Capítulo 15

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CAPÍTULO 15

¡Qué incómodos habían sido los últimos días! No había otro modo de describirlos. «¿Qué clase de hombre besa a una chica y después no dice nada?», pensó Madison una vez más. Un beso que la derritió por completo, una mirada intensa, una ligera caricia y después de eso sólo silencio. Madison había pasado de la paranoia —con la idea de que no era buena besando— a sentirse triste y, actualmente, estaba enteramente furiosa.

Estaba segura de que Patrick sentía algo por ella, varias veces se había encontrado con su mirada y había percibido anhelo, deseo, y se atrevía a creer que amor. Si él la quería, no entendía por qué no había hecho otro intento por acercársele. ¿A qué le tenía miedo él? ¿A que se marchara de nuevo? Si él se lo pedía ella no iría a ningún lado. Aunque de algo estaba segura, si él no sacaba el tema, ella no estaba dispuesta a hacerlo.

El sol del mediodía le quemaba y, bajo el sombrero, Madison sudaba. Había pasado la mañana observando a los adiestradores sin atreverse a acercarse del todo. Lo que esos hombres hacían con los caballos era algo maravilloso, los preparaban afanosamente para la exhibición o bien para la competición. Al verlos realizar varios ejercicios sintió unas ganas inmensas de montar. ¿Hace cuánto que no lo hacía? Antes era buena en eso, pero ahora no estaba muy segura.

Recordaba largos paseos a caballo en compañía de Patrick, salían a todo galope antes de adentrarse al bosque hasta llegar a un estrecho sendero que llevaba a una cascada, en ese lugar habían pasado muchas cosas. ¿Cómo serían ahora las caricias de un hombre experto y no de un muchacho nervioso? Madison se ruborizó sólo de pensarlo, últimamente no era capaz de controlar su pensamientos.

Desvió la mirada para enfocarla en Patrick sólo para repetir lo que se estaba convirtiendo en una letanía.

—Imbécil —susurró.

Patrick se sintió observado, pero no necesitaba darse la vuelta para saber quién le provocaba esa sensación, y en definitiva no quería encontrarse con esa mirada, ya fuera la triste que le partía el alma, o la mirada asesina de los últimos días.

¿Qué pretendía? Se estaba comportando como un patán, sólo que no podía acercarse a Madison, no así, no sin hablar con ella antes, no sin contarle cada detalle del testamento de su abuelo. James Taylor fue para Patrick un gran hombre, le brindó apoyo cuando más lo necesitaba, pero también fue un maldito titiritero, y aún después de muerto seguía moviendo los hilos.

Patrick revisó la montura antes de subir al caballo y trató de enfocarse en lo que estaba haciendo, sólo que se le estaba dificultando la tarea.

—Vamos, tú no me odias, ¿o sí?

El caballo relinchó y trató de deshacerse de su jinete. Patrick desmontó de un salto y se acercó al animal con sigilo.

—Tranquilo —dijo mientras acariciaba el cuello del american paint que pretendía adiestrar—. Te he puesto nervioso, ¿eh? Lo lamento, hoy no soy muy buena compañía.

Se giró y alcanzó a ver como Madison se marchaba junto con Martha, lo cual le pareció extraño pues esta última no tendía a interrumpirlos mientras trabajaban. ¿Habría pasado algo? Salió disparado en dirección a la casa, siguiendo a las dos mujeres. La puerta de la entrada principal estaba abierta.

—¡Esto es hermoso! —dijo Madison.

Patrick cruzó el umbral y se encontró con un desfile de rosas rojas que llenaban el recibidor, y a Madison y a Martha dando saltitos de alegría. Apenas ellas se dieron cuenta de su presencia lo miraron esperanzadas.

—Patrick… —comenzó Madison—. ¡Qué maravilloso detalle!

Patrick se cruzó de brazos y frunció el ceño.

—A mí no me mires, no son de mi parte —apenas lo dijo, se arrepintió.

En el rostro de Madison se instaló una expresión de desencanto que fue rápidamente reemplazada por altivez.

—Por supuesto que no. ¿Cómo pude pensarlo? ¡Tú eres un bruto!

Patrick casi se sintió ofendido por el comentario, pero Madison estaba en lo cierto, él era un bruto y un completo imbécil. ¿De quién demonios eran las flores?

Madison se acercó al primero de los arreglos y sonrió levantando la tarjeta.

—Un verso de Byron —dijo.

—¡Tenemos un poeta! —replicó Patrick.

Martha lo hizo callar con un gesto de la mano.

—Keats —siguió Madison—. Whitman. Blake…

Madison se obligó a sonar entusiasmada para concluir.

—Edmund Rochester. Regresó de su viaje.

OTRA OPORTUNIDAD PARA EL AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora