Capítulo 17

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CAPÍTULO 17

—¿No ha llegado?

Patrick formuló esa pregunta por enésima vez ese día. Estaba preocupado por Madison. ¿Y si le había pasado algo? ¿Y si se había marchado de nuevo?

—¿Segura que no te dijo a dónde fue? —volvió a preguntar.

Martha agitó la cabeza y se tapó la cara con las manos. Había anochecido y no había señales de Madison.

—¡Voy a buscarla! —anunció Patrick, justo en el momento en que escucharon el motor de una camioneta.

Martha y él salieron apresurados por la puerta para encontrarse con una Madison sucia, desaliñada y llorosa. Ambos se asustaron apenas verla.

—¡Madison! ¿Qué te pasó?

Patrick tenía miedo de escuchar la respuesta. Madison fue consciente de su estado, debía de verse horrible, deplorable.

—Estoy bien —fue todo lo que atinó a decir y pasó de largo.

—¿A dónde estabas? —Patrick la tomó por el brazo.

Madison lo miró, estaba a punto de echarse a llorar de nuevo, lo único que quería era que la dejaran sola.

—Dije que estoy bien —repitió con firmeza y enfocó sus ojos en la mano de Patrick que seguía apresando su brazo. Patrick la soltó al instante.

—No te ves muy bien —dijo él.

Madison soltó un bufido.

—Estaré en mi habitación, por favor que nadie me moleste. Necesito descansar.

Patrick observó a Madison mientras subía las escaleras. ¿A dónde había estado todo el día? Ella dijo que estaba bien, pero no se veía bien.

—Martha, si necesita algo… —no terminó la frase.

—Te llamo. Anda, vete ya, tú también tienes que descansar.

Patrick se quedó inmóvil por unos instantes, no creía poder conciliar el sueño, no si Madison se encontraba mal. Pensó en quizá quedarse a dormir en alguna de las habitaciones de la casa, pero cambió de idea.

—Sí, estaré pendiente del teléfono —se despidió de Martha dándole un beso en la mejilla y se dirigió a su casa.

Patrick se quedó en el camino de entrada un poco más de lo normal. Su cabaña, ubicada a las afueras de Philipsburg siempre le había resultado acogedora, pero por algún motivo esa noche no le brindó la relajación que siempre le procuraba. Le pareció demasiado solitaria y silenciosa. Con las luces apagadas hasta lucía algo tétrica.

«Si Madison estuviera aquí ejercería su magia sobre este lugar», pensó. «Ella puede darle vida a cualquier cosa».

Estiró la mano y tomó del asiento del pasajero un paquete con comida que le había dado Martha, aunque ni siquiera el olor delicioso que despedía pudo abrirle el apetito. Sentía el estómago revuelto y los músculos agarrotados. Al bajar, azotó la puerta y entró a su casa sólo para buscar en el refrigerador un par de cervezas. Después se sentó en una de las sillas del porche y se quedó allí, preparándose para una larga noche, ni siquiera se molestó en encender las luces.

Patrick despertó todavía de madrugada, seguía vestido y con las botas puestas, se había quedado dormido sobre las cobijas y el frío lo había despertado. La luz de la luna se filtraba por una de las ventanas de su habitación. Se enderezó, se quitó las botas y la ropa y se metió a la cama, sólo que no pudo volver a dormirse.

Las sombras de la noche comenzaron a dispersarse y se levantó antes de que amaneciera. Se sentía cansado y tenso. Entró en el baño y se dio una ducha rápida, se vistió y salió deprisa hacia Field of Angels, quería saber cómo seguía Madison.

Cuando Patrick llegó a la hacienda fue directo a buscar a Martha, la encontró en la cocina como cada mañana. Omitió los buenos días y fue directo al grano.

—¿Y? —fue todo lo que dijo.

Martha lo miró por un instante antes de responder.

—Parece que ayer estuvo llorando…

—No me digas —la interrumpió Patrick malhumorado, eso era algo que ya sabía.

—Pues resulta que no sé por qué. Anoche toqué a su puerta y como no me contestó entré a verla. Se había bañado y estaba profundamente dormida. La verdad es que me tranquilizó un poco verla así, se le veía exhausta…

—¿Y? —volvió a interrumpirla Patrick.

—Pues nada, no he podido hablar con ella.

—¿Sigue dormida?

—No, salió hace como media hora y se fue directo a las caballerizas.

Patrick miró a Martha con un gesto que parecía indicar que debió haber empezado por ahí y salió de la cocina para buscar a Madison.

El cielo tenía un tono rosado, aún no amanecía del todo y se sentía algo de frío. Madison estaba frente a las caballerizas, tenía el rostro apoyado en el cuello de un caballo blanco y estaba muy quieta. Se le veía tan apacible que Patrick dudó en interrumpirla, disfrutó de esa imagen unos minutos más y entonces se le acercó.

—Buenos días.

Madison se sobresaltó y comenzó a acariciar al caballo.

—Buenos días, Patrick —dijo sin volverse.

—Te levantaste temprano.

—Bueno, hay mucho que hacer.

Se quedaron en silencio, Patrick observando a Madison y ella acariciando al caballo.

—¿Te vas a quedar parado allí todo el día?

—Sólo quiero saber si estás bien.

Madison se giró y lo miró a los ojos.

—Estaba bien ayer y lo estoy ahora. ¿Cuántas veces lo tengo que repetir?

—No lo discuto. ¿Podrías decirme entonces a dónde estuviste todo el día de ayer? ¿Alguien te hizo algo? Porque si es así…

—Fui al cementerio —soltó Madison—. Fui al cementerio —repitió.

Patrick la miró con tristeza.

—Podría haberte acompañado, ¿sabes? No tenías que haber ido sola.

Madison volvió a darle la espalda. ¿Realmente Patrick se preocupaba por ella? Quería que la abrazara, pero estaba harta del subibaja emocional en el que estaba envuelta, harta del rechazo de Patrick, así que decidió tomar otro rumbo.

—Resuelto el misterio, ¿crees que podrías dejarme en paz?

El tono empleado por Madison fue brusco, no admitía replicas. Patrick estiró la mano en un intento por tocarla, pero se detuvo.

—Claro —dijo y se alejó a pesar de que no quería apartarse de ella.

OTRA OPORTUNIDAD PARA EL AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora