Capítulo 13: Tratado de Paz

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Navit

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Navit

Las doncellas me vestían y me preparaban con mis mejores galas. Me miraba en el espejo, pero no me reconocía ¿Quién era esa mujer que tapaba su rostro con pintura? ¿Llevaba una máscara para protegerse? O ¿Llevaba una máscara para proteger a los demás de ella?

—Estas preciosa — me confesó mi padre.

Le sonreí, intentando que no notara la tristeza que me invadía por dentro. Era la hija del Rey Irat* de Nebai, tenía que cumplir el deseo de mi padre.

—Serás la primera Reina de dos naciones — siguió hablando de espaldas a mí.

Las doncellas acabaron de ponerme el vestido y de peinarme. Mi amiga, Saoirse* me miraba con cara de tristeza. Ella, como yo sentíamos la necesidad de ser libres. Nos encontrábamos encarceladas en éste palacio. Ella quería regresar a su pueblo con su madre, yo quería dejar de ser Reina y ser una simple plebeya. Quería ser libre para decidir con quién quería casarme. Pero no podía, tenía un deber.

Cuando las doncellas acabaron de arreglarme se fueron de la habitación dejándonos solos. Saoirse, antes de irse, cruzó los dedos y me dio ánimos. Hoy le iba a confesar a mi padre que no quería viajar a Kiau para casarme con Charles. Quería ser viajera y navegar por todas las naciones buscando tesoros y aventuras. Ese era mi sueño y no comprometerme con un hombre del cuál no amo.

—Estoy tan orgulloso de mi niña — dijo acercándose a mí y tocándome la cara.

Irat me sonrió con un gran amor. Nunca entendí porque me quería tanto, si no era de su propia sangre. De pronto me vino a la mente aquel día que mi mundo entero cambió.

—Padre — dije en un susurro — ¿me puedes volver a contar qué pasó ese día que me encontraste en el mar?

El Rey se extrañó ante mi cambio de tema. Pero sonrió y me cogió de las manos, llevándome a mi alcoba. Él se sentó enfrente de mí y comenzó a explicarme la historia, esa que casi me sabía de memoria. Yo nunca me cansaba de pedirle que me la contara y él orgulloso y con amor, me lo acababa contado. Me acuerdo que, de pequeña, esa historia lejos de hacerme sentir miedo, me hacía sentirme segura. Eso es lo que necesitaba en éste momento: sentirme sana y segura. Tenía que armarme de valor para confesar mi alma a Irat.

—Hace ya unos diecisiete años aproximadamente, mi mujer Ula* y yo salíamos a navegar todos los días. Amábamos el mar y pasar horas y horas nadando en él. Yo me transformaba en tiburón, mientras que ella su transformación era de una tortuga. Nadar con ella siempre era algo mágico. Nuestras danzas y bailes, nuestras burbujas y saltos era alegría para mí. Pero un día, un ser monstruoso y lleno de mal apareció en las aguas.

En ese instante me tumbé en la cama poniendo mi cabeza en sus piernas. Era el momento más duro para mi padre y era mi manera de darle ánimos para que acabara la historia.

—Su apariencia era de un pulpo gigante — confesó con dureza.

—¡El Kraken*! — dijimos los dos en unísono.

Saga Dones: Catarsis (Tercer libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora