Capítulo 5

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CAPÍTULO 5

Los pasos de Madison resonaron en el piso provocando un eco. Recorrió un largo pasillo mientras con los dedos iba rozando las paredes blancas y observando detalladamente los cuadros que las adornaban. A su izquierda, la lluvia se deslizaba por una hilera de ventanas que proyectaban cada gota convirtiéndolas en pequeñas manchas.  

Todo seguía igual. Era como si el tiempo se hubiera detenido en Field of Angels desde su partida. Siguió avanzando y se aventuró hacia los espacios que conformaban el recibidor, el comedor y, justo frente a ella, la lujosa oficina que había sido de su padre y de su abuelo.

Unas puertas corredizas la invitaban a entrar. Allí había pasado muchas horas, más que nada acompañando a su padre mientras trabajaba, él sacando cuentas y haciendo llamadas para mantener a flote los negocios del abuelo, y ella sentada en la alfombra observándolo mientras jugaba con sus muñecas.

Su padre le contó muchas veces que también a su madre le gustaba quedarse allí horas enteras. Le agradaba pensar en su madre recostada sobre la alfombra, tal y como lo había hecho ella. Nunca la conoció, Abigail Taylor murió cuando dio a luz a una niña que había llegado en una noche de tormenta tal y como esa, en la que la misma niña regresaba a un hogar en el que muchas veces se sintió como una intrusa.

Para Madison el rechazo de su abuelo siempre fue palpable. En ocasiones, el solo hecho de tenerla cerca lo ponía de un terrible humor, era como si no soportara verla. Siendo una niña no entendía por qué su abuelo era así con ella, pero conforme creció se dio cuenta que de algún modo la culpaba por la muerte de su madre, y Madison nunca lo olvidó.

Quería entrar a la oficina, aspirar el aroma de las estanterías de cedro llenas de libros, pero tuvo miedo. Había luchado durante tanto tiempo por desprenderse de los recuerdos que la ataban a Field of Angels, que prefirió quedarse en donde estaba y se conformó con apenas rozar la puerta.

Subió a toda carrera las escaleras que daban al segundo piso —donde se ubicaba su habitación—, y cerró los ojos para no mirar las fotografías que se aglomeraban a su paso. Era demasiado doloroso estar allí. ¿Por qué demonios había regresado?

Entró a su habitación cerrando la puerta tras de sí y lo que encontró fue totalmente distinto a lo que esperaba. El piso, antes alfombrado, ahora era de mosaicos rojo canela, parecidos a los del resto de la casa. Las paredes habían sido pintadas de un color crema que daba a la habitación un toque cálido, y colgaban de ellas cuadros que representaban paisajes.

La litera había sido reemplazada por una cama enorme cubierta con almohadones, y con un edredón blanco salpicado en una de sus esquinas con imágenes de alcatraces amarillos. Los muebles eran de ébano, desde el tocador, la base y cabecera de la cama, los burós, hasta la mecedora ubicada en una de las esquinas de la habitación. Un librero atestado de libros de arte ocupaba toda la pared del fondo. Todo tenía un toque elegante y al mismo tiempo reconfortante.

Madison abrió las puertas que daban al balcón y le sorprendió darse cuenta que era mucho más grande de lo que recordaba. Posó la mano sobre el barandal y sintió el frío del metal bajo sus dedos.

—Tu abuelo decía que algún día regresarías. Quería que encontraras un lugar en el que te sintieras cómoda. Por eso mandó a remodelar todo. Se unieron dos habitaciones y ahora también tienes tu propio baño. ¿Te gusta?

Martha estaba parada en el umbral de la puerta. Madison no la había escuchado entrar. Cuando se decidió a mirarla sus ojos mostraban una actitud dura e indescifrable.

—Encantador, aunque fuera de tiempo, ¿no crees?

A Martha le sorprendió la respuesta, pero no dijo nada. Se acercó a Madison y volvió a abrazarla, instándola a entrar en la habitación y cerrando las puertas del balcón.

—Hace frío afuera y debes de estar helada. Báñate ya, necesitas comer algo.

—Eso me recuerda que necesitaré algo de ropa, tuve un accidente con mi maleta.

Martha señaló una puerta en la que Madison no había reparado: un armario.

—Encontrarás lo que necesites allí.

—¿Qué? ¿También compró ropa?

—Te esperaba hace mucho. Sólo que tardaste en llegar.

Martha salió apresuradamente, dejando a Madison con sus pensamientos como única compañía.

OTRA OPORTUNIDAD PARA EL AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora