Prólogo

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Merlín ascendió a lo más alto de la oscura torre. A medida que avanzaba, sentía más fuertes las sacudidas del viento, y el temblor en la estructura. Clavó su bastón en el suelo, estabilizándose, antes de subir el último tramo de escaleras y alcanzar la cima.

La capucha cayó de su cabeza, dejando ver el rostro cansado del viejo mago. Frente a él había una brecha oscura, pero deslumbrante. De ella salía un gran vendaval, expulsando sombras de su interior. El mago golpeó una con su bastón, como si de una pelota se tratase.

Contempló la brecha, horrorizado, temeroso de lo que pudiera haberla provocado, y las consecuencias que esta acarrearía.

La brecha se fue haciendo más grande y de ella comenzaron a emerger cada vez más sombras. Merlín trató de detenerlas con su bastón, pero eran demasiadas saliendo al mismo tiempo, cada una en una dirección.

De repente, un brazo, con una especie de garra, salió de la brecha, intentando escapar. El mago la miró temiendo lo peor. Era consciente de quién estaba tratando de escapar; solo él podría haber abierto aquella brecha desde el otro lado.

—No.

Un brillo azul invadió el cuerpo de Merlín hasta llegar a su bastón. Recitó un viejo hechizo en un idioma extraño, y, utilizando toda su energía, alzó el arma y disparó a la brecha.

Sostuvo el objeto con ambas manos, con dificultad. El poder del otro lado era demasiado fuerte para él solo. La última vez que estuvo allí, enfrentándose al monstruo que intentaba salir, le costó la vida de sus compañeros; y ahora no tenía a nadie.

—¡Este no es tu mundo! ¡Regresa al infierno del que has salido! —bramo, haciendo uso de todo su poder.

Un grito desgarrador salió del interior del mago, mientras impedía que algunas otras criaturas escaparan, pero aquella que estaba intentando expulsar, se resistía más que ninguna.

El ser gimió adolorido, pero no cesó en su intento; se escudó tras las sombras que trataban de escapar junto a él, hasta que finalmente salió.

El choque provocó una explosión, que lanzó a Merlín contra la pared. Abrió los ojos unos segundos después, adolorido, con un chorro de sangre, cayéndole por el rostro. Con la visión borrosa, contempló una figura frente a él; un hombre alto y corpulento, lleno de una mugre negra. No podía ver su rostro, pero no lo necesitaba, sabía quién era.

El hombre anduvo con lentitud hacia Merlín y lo admiro desde arriba; se agachó con cuidado y se acercó a su oído.

—No tendré piedad —siseo, casi con dificultad. Luego volvió a levantarse y se marchó como si nada.

Los párpados del mago cedieron ante el agotamiento y el dolor. «Arturo», fue lo último en lo que pensó antes de perder el conocimiento.


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Robín y Arturo: El heraldo de Nottingham [LRDN #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora