus ojos, que ni siquiera habían notado la presencia de Martha y mucho menos el ruido de la sirena de la ambulancia al llegar.

Los paramédicos comenzaron a hacer las preguntas de rutina que ni Madison ni Patrick pudieron responder, en tanto atendían a Gia y la aseguraban a una camilla.

Minutos después subieron a Gia a la ambulancia y Madison se fue con ella. Para Patrick, el seguirlas en su camioneta fue un suplicio, no sólo por el estado que presentaba Gia, sino que el acudir de nueva cuenta al hospital era un duro golpe para Patrick.

Cuando él arribó al hospital, Madison lo esperaba en la entrada principal, se le notaba perturbada, así que se tragó la sensación que le producía encontrarse allí y se enfocó en Madison.

—¿Qué han dicho? —preguntó, pensando lo peor.

—Dicen que presenta signos de una sobredosis —respondió Madison con la cabeza gacha.

Es lo que Patrick había imaginado, aunque no había querido decir nada por temor a la reacción de Madison.

—Ni siquiera sabía que Gia consumiera drogas —siguió Madison—. Se me hace tan extraño, es una imagen que no me cuadra con ella. Sé bien que le gustan las fiestas y que algunas veces bebe un poco más de lo debido, pero ¿drogas? Es algo que haría otra persona, no Gia.

Patrick torció el gesto.

—Quizá no la conoces tan bien —aventuró, sin afán de lastimarla, pero resultaba obvio que así era.

—Quizá tengas razón —reconoció Madison—. Pero eso no altera el hecho de que sigue siendo mi hermana y que nunca la voy a dejar sola.

La afirmación que acababa de hacer Madison le provocó a Patrick un dolor físico que ya había creído extinto. Él, alguna vez, también había pensado que Madison nunca lo dejaría, ambos habían hecho esa promesa, pero la gente cambia y, en ocasiones, no les importa romper promesas, esa era una afirmación que se había repetido durante años, pero ahora pensaba un poco diferente.

Seguía creyendo que las personas efectivamente cambiaban, aunque ya no creía que fuera siempre porque así lo quisieran, ahora tenía la certeza de que muchas veces la vida misma los empujaba a tomar decisiones, buenas o malas, que los hacían enfrentarse a una realidad muy distinta, y ¿cómo sobrevivir si no se cambiaba?

Él había cambiado durante los años que Madison estuvo lejos y, mientras esperaba junto a ella para recibir noticias de Gia, se dio cuenta que había vuelto a cambiar cuando ella regresó, o quién sabe, quizá siempre había sido el mismo y se negaba a admitirlo, y todo por un estúpido rencor que había alimentado por años y que no le había servido de nada.

Tomó la mano de Madison para darle un beso y ella lo miró con una dulzura que provocó que Patrick sintiera una tibieza que le recorría el cuerpo.

—Gracias por estar aquí —dijo Madison.

Y ahora fue el turno de Patrick de hacer una nueva promesa, una que jamás iba a romper.

—Siempre voy a estar contigo, Madi. Nunca te dejaré —afirmó, posponiendo de nueva cuenta la charla que debía tener con Madison.

«Aún tengo tiempo», se dijo, sin imaginar que dentro de poco alguien más hablaría por él.

OTRA OPORTUNIDAD PARA EL AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora