Capítulo 40

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Patrick llegó a su casa ya entrada la noche. Había estado dando vueltas en su camioneta un par de horas. Sentía una tristeza que le oprimía el pecho y no hallaba el modo de desprenderse de ella. Se quedó sentado sin despegar las manos del volante y observó en el asiento del copiloto las cosas de su padre.

«¿Acaso la vida de un hombre cabe en una caja?», pensó.

Apenas un par de fotografías, algunos libros y algo de ropa, nada fuera de lo normal, pero a Patrick se le hizo tan poco que por un momento se sintió culpable, creyendo que debió haberle dado más a su padre cuando aún vivía, después se tranquilizó un poco, convencido de que había hecho lo que estaba en sus manos y al recordar que su padre, en sus momentos de lucidez, le había profesado muchas veces su cariño y eso era inigualable.

Soltó un resoplido, signo de cansancio y se cubrió la cara con las manos. Estaba tan absorto en sus pensamientos que no había notado que las luces del primer piso de su casa estaban encendidas. Cuando se dio cuenta, sintió una punzada de extrañeza que rápidamente fue reemplazada por ilusión al pensar que Madison había acudido a verlo.

Bajó de la camioneta y cruzó con rapidez la distancia que lo separaba de la puerta principal. Al entrar le recibió el sonido de la música que salía del equipo de sonido que tenía en la sala.

—¿Madi? —preguntó dudoso.

El rock no era la música favorita de su novia.

—¿Madi? —volvió a preguntar y enseguida se escuchó una risa que en definitiva no era la de Madison.

—Madi. Madi. Madi. ¿Acaso es el único nombre que conoces?

El rostro de Patrick se ensombreció y fue evidente su molestia.

—¡¿Cómo carajos entraste, Andrea?

—¿Así es como tratas a las visitas? Antes eras más educado.

Patrick la miró esperando una respuesta.

—La puerta estaba abierta.

—¿En verdad? ¡Qué raro! Estoy seguro que la dejé cerrada —señaló Patrick con brusquedad.

—Ya. Ya. Puede que la haya forzado un poquito —dijo Andrea mientras mostraba en su mano un par de ganchos pequeños de metal.

—¿Ahora te dedicas a forzar cerraduras?

—Basta, Patrick. Cuida tu tono. Sabes que tú y yo tenemos que hablar.

—Tú y yo no tenemos nada de qué hablar, Andrea —indicó Patrick en tanto se sentaba en el sofá.

Andrea torció el gesto.

—Entonces quizá deba hablar con Madison.

Patrick soltó una palabrota y Andrea dio un brinco. Estaba harto de que lo amenazara con lo mismo. Su relación con Andrea nunca había sido seria. Ella, sin afán de menospreciarla, iba de cama en cama, y acudía a la de Patrick de vez en cuando, hasta que necesitaba dinero e iba a seducir a algún personaje de la localidad.

A Patrick nunca le importó esa forma de ir y venir de Andrea, nunca hubo sentimientos de por medio, y estaba seguro que por parte de Andrea tampoco; sin embargo, Patrick había cometido un error y desde entonces lo estaba pagando. Recordaba bien el momento justo, apenas un par de días antes de que regresara Madison y la verdad es que en ese entonces se sentía muy desesperado.

James Taylor había muerto, estaba ese dichoso testamento, Madison regresaría y él no quería pasar ni un minuto más en Field of Angels —o al menos eso quería creer—, así que entre el calor de las copas y buscando una vía de escape, se le hizo buena idea proponerle a Andrea que se fueran lejos de Philipsburg para iniciar una nueva vida, una vida juntos. ¡Vaya imbécil!

—Necesito de una vez por todas que me dejes en paz, Andrea —Patrick estaba realmente cansado de esa mujer.

—¿Eso es lo único que tienes que decir?

—Pues sí —Patrick se levantó del sofá y se dirigió a la cocina. Necesitaba una cerveza para volver a tener esa conversación.

—Patrick, escúchame, ¿no podemos seguir con lo que me propusiste? Vámonos de Philipsburg. Vámonos lejos, a donde tú quieras —le instó Andrea.

Patrick comenzó a sentirse culpable ante la escena.

—Andrea, sería un error. Lo sabes —y agregó hosco: —¿Cuántas veces tengo que repetírtelo?

La semana siguiente de la fatídica propuesta, ya con la cabeza más fría, Patrick había ido a buscar a Andrea a su casa para hablar con ella, para pedirle perdón si era necesario y dar por terminada toda relación, y para su sorpresa, quien le había abierto era Paul Crowley, en calzoncillos, así que el resto había sido bastante sencillo, Andrea se había mostrado comprensiva, diciendo que no se había tomado su propuesta en serio y había prometido no volver a tocar el tema, hasta que se enteró que Madison había regresado.

Desde entonces Andrea había cambiado de idea y parecía haberse encaprichado con Patrick, la veía en todos lados, se metía en su casa, en su cama y la había rechazado una y otra vez, pero cuando se la encontró en Resting Garden había llegado al colmo de su paciencia.

—Patrick, yo te amo.

«¿En verdad hemos llegado a esto?», pensó Patrick.

—No es verdad, Andrea. Creo que... —continuó Patrick—. Lo que tú buscas es quién te mantenga, ¿o me equivoco?

Andrea estalló.

—No pienses que eres mejor que yo, Patrick. ¿Piensas que me mueve la avaricia? Y a ti ¿qué te mueve? ¿Es realmente amor por la señorita Taylor o amor por el dinero?

El humor de Patrick comenzó a tornarse en furia, aun así, Andrea no se amedrentó.

—¿Planeas seguir así, Patrick? ¿Mintiéndole a tu noviecita? ¿Por qué no le dices la verdad?

—¿De qué carajos estás hablando?

Andrea sonrió.

—¿La dejarás una vez que obtengas lo que quieres? ¿Estás esperando a que se cumpla el plazo que marca el testamento?

Patrick no pudo ocultar su sorpresa y Andrea soltó una carcajada.

«¿Qué es lo que ella sabe?», pensó Patrick y enseguida un recuerdo vino a su cabeza: Paul Crowley en casa de Andrea. Maldito abogado, se dijo, apenas tuviera oportunidad le daría una paliza.

—¿Lo ves, Patrick? Tú y yo, en realidad, somos bastante parecidos —indicó Andrea, triunfante.

Patrick la miró asqueado.

—¿Por eso estás aquí? ¿Por lo que dice ese dichoso testamento? ¿Eres tú la que espera a ver qué saca? Te equivocas, Andrea. Tú y yo no somos iguales —la tomó del brazo y prácticamente la sacó a rastras de su casa.

Mientras ella vociferaba que se iba arrepentir, Patrick la miró desafiante y Andrea se encogió, corrió a su carro y desapareció en la carretera.

«Yo no soy igual que Andrea», repitió Patrick para sus adentros. Hablaría con Madison, hablaría con ella en ese mismo instante. Subió a su camioneta y enfiló el camino hacia Field of Angels.

OTRA OPORTUNIDAD PARA EL AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora