Capítulo 56

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CAPÍTULO 56

Cuando Madison vio que Patrick se marchaba quiso alcanzarlo, decirle que se quedara, que lo perdonaba, que ambos habían cometido errores y que podían solucionarlo juntos, pero no se movió, ni siquiera cuando sintió que volvía a partírsele el corazón al escuchar que la puerta que daba a la calle se cerraba.

Recordó lo que había dicho Patrick acerca del orgullo y, no obstante, se dijo que a ella el orgullo la había llevado muy lejos: era una mujer autosuficiente, una pintora exitosa que no necesitaba nada más que sus lienzos, así que apretó los puños cuando sintió que las lágrimas volvían a anegar sus ojos y después de cambiarse de ropa se dirigió a su estudio.

Pintó durante una semana prácticamente sin parar, deteniéndose únicamente para comer lo necesario, asearse y apenas dormir algunas horas. Patrick no había faltado un solo día y había llamado a su puerta cada tarde, aunque Madison se había negado a abrirle la puerta.

Ella se había acostumbrado a asomarse por la ventana de su apartamento y verlo sentado al volante de su automóvil. Se quedaba ahí por horas, hasta que anochecía y se marchaba y Madison tenía que reconocer que era bastante persistente.

Se preguntaba cuánto tardaría Patrick en hartarse y marcharse definitivamente, no podía seguir la misma rutina para siempre, y Madison procuraba ignorar el dolor que ese pensamiento le causaba, así que siguió pintando, hasta que sintió que toda la frustración que llevaba dentro la abandonaba, solo entonces observó los lienzos que había pintado y cuando una lágrima rodó por su mejilla se prometió a sí misma que sería la última, no volvería a llorar por nadie.

Siempre dejaba algo de sí en cada cuadro, pero en los que acababa de pintar había dejado su alma, así que los acomodó en un rincón, donde pensaba dejar los sentimientos que tanto la atormentaban y los cubrió con una sábana, nunca nadie vería esos cuadros.

Al octavo día estaba ya harta de su auto reclusión, así que, dado que Patrick solo iba a su casa por las tardes, se atrevió a salir a primera hora de la mañana. No quería encontrárselo dado que temía que su fuerza de voluntad flaquera y echara abajo la resolución de dejarlo fuera de su vida, así que no esperaba hallarlo afuera.

Cuando Madison se dio cuenta que Patrick estaba allí, fue demasiado tarde para dar marcha atrás, se habría sentido muy tonta si corría de nuevo a ocultarse en su apartamento, así que pretendió que su presencia no le afectaba, aunque le resultó bastante difícil pues la verdad es que era imponente.

—Es una hermosa mañana para dar un paseo —le dijo él en un vago intento de iniciar conversación.

Madison no respondió al comentario y procuró ignorarlo cuando comenzó a andar al lado de ella.

—Las mañanas en Nueva York no están mal, aunque sigo prefiriendo las de Field of angels.

Madison seguía sin responder, así que Patrick continuó con su monólogo.

—Hace mucho tiempo que no pasaba tantos días aquí.

Madison lo observó de reojo, llevaba unas gafas oscuras para protegerse del sol, una camisa de lino blanca, unos pantalones caqui y mocasines, era como un camaleón que podía adaptarse a cualquier entorno y la verdad es que se veía guapísimo.

A Patrick no le pasó desapercibida la mirada de Madison y una sonrisa apareció en sus labios antes de buscar sus ojos. Madison desvió la mirada de inmediato y se sonrojó.

—Si tienes hambre, hay una estupenda cafetería que conozco, está apenas a un par de cuadras de aquí. Puedo llevarte e invitarte el desayuno.

—No quiero que me invites el desayuno —negó Madison con contundencia—. Quiero que me dejes en paz.

Madison apresuró el paso tratando de deshacerse de Patrick, pero a él le resultó fácil alcanzarla.

—¿Vas a seguirme todo el día?

Patrick se encogió de hombros y la miró por encima de las gafas.

—Esa es mi meta en la vida.

Madison le dedicó una mirada que Patrick tradujo en resignación y aunque no era el sentimiento que buscaba provocar en Madison, por el momento le era suficiente, así que siguió caminando junto a ella.

Después de caminar durante diez minutos, Madison se detuvo. Se cruzó de brazos ante una tienda que, por lo que podía leerse en la fachada, antaño había sido una pastelería, pero que ahora se hallaba en remodelación, así que Madison dirigió una mirada al cielo, después observó sus zapatos y finalmente miró a Patrick.

—¿En dónde está la cafetería que mencionaste?

A Patrick le pareció una maravilla que Madison le dirigiera la palabra para no replicarle.

—Sígueme —se apresuró a responder antes de que ella cambiara de opinión—. Te va a encantar —añadió y mientras indicaba el camino observó con pesadumbre que Madison hacía una mueca.

No quería su compañía, resultaba obvio, pero Patrick no quería darse por vencido, no esta vez, ya había aprendido de sus errores.

OTRA OPORTUNIDAD PARA EL AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora