Capítulo 19: Destruyendo la vida

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Zeth, año 1710

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Zeth, año 1710

Llegué a mi casa muy cansado. Había estado todo el día trabajando en los campos del Prat. Mi jefe es Bernat Gual un granjero que abrió una carnicería. Gracias a él, el pueblo empezó a recobrar vida. Había trabajo, comida y Bernat nos había ofrecido a mí y a mi familia una casa para establecernos.

Más tarde el Prat consiguió un permiso para el papado e hicieron una iglesia, un hostal y una panadería. Gracias a eso, empezó a llegar más personas al pueblo y todo empezó a tener color. Las casas comenzaron a construirse una al lado de otra. La más pequeña, es mi casa.

Vivo con mi querida esposa, es hermosa, tanto que duele con sólo verle. Su pelo es corto de color castaño y sus ojos color avellana. Es dulce y su voz melodiosa, parece que siempre está cantando. Es muy fuerte y trabaja igual o más que un hombre. Los otros pageses* se burlan de mí diciendo que el hombre de mi casa es mi esposa. Pero eso lejos de dolerme, me orgullecía dado que se vale por sí misma y si a mí me pasase algo, ella es bastante fuerte para llevar adelante el campo, la casa y mis dos hijos mellizos.

¿Qué puedo decir de ellos? El niño es como la madre. Pelo castaño y ojos avellana, pero es perseverante y terco como yo. Su pasión es la caza, aunque lo hacíamos a escondidas dado que no está permitido. En cambio, la niña su pelo es negro y largo y sus ojos uno de cada color como yo. Es dulce, alegre y le encanta cantar y bailar.

Es lo que estaba haciendo ahora mismo. Llegué a mi casa muy sucio, cansado, pero estaba satisfecho por mi trabajo. El jefe, Bernat, me ha dicho que quiere que deje el campo, para ponerme a trabajar en el nuevo hostal. No sabía muy bien desempeñar ese trabajo, pero, mi familia podrá vivir allí con más lujos. Mi esposa podía trabajar en ese lugar, limpiando y mis hijos serían los primeros con derecho de tener una maestra particular, como los ricos.

—¿Cómo ha ido el trabajo, Zeth? — me preguntó ella.

—Bien — dije con una sonrisa — Bernat me ha llamado para hablar.

Mi esposa, que estaba acabando de poner la mesa, se quedó mirando a los niños. El niño jugaba con un juguete que le hice con paja y lana, la niña cantaba una canción inventada mientras bailaba. Seguidamente me miró. Se sentó en la silla, con una mirada intensa.

—¿Ha descubierto que sales a cazar? — dijo tragando saliva.

—No, o al menos eso creo — le cogí la mano con dulzura — me ha propuesto trabajar en el hostal. Es un proyecto que tiene en mente. Bueno, nos ha propuesto trabajar los dos. Él sabe que no eres una mujer de estar en casa y lejos de criticarlo, le ha gustado.

Me miró con cinismo. Me reí en respuesta a su mirada. Ella me besó rápidamente.

—¿Qué le has contestado? — susurró en mi oído.

—Que tú y yo, éramos un equipo y teníamos que estar de acuerdo los dos — dije mirándole los labios.

Me sonrió y se alejó para servir la cena. Me levanté para ayudarle y ambos acabamos de poner la mesa. Mis hijos se dieron cuenta que había llegado a casa y vinieron corriendo a darme un beso. Los recibí con los brazos abiertos. Me acordé, ese día del parto, cómo los cogí en brazos por primera vez. No podía creer como habíamos hecho algo tan hermoso. De eso ha pasado cinco años y cada año me he ido enamorando más y más.

Saga Dones: Catarsis (Tercer libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora