Capítulo 38: Una nana encantada

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Esmeralda

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Esmeralda

Era una sensación tan extraña. Tener a mi hijo en brazos era como un sueño. A penas me había dado tiempo a hacerme a la idea que iba a ser madre. No había tenido un embarazo convencional, si no, había sido un embarazado apresurado.

No había tenido las sensaciones que tienes las mujeres embarazadas. Las patadas, cuando se movía, las naúseas, los cambios hormonales que te hacen llorar o reír de una forma grotesca. No había podido hacerme la idea de qué haría con él ¿Qué le enseñaría? ¿Le ayudaría aprender tiro con arco? ¿Tendría magia como yo? ¿Sería un hombre bueno? O por lo contario ¿sería malo como Noda? ¿Se parecería a Charles?

Lo miré con atención. Era demasiado pequeño para parecerse a alguien. Lo que tenía de mí era el pelo negro, bueno si se puede decir pelo, parecía más bien pelusilla. Pero a pesar de que no me dio tiempo hacerme a la idea de que tenía una vida en mis entrañas, ahora que lo tengo en brazos siento que es lo mejor que he hecho en mi vida.

Tocaba con timidez sus mofletes, él giraba la cabeza lentamente abriendo sus labios buscando el pezón para mamar. Me reí un poco al ponerle el dedo y notar como intentaba succionar. Saqué mi dedo de su boca y le puse la mano en el pecho. Su corazón iba muy rápido, parecía un tambor arítmico. Me asusté y miré a Kaliska que estaba sentada al otro lado de la habitación. Ella me sonrió y me hizo un gesto de que no pasaba nada.

Seguidamente lo levanté con cuidado y puse mi oreja en su pecho. Respiraba rápido pero no parecía cansado. Le olí y a pesar de que aún tenía restos de sangre, me pareció el mejor aroma. Después de todo esto, Daren, comenzó a llorar.

Le miré alarmada, no sabía qué le pasaba. Había mamado y dormido ¿Qué diablos le pasa? Miré si estaba sucio, pero no era eso. Me frusté a la mínima y resoplé.

—Cualquier madre daría lo que fuera por ser tu — dijo Kaliska — y en cambio tu lo desperdicias.

—No seas tan dura con ella — dijo Kiara a mi defensa, que estaba recogiendo los cadáveres de los lobos y los Caecus — nadie nace sabiendo ser madre.

—Eso es verdad — dijo susurrando la Sabia — pero ella tiene poderes, que parece que se le olvida.

Le miré con resignación, pero entonces me di cuenta de lo que se refería. Así que, haciéndole caso, deseé entender lo que le pasaba a mi hijo. Él no me habló (era muy pequeño) pero pude ver que algo en su barriga no iba bien. Así que le toqué la panza y lo puse bocabajo. Automáticamente eruptó y se calmó. Sonreí al ver que ya se sentía mejor.

—Nunca olvides lo que puedes hacer, Esmeralda — me dijo la Sabia — puede que eso te salve la vida más adelante.

Pasé por alto su comentario y salí al bosque con mi hijo en brazos. Quería disfrutar lo que me quedaba de día junto a él. Deseé curarme y sentirme bien de salud y así pude moverme.

Saga Dones: Catarsis (Tercer libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora