Capítulo 12

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CAPÍTULO 12

Tal y como lo había prometido, Edmund Rochester arribó a primera hora de la mañana a Field of Angels. El ajetreo que trajo consigo anunció su llegada y Madison estuvo presente para recibirlo. A Patrick le sorprendió que la señorita de la casa se hubiera levantado temprano sin necesidad de que una grúa la sacara de su cama, y para colmo parecía que se había esmerado en su arreglo.

Llevaba un ligero maquillaje —no porque lo necesitara— que acentuaba sus rasgos, y cuando pasó al lado de Patrick, su nariz se inundó de un aroma a vainilla que no podía tratarse más que de un perfume caro. Se cruzó de brazos y se fijó en como Madison se acercaba a Edmund y lo saludaba efusivamente, como si se conocieran de años. Parecía que ella lo hacía a propósito.

Patrick condujo a las camionetas por un camino de grava a fin de que se descargara el alimento, y Madison y Edmund lo siguieron a corta distancia. Comenzó a dar órdenes ante la mirada atenta de Madison, ella absorbía cada movimiento que hacía y Patrick se sintió incómodo.

—Yo me encargo del resto —anunció.

La conversación entre Madison y Edmund se detuvo. Madison le dirigió una mirada a Patrick que él no pudo descifrar del todo. Ella parecía algo molesta, pero de inmediato se repuso y se volvió hacia Edmund.

—Dejemos a Patrick hacer su trabajo y vamos a la casa, ¿te parece? Te invito a desayunar, es lo menos que puedo hacer para agradecerte que te hayas tomado la molestia de haber venido hasta acá.

Patrick se arrepintió al instante de su sugerencia. ¿Cómo podía vigilar a Madison si no la tenía cerca?

—Encantado —respondió Edmund, y Madison lo llevó hacia la casa.

La risa de Madison retumbó en los oídos de Patrick y a punto estuvo de darles alcance, sólo se contuvo por el trabajo que tenía que hacer, ya habría tiempo para arruinarles esa especie de cita, él se iba a encargar de que Edmund no llegara a nada con Madison.

El mal humor de Patrick se hizo presente y los demás empleados ni siquiera se atrevían a hacer contacto visual con él. Apresuró a todos de mala manera y seguía dando órdenes a diestra y siniestra, quería acabar pronto. ¿Qué estaría haciendo Madison con ese pretencioso de Edmund Rochester?   

El alimento fue descargado y distribuido en tiempo récord. Los hombres lucían exhaustos y Patrick se dirigió a ellos dándoles un agradecimiento abrupto y se marchó a toda carrera, dejando que todos continuaran con sus ocupaciones.

Entró en la cocina. Martha estaba sentada a la mesa leyendo un periódico del que no despegó los ojos. Patrick se paseó de un lado a otro, bebió un vaso de agua y lo soltó de golpe en el fregadero. ¿Dónde diablos estaría Madison? Esa casa era enorme. Martha al fin soltó una risa.

—Están en el patio trasero.

Se quedó quieto al darse cuenta que necesitaba algún pretexto para aparecerse por allí.

—¿Puedes llevarle esto a Madison? No entiendo cómo es que olvidé llevarla.

Patrick sostuvo, algo dudoso, la jarra de limonada que le ofrecía Martha, no se le ocurrió nada mejor.

Salió disparado hacia el fondo de la casa y pasó de largo por varias habitaciones y estancias. Llegó a un amplio pasillo con ventanas situadas a ambos lados que dejaban entrar la luz del sol, lo recorrió a toda carrera, dejando a su camino restos de limonada.

Una puerta de herrería pintada de blanco conducía al patio trasero, cuando llegó a ella la abrió con un ligero empujón y su mirada inmediatamente se dirigió hacia su derecha, la parte adoquinada en donde varias mesas y sillas de madera estaban dispuestas bajo un bello techo de tejas rojas que servía de resguardo para el sofocante sol, pero Madison y Edmund no estaban ahí.

Sus ojos siguieron buscando, ahora a su izquierda, donde estaba la alberca. «¿No se les habrá ocurrido meterse a nadar?», pensó asustado, rogando no encontrarlos en traje de baño. El agua despedía destellos, tranquila, sin más movimiento que el que provocaba el viento. Soltó un suspiro de alivio.

Por fin, los distinguió al fondo. Estaban sentados en unas sillas de jardín, bajo la sombra de una jacaranda que había llenado el resto de las sillas que rodeaban la mesa de piedra caliza donde desayunaban, de un montón de florecitas lila. Se encaminó hacia ellos.

El sonido de los pasos de Patrick mientras se acercaba fue absorbido por el pasto verde que pisaba, pero Madison ya se había dado cuenta de su presencia. Apenas lo distinguió se había sentido aliviada. Edmund era simpático, pero a decir verdad estaba ya algo aburrida. Aun así, fingió no darse cuenta de nada, cambió de posición y se aproximó un poco más a Edmund.

El gesto descolocó a Patrick por un momento, se tragó una palabrota y procuró poner la mejor de sus sonrisas.

—Chicos, creí que tendrían sed —dijo mientras ponía la jarra de limonada en el centro de la mesa.

Edmund levantó la vista, por vez primera pareció que hubiera perdido toda educación y frunció el cejo sin pretender ocultar su irritación. La interrupción no le había gustado y Patrick estuvo a punto de soltar una carcajada.

—No quería molestar —siguió Patrick, inocente— pero es urgente. Madison, me gustaría que revisaras unos documentos, necesito que firmes unas cosas para arreglar lo del servicio de exportación, y no estaría mal que te dieras una vuelta por las caballerizas, para que vayas conociendo a los empleados y demás.

Madison estuvo a punto de decir que no sólo por llevarle la contraria a Patrick, pero parecía que hablaba muy en serio, además la idea le entusiasmaba, quizá hasta podría montar un rato.

—Oh, sí. Espero que puedas disculparme, Edmund.

—No te preocupes Madison, entiendo que el trabajo nunca se acaba, a mí también me espera un largo día. Creo que ya es hora de que me vaya. ¿Cenamos el viernes?

—¡Joder! —soltó Patrick en un tono no tan quedo como pretendía y se cruzó de brazos.

En otras circunstancias Madison se hubiera inventado cualquier pretexto para declinar la invitación, pero ver a Patrick celoso era fenomenal.

—Será un placer, Edmund. ¿Te parece bien si me llamas para ponernos de acuerdo?

—¡Claro! —respondió el aludido encantado.

—Bien, ha sido un gusto que hayas venido. Te acompaño a la puerta —ofreció Madison, sin embargo, Patrick la interrumpió.

—Yo lo acompaño, así podrás refrescarte un poco. En un momento regreso por ti.

Patrick dio por finalizada la conversación y comenzó a caminar. Edmund le dio un beso en la mejilla a Madison y siguió a Patrick guardando la distancia. Ya en la entrada principal, Edmund subió a su camioneta y esta vez no se despidió de Patrick, sólo se marchó.

Patrick estaba a punto de regresar por Madison, seguramente lo estaría esperando, y aunque era buena idea que ella se familiarizara con la hacienda, se lo pensó mejor.

«¡Qué se quede esperando!», y sonrió ante la idea. 

OTRA OPORTUNIDAD PARA EL AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora