Capítulo 27

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CAPÍTULO 27

La noche era fría, aunque Madison parecía no percibir la temperatura, la velada había sido maravillosa: bailaron, rieron, conversaron… Caminó junto a Patrick un par de calles hasta llegar a su automóvil. Avanzaban en silencio, tomados de la mano. Patrick la miraba de vez en cuando, como para asegurarse que ella seguía allí y no fuera un sueño.

Las luces de las calles estaban encendidas, pero la quietud de la hora era palpable. Eran casi las tres de la madrugada y parecía que en Philipsburg todos dormían menos ellos dos, que estaban atentos de cada movimiento que el otro hacía.

Todo va bien, nada tiene por qué salir mal, se repetía Patrick, y entonces Madison soltó un gritito ahogado.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—¡Edmund!

—¿Qué con él?

—Pues que lo he olvidado por completo, ni siquiera sé qué fue de él. Quizá debería llamarlo —abrió su bolso para buscar su celular.

—Él está bien… o al menos lo estará.

—¿Qué quieres decir?

—Tuvo una emergencia.

—¡¿Qué tipo de emergencia?!

Parecía que Madison comenzaba a asustarse.

—Nada malo…

—¿Qué ocurrió?

—Pues sucede que recibió una llamada avisándole que su negocio se había incendiado, así que tuvo que irse a Drummond para ver cómo estaban las cosas.

—¡Por Dios! ¿Cómo pudo pasar eso? ¡Tengo que llamarle! —siguió escudriñando en su bolso—. ¿Dónde está el maldito celular?

Patrick le arrebató el bolso.

—Su negocio está bien... Escucha, no quiero que te pongas histérica por lo que voy a decir.

Madison lucía confusa, abría y cerraba la boca sin decir palabra.

—Yo hice la llamada —señaló Patrick, y retrocedió un paso esperando su reacción.

—¡¿Qué hiciste qué?!

—Pues eso…

—¡No lo repitas! —Madison lo miró a los ojos antes de continuar—. ¿Por qué lo hiciste?

—Necesitaba deshacerme de él… para… ¡Tú sabes! —explicó  levantando los brazos.

—Podrías haber pensado en otra cosa.

—¿Estás molesta? —Patrick acortó la distancia entre los dos y comenzó a envolverla en un abrazo.

—Creo que tendrás que disculparte con Edmund.

—¡Qué! ¿Con ese engreído? Ni lo sueñes.

—Mmm, hablaremos de eso luego —ella se soltó del abrazo de Patrick y le arrebató su bolso, un escalofrío le recorrió la espalda y soltó un estornudo.

—¿Tienes frío? —Patrick se apresuró a ponerle su chaqueta sobre los hombros y abrió la puerta del copiloto—. Creo que es hora de llevarte a casa.

Madison subió al auto y esperó a que Patrick lo hiciera también.

—No quiero ir a casa —dijo ella apenas Patrick encendió el motor, y agradeció que la penumbra ocultara su sonrojo.

—Está bien —respondió Patrick, y se sorprendió al sentirse nervioso. ¿Hace cuánto que una mujer lo hacía sentirse así? Trató de recordarlo, entonces reconoció que sólo Madison era capaz de ponerlo nervioso—. Podemos ir a mi casa… si tú quieres.

Ella asintió con un gesto de cabeza apenas perceptible, Patrick tomó su mano y besó su muñeca. El resto del camino lo hicieron en silencio.

Madison no conocía la casa de Patrick y estaba ansiosa por verla. ¿Cómo sería? Había imaginado ese espacio muchas veces, la estructura, el color de las paredes, los muebles, la habitación donde Patrick dormía… ya no tendría que imaginarlo. Los árboles se aglomeraban a ambos lados del camino, entonces éste se hizo más amplio y Madison pudo ver al fin la cabaña de Patrick.

Un pasaje empedrado conducía hasta la casa, del lado izquierdo había una pequeña área cubierta de pasto verde donde podían verse un par de árboles de ciruelos y un manzano; del lado derecho había grava dispersa y más al fondo un pequeño estanque. Madison observó todo atentamente, tratando de captar cada detalle.

—Pues llegamos.

A Patrick le sudaban las manos. Descendió del auto y ayudó a bajar a Madison. Dejó que ella avanzara delante de él, que curioseara.

La estructura de dos pisos no era demasiado grande ni demasiado pequeña, tenía el tamaño ideal. Las tejas rojas sobresalían, contrastando ante el color de la madera. Las persianas de las ventanas eran blancas, la puerta de entrada era de un azul intenso,  y los árboles parecían fundirse con la parte trasera de la casa.

Madison dirigió su vista al segundo piso, donde una mecedora apostada en un balcón llamó su atención. Estaba encantada con todo lo que veía. Era justo como debía ser un hogar. Se detuvo ante el porche y cuando la campana de viento que colgaba de la entrada emitió su sonido característico, se volteó hacia Patrick con una sonrisa pintada en los labios.      

—¿Te gusta? —indagó él—. Sé que no es Field of Angels…

—¡Es una maravilla! —lo interrumpió—. ¿Me vas invitar a pasar?

—¡Claro!

Patrick pasó a su lado y se encaminó hacia la puerta azul, la abrió y Madison cruzó el umbral.

—¿Puedo usar tu tocador? —preguntó ella, antes de que Patrick tuviera oportunidad de siquiera prender las luces del interior.

—Sí, en el segundo piso, es la puerta al fondo del pasillo.

Él la observó subir las escaleras y apenas la perdió de vista corrió hacia la cocina buscando algo para beber y un par de copas, después inspeccionó la sala, revisando que todo estuviera en orden.

Miró los cuadros que colgaban de las paredes y se preguntó si a Madison le gustarían, se dijo que sí. Encendió un par de lámparas y colocó las bebidas en una mesa rectangular en cuyo centro había una figura de un caballo de cristal.

Se sentó en un sillón cerca de la ventana y esperó a que Madison bajara, sólo que tardaba mucho, unos minutos más y decidió ir a buscarla.

El segundo piso estaba prácticamente en penumbra, sólo las luces de afuera, que había encendido apenas llegar a la casa, disipaban un poco la oscuridad.

—¿Madi? ¿Estás bien? —dijo en voz alta.

No hubo respuesta.

Patrick se dirigió al fondo del pasillo, donde la luz del baño se veía encendida, pero al pasar frente a su habitación se detuvo en seco. La puerta estaba abierta de par en par y de la perilla colgaba el vestido de Madison, lo acarició con la mano antes de entrar y, sin dudarlo, cerró la puerta tras de sí.

OTRA OPORTUNIDAD PARA EL AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora