CAPÍTULO 25
El Ayuntamiento era el edificio más antiguo de Philipsburg. Era una construcción grande de muros y columnas de piedra gris, y tenía una torre en la que había un reloj que hace mucho que no funcionaba. Una escalinata llevaba a la entrada principal, y en ese momento estaba atestada de gente ataviada con sus mejores ropas.
Madison echó un vistazo por la ventanilla del automóvil, Edmund Rochester la acompañaba en el asiento trasero.
—¿Lista? —le dijo él.
Madison hizo un gesto de asentimiento y esperó a que el chofer le abriera la puerta. Edmund la esperaba, tomó su mano para ayudarla a bajar y la condujo hacia el interior del recinto. Varias personas saludaron a Edmund, pero él no se detuvo en ningún momento.
—Sienten curiosidad por ti —dijo—. Pero ya habrá tiempo para presentaciones, seguramente el alcalde se encargará de eso.
Madison sintió un nudo en el estómago apenas escucharlo. Se sentía algo incómoda, las relaciones publicitarias, por decirlo de algún modo, nunca se le habían dado muy bien. En Nueva York tenía gente que le ayudaba en eso, una de sus mejores amigas era la que se hacía cargo, pero en Philipsburg no podía solicitar su apoyo, así que respiró profundo y se dijo que tenía que tranquilizarse.
Un amplio vestíbulo con techo abovedado precedía al salón donde se llevaría a cabo el baile de gala. Edmund hizo un gesto con la mano a Madison, incitándola a mirar hacia arriba.
—¿Te gusta? —preguntó.
Intrincadas figuras adornaban el techo y había imágenes de hombres y mujeres en apariencia danzando. Madison quedó embelesada observando las pinturas, aunque parecía algo dudosa, no recordaba que antes estuvieran ahí, y Edmund se adelantó con la explicación antes de que ella se lo pidiera.
—Fue cuando se hizo la restauración. ¿Recuerdas el techo de madera pintado de ese horrible color café? Pues era un techo falso y abajo estaba eso —señaló con un dedo—. Demasiado hermoso para haber estado tanto tiempo oculto, ¿no crees?
—Es maravilloso —coincidió ella.
—Sabía que te gustaría. Vamos, sigamos a la multitud.
El salón donde se llevaría a cabo el baile estaba a reventar. La gente se encontraba dispersa, de pie alrededor de las mesas donde se serviría la cena o bien ya sentados en los lugares que les correspondían. Un murmullo de voces llenaba el ambiente y, al fondo, una orquesta comenzaba a tocar.
—Nuestro lugar es por aquí.
Edmund parecía saber a donde se dirigía, así que Madison se dejó llevar a una mesa situada cerca de la pista de baile. Un candil francés pendía del techo, justo en el centro de la habitación, y varias lámparas apostadas en cada pared ayudaban a dar más luminosidad al lugar.
Todo lucía elegante y formal. La mantelería de lino era de color marfil y las sillas eran de la misma tonalidad. Un centro de mesa de rosas blancas subía en espiral y en la cúspide una vela blanca titilaba.
—¿Quieres algo de beber? —ofreció Edmund.
—Sí, por favor —sentía la boca seca y moría de sed—. ¿Quizás una copa de champagne?
—Enseguida.
Edmund se levantó, dejándola sola. Una mujer que estaba sentada en su misma mesa la miró fijamente.
—Usted debe ser la pintora, ¿no?
—Madison Taylor —se apresuró a presentarse.
—Mi esposo es seguidor de su trabajo, le encantará conocerla. Mire, ahí viene.
Un hombre robusto con un estómago prominente caminaba en su dirección, era calvo y tenía unas cejas pobladas llenas de canas. El smoking que lucía parecía apretarle mucho, apenas vio a Madison una sonrisa más parecida a una mueca se instaló en su rostro.
—¡No me lo creo! Madison Taylor —se acercó a ella y besó una de sus manos.
—Un gusto conocerlo… —y dudó al no saber su nombre.
—Soy Callum Cooper —y agregó mirando en dirección a la mujer con la que Madison había estado hablando—. La señora es mi esposa, Rebeca Cooper.
Madison sonrió, ¿por qué tardaba tanto Edmund?
—Supongo que no tiene idea de quién soy —continuó el hombre—. Yo era la principal competencia de su abuelo, bueno, en cuanto a caballos se trataba, supongo que ahora soy la de usted —recalcó en tono algo brusco.
—El señor Cooper tiene una hacienda también dedicada a la crianza y comercialización de caballos, Madison —interrumpió Edmund y Madison al verlo se sintió aliviada—. Aunque nada en comparación a Field of Angels.
Callum Cooper soltó una carcajada.
—Eso es algo que diría un Taylor, pero en definitiva no un Rochester —volvió a reír.
Edmund se encogió de hombros.
—Todo el mundo lo sabe.
El hombretón parecía molesto, y se apresuró a sentarse.
—Madi —Edmund le tendió una copa a Madison—. No entiendo porque Bradley Donovan nos sentó junto a este hombre, espero que no te haya importunado.
—Está bien —lo tranquilizó Madison. El hombre no le había caído muy bien, pero tampoco era para tanto.
Madison bebió de su copa y observó a su alrededor. El alcalde se encontraba al otro lado del recinto y apenas la vio se dirigió hacia ella.
—Señorita Taylor —saludó antes de sentarse—. Es un placer contar con su presencia.
—Es un placer para mí el estar aquí —dijo sonriendo, y entonces se dio cuenta. La mesa en la que estaba era la de honor, por eso todas las miradas estaban apostadas en ella.
—¡Cenemos! —anunció el alcalde.
«Que empiece el show», pensó Madison en tanto se servía la cena.
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OTRA OPORTUNIDAD PARA EL AMOR
RomanceDISPONIBLE YA EN AMAZON EN VERSIÓN KINDLE, PASTA BLANDA Y PASTA DURA. ESCENAS EXTENDIDAS. Se despidió con una nota que dejó en su habitación. No pudo decírselo de frente y mirarlo a los ojos. Tenía dieciocho años y no sabía como expresar con palabra...