CAPÍTULO 32
—Sigues sin caerme bien.
Patrick miró a Gia con irritación, ¿por qué no seguía durmiendo hasta llegar a Field of Angels?
Su padre nunca había hablado con él sobre su alcoholismo, pero sabía bien los efectos que el alcohol podía causar en la gente. Había varias clases de borrachos, algunos simpáticos, otros risueños, los había tranquilos y otros totalmente destructivos, peligrosos, como lo hubiera sido su padre alguna vez, y Gia parecía ser una borracha busca pleitos.
Decidió ignorarla, y cuando la vio bostezar creyó estar salvado, pero Gia no pretendía seguir durmiendo.
—¿Planeas que Madison se quede recluida para siempre en este pueblo? Ella es mejor que todo esto —hizo un gesto torpe con la mano.
—Madison es libre de hacer lo que quiera.
—Ella haría lo que tú le pidieras. Lo sabes ¿no? La exposición en el Met es una gran oportunidad. Espero que no seas un obstáculo para su carrera como artista.
Patrick resopló, su paciencia estaba por agotarse. No necesitaba que nadie le dijera cómo llevar su relación con Madison. Si ella quería pintar, pues pintaría. Si quería quedarse en Field of Angels, estaría encantado, y si quería volver a Nueva York, pues… Se removió incómodo y sujetó con fuerza el volante.
—Tendrías que haberla visto cuando la conocí. Era una chica miedosa, retraída…
—¿Madison retraída? —se burló Patrick.
—Sí, retraída —aseguró Gia—. La chica más triste que había conocido, era como una muñeca rota.
Patrick sintió un nudo en el estómago. Cuando Madison se fue de Field of Angels, tardaron casi dos años en saber algo de ella. Era como si se la hubiera tragado la tierra. Hubo momentos en que la creyeron muerta, y Patrick había odiado con todas sus fuerzas a James Taylor, por haber ocasionado que Madison huyera.
—Trabajaba en una cafetería a las afueras de Boonville, Missouri, en medio de la nada —comenzó a contar Gia, y Patrick puso toda su atención en lo que decía—. ¿Cómo llegué ahí? Ya ni me acuerdo, sólo sé que entré en la madrugada a esa cafetería, se llamaba… en fin, entré y ya. Eran como las dos de la mañana y el lugar estaba desierto. Recuerdo que estuve a punto de marcharme cuando escuché que alguien saludaba con un buenas noches, me di la vuelta y allí estaba Madison.
»Una chica de estatura baja, con unos ojos que no se atrevieron a mirarme ni siquiera cuando pidió mi orden. Se le notaba sumamente agotada, y no lo digo físicamente, era su espíritu que parecía arrastrarse detrás de ella, casi a punto de desprenderse. Era una chica a la que no mirarías más de dos veces, y no porque no fuera linda, sí que lo era, a pesar del uniforme horrible que llevaba puesto y un delantal llenó de manchas de comida, era porque parecía haberse dado por vencida consigo misma, como si estuviera harta de seguir viviendo—. Gia se quedó callada y Patrick temió que se hubiera quedado dormida, no quería que parara de hablar. ¡Qué ironía!
—A decir verdad —continuó Gia— yo hubiera sido una de esas personas que habría seguido su marcha sin guardar en la memoria siquiera un atisbo de Madison, pero la vi dibujando. ¿La has visto dibujar? —dijo mirando a Patrick, pero no esperó respuesta—. Se vuelve otra. Es como si adquiriera una luminosidad distinta, y se olvida de todo lo que la rodea, ni siquiera se dio cuenta cuando me acerqué a la barra para ver lo que hacía. Manejaba el lápiz con destreza y los trazos plasmados en el papel eran extraordinarios. Me había incluido en su dibujo, sentada en una mesa del fondo con una tasa de café en la mano, me reconocí en lo que veía, como si hubiera captado mi esencia.
»Le arrebaté el cuaderno de las manos y soltó un respingo, no me dijo nada, parecía asustada. Si alguien se hubiera acercado a mí de ese modo habrían rodado cabezas, pero la Madison de esa época era distinta de la que es ahora, si le volviera a hacer lo mismo creo que me soltaría una bofetada —Gia rió—. Di una ojeada a los demás dibujos del cuaderno y me parecieron buenos, aunque no le dije que lo fueran. Como digna hija de mi padre, guardé mi opinión hasta ver algo más. Le pregunté si alguna vez había pintado y negó con la cabeza. Le dije que volvería en tres semanas y que me gustaría ver alguna pintura suya, que trabajara en ello, y que si era buena tal vez podría ayudarla. Cuando recuerdo esto último creo que fui muy injusta con ella, Madison no parecía disponer de mucho efectivo para conseguir los materiales necesarios, pero de algún modo se hizo con ellos, y cuando volví, me mostró una hermosa pintura al oleo.
»No dudé en llevarla a Nueva York conmigo. Le presenté a mi padre, quien se mostraba escéptico, pero cuando vio la pintura noté un brillo distinto en sus ojos, un reconocimiento del talento de Madison y también una chispa de orgullo dirigida a mí. Se me da eso de hallar buenos artistas. El resto es historia, mi padre ayudó a Madison a entrar a la universidad y la acogió bajo su ala, por así decirlo, y desde entonces hemos sido como hermanas. Madison recuerda la historia de un modo distinto, dice que fue un golpe de suerte, y yo siempre le repito lo mismo: por mucha suerte que se tenga, si no hay talento, no sirve de nada.
Gia concluyó su historia y Patrick se sintió extrañamente conmovido. No imaginaba a la Madison que le describía, no era la que él había conocido, ni mucho menos la que había vuelto a Philipsburg envuelta en esa seguridad que siempre la había caracterizado. Enfiló la camioneta hacia el camino de entrada de Field of Angels, y se sorprendió cuando Gia comenzó a hablar de nuevo.
—¿Quieres saber que fue lo que pintó Madison aquella vez? —Patrick asintió, por supuesto que quería saber—. Fue un retrato: un chico desgarbado con una intensa mirada azul. Dijo que era un amigo muy querido, y que se llamaba Patrick.
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OTRA OPORTUNIDAD PARA EL AMOR
RomanceDISPONIBLE YA EN AMAZON EN VERSIÓN KINDLE, PASTA BLANDA Y PASTA DURA. ESCENAS EXTENDIDAS. Se despidió con una nota que dejó en su habitación. No pudo decírselo de frente y mirarlo a los ojos. Tenía dieciocho años y no sabía como expresar con palabra...