Capítulo 45

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Para Patrick, los momentos que siguieron a la caída de Madison, fueron interminables. Si Max no lo hubiera detenido la habría cargado en sus brazos y la hubiera llevado él mismo a la clínica, pero el chico le había aconsejado sabiamente que no lo hiciera, no sabían si el moverla podría perjudicar cualquier lesión que le hubiere causado la caída.

Madison seguía inconsciente para cuando llegó la ambulancia. Martha no paraba de llorar y Patrick no sabía qué hacer con ella, realmente no tenía ni las ganas ni el tiempo para tranquilizarla, y fue Max quien se ofreció a llevarla al hospital para que Patrick pudiera ir con Madison en la ambulancia.

«Dios, no te la lleves a ella también», rogó Patrick en tanto se aferraba a la mano de Madison. ¿Qué haría sin ella? El solo imaginarlo le provocó un dolor físico insoportable.

Perder a su padre había sido un golpe duro, pero el perder a Madison, a su alma gemela, al amor y a la mujer de su vida, estaba seguro, lo sumiría en un abismo del que no podría salir.

Cuando arribaron al hospital, a Patrick no le permitieron ir con Madison hasta donde habría de ser atendida, por lo que de nuevo tuvo que esperar en ese pasillo lúgubre con sillas discordantes. Estaba harto de ese hospital y realmente esperaba no volver a pisarlo nunca.

Martha llegó apenas unos minutos después seguida de Max, quien no se despegó de ella, de alguna forma sabía que Patrick no estaba de humor para lidiar con la preocupación de ella, cuando llevaba la suya a cuestas.

«Este chico merece un aumento», pensó Patrick distraídamente.

Casi una hora después el doctor Mills acudió a su encuentro y a Patrick se le revolvió el estómago. Los recuerdos que tenía de ese doctor no eran los mejores, pero cuando sus ojos se encontraron, el doctor le dedicó una sonrisa reconfortante.

—Hola —saludó.

Patrick fue directamente al grano.

—¿Cómo está?

El doctor Mills le dio a Patrick un ligero apretón en el hombro antes de responder.

—Sufrió una conmoción cerebral, de ahí que haya perdido el conocimiento, y además tiene dos costillas rotas, aunque hemos realizado los estudios pertinentes y no parece ser nada grave, de cualquier forma, me gustaría que pasara aquí la noche para monitorearla. Estará muy adolorida, pero se repondrá —finalizó el doctor con una sonrisa y tanto Martha como Patrick se la devolvieron.

—¿Puedo pasar a verla? —se adelantó Patrick y Martha le dedicó una mirada de reproche, aunque no le importó, le daría cinco minutos a Martha para poder verla y después él no se despegaría de Madison.

—Le dimos algunos sedantes para evitarle dolor, por lo que debe estar dormida, pero no hay problema en que pases a verla.

Patrick entró en la habitación donde Madison descansaba intentando hacer el menor ruido posible, a pesar de que el doctor le había dicho que estaba sedada no quería ocasionarle molestia alguna.

Allí tendida, sobre la cama, sumida en un profundo sueño, con los raspones y moratones en el rostro, parecía sumamente frágil, como si cualquier cosa pudiera romperle. Patrick estaba decidido en protegerla, pero ¿cómo protegerla de ella misma? Siempre tan impulsiva, tan necia, tan bravucona.

Madison tenía un carácter difícil de manejar, cuando había hablado con ella sobre Caramelo, Patrick estuvo seguro de que lo había escuchado, por eso jamás cruzó por su cabeza el que se atreviera a montarlo, y se reprochó el no haber puesto la suficiente atención, ella había cedido demasiado fácil y no era propio de ella tal actitud.

Ahora Madison estaba muy lastimada, aunque Patrick sabía que pudo haber sido peor. Su imprudencia pudo costarle la vida, el pensarlo lo hacía temblar de frustración, y no solo eso, también lo invadía un miedo atroz, un miedo imposible de manejar y que nunca había sentido por nadie.

«¡Cómo amo a esta mujer!», pensó. «No puedo arriesgarme a perderla», y en ese momento tomó una estúpida decisión. Hablaría con Paul Crowley y quizá Madison no tenía que enterarse de nada. Quizá él podría arreglar las cosas sin involucrarla. Quizá todo saldría bien.

—No puedo perderte, Madi —dijo en un susurro, mientras tomaba una de las manos de Madison y se acomodaba en la silla apostada al lado de su cama.

OTRA OPORTUNIDAD PARA EL AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora