Capítulo 9: Un acertijo resuelto

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Abel

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Abel

Contemplaba como mi hija dormía plácidamente. Ella estaba resguardada por los brazos de Noa. Ésta se había quedado dormida por el sobreesfuerzo que había hecho. No podía dejar de admirar a las dos personas más importantes de mi vida. Esa cosita tan pequeña, tan vulnerable, tan inocente, tan delicada... la habíamos hecho tan perfecta entre ambos.

Me acerqué más a la cama dónde Noa dio a luz. Olía a sudor, sangre y a humanidad, pero no me importaba. La imagen que estaba viendo eclipsaba todo olor que pudiera entrar por mis fosas nasales.

Kaliska nos había llevado, con sus poderes, a un lugar desconocido para mí. Allí estábamos a salvo. La Sabia había conjurado el lugar para que nadie pudiera entrar. Ni siquiera existía éste lugar para los humanos. Ella había tomados demasiadas molestias para ayudarnos, para ocultarnos... Pensé que había un interés de por medio, nadie hacía nada por otra persona si no es por algo a cambio. Además, no la conocíamos y sólo éramos dos científicos que habíamos jugado a ser Dios y ahora nos enfrentamos a un triángulo amoroso, nada más.

Toqué suavemente la cara del bebé. Era blandita, suave y delicada. Ésta se movió delicadamente despertando de su dulce sueño. Ella comenzó a dar sonidos y a abrir sus manitas. La cogí suavemente, con mucha precaución para no despertar a la madre. No pude evitar llorar a ver a mi hija más de cerca.

Acerqué mi dedo a su manita y ésta la cerró con fuerza. Miré su cabecita. Tenía un poco de pelo, lo que comúnmente se podía decir la pelusa. Olí fuerte y su olor era de bebé. Justo en ese instante, en esa milésima de segundo, me sentí el hombre más feliz del mundo. Entonces, ella abrió los ojos y noté que mi alegría caía en picado. Observé horrorizado sus ojos. Eran de un color blanquecino, opacos, casi se asemejaba al color de la nieve.

De la sorpresa me tambaleé y le di al gotero que Kaliska le había puesto a Noa. Ésta última se despertó de un salto. Milagrosamente pude mantener el equilibrio y la niña no tuvo ningún daño.

—¿Qué pasa? — preguntó asustada el amor de mi vida — ¿Es Adón? ¿Nos ha encontrado?

Negué con la cabeza con nerviosismo. No pude contener las lágrimas y éstas cayeron por mis mejillas delatándome.

—Abel ¿¡Qué pasa?! — preguntó ahora alterada — ¿Le pasa algo a la niña?

Entonces ella se sentó en la camilla y me cogió a la bebé de los brazos. No hice nada para evitarlo. Noa empezó a mirar primero su cabeza, sus brazos, sus piernas, su abdomen... pero entonces la pequeña comenzó a llorar, de tanto movimiento y entonces ella vio los ojos.

—¿Qué le pasa en los ojos? — dijo ahora mirándola con preocupación.

—Creo que ella tiene...

—Ceguera — dijo Kaliska apareciendo enfrente de nosotros.

Noa besó a la bebé y seguidamente comenzó a llorar. Yo no podía mirarlas, la culpabilidad me reconcomía por dentro. Yo había sido el causante de esa enfermedad. Sabía que, al modificarla y ponerle dones, podía perjudicarla de alguna u otra manera. Pero siempre tuve esperanza de que no ocurriera. No podía ahora dejar de pensar que había condenado a mi hija a vivir una vida sin color, dado que ella nunca logrará verlos.

Saga Dones: Catarsis (Tercer libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora