Capítulo 11: Noches de camino

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La convivencia entre Robín y Arturo era extraña. Parecían llevarse mejor de lo que esperaban, habían aprendido a soportarse y a trabajar juntos, para que el viaje fuera lo menos tedioso posible. Pero tal vez fuera porque en el fondo no sabían nada sobre el otro. Al final del día, no se conocían de nada, nunca habían hablado de su vida abiertamente. Pero poco a poco, iban percibiendo pequeños detalles. Como Robín, dándose cuenta de que Arturo no era tan egoísta como se imaginaba, no le daba igual nada de lo que ocurría, al contrario, se preocupaba, y tal vez demasiado.

Arturo, por su parte, fue testigo del incremento en la ansiedad de Robín a medida que pasaban los días. Notaba como cada vez descansaba peor, se le veía ansioso, y las manos le temblaban con frecuencia. Intentaba que no se le notara, y quizá alguien menos observador ni lo habría hecho, pero no Arturo, y no le fue muy difícil suponer lo que ocurría.

Una noche, tras montar el campamento, Arturo regresó del río y encontró a Robín intentando cambiarse las vendas, pero con las manos temblorosas no parecía conseguirlo.

—¡Ag! —gruñó frustrado.

—Anda, deja que te ayude.

Robín se apartó.

—Puedo solo —replicó bastante cortante.

—Eres un animal. Terminarás haciéndote daño.

—Eso mismo me dijiste anoche.

—Y no pudiste dormir porque te dolía.

De repente, los dos se percataron de cómo habían sonado sus palabras.

—Eso ha sonado fatal —afirmó Robín.

—Depende para quién —bromeó Arturo con picardía.

—Capullo...

La expresión avergonzada de Robín hizo reír a Arturo.

—Anda, déjame. —Arturo no aceptó réplica y procedió a atarle los vendajes, a pesar de la mirada de reproche de Robín; aunque en el fondo lo agradecía—. Ya está. De nada.

—Gracias. No sabía que la maga me concedió también mi propio médico —bromeó Robín, volviendo a ponerse la camisa—. ¿Cuánto le debo?

—Ya se lo cobraré. —Se acercó más a Robín—. Aunque también puede darme la voluntad —dijo poniendo un dedo en su mentón.

Robín sacudió la cabeza y lo apartó con la mano.

—Quieto ahí. Para ya con eso.

Arturo se rio. En el fondo le divertía aquella dinámica con Robín, llena de bromas tontas y comentarios obscenos, compitiendo por ver cuál terminaba más avergonzado. Por lo general siempre era él.

Cuando Robín volvió a mirarlo tras guardar las medicinas, Arturo se percató de que las heridas de su rostro ya se habían curado, pero una de las quemaduras le había dejado una pequeña cicatriz en la mejilla.

—¿Te duele? —preguntó acariciando levemente su rostro.

—Auch. —Arturo apartó la mano de golpe y Robín se rio—. No, qué va —admitió—. Ya están curadas.

—Graciosillo.

Robín se rio y Arturo sonrió disimuladamente. Lo prefería picado por sus bromas o tratando de molestarlo, más que de mal humor todo el día.

Permanecieron callados durante un rato, observando las sombras que el fuego reflejaba en el bosque, hasta que Robín hablo:

—¿Crees que esto ha sido mala idea?

—Sí —afirmó Arturo sin ningún ápice de duda, aunque le sorprendió un poco la repentina pregunta—. Todo lo que rodea a esa mujer termina en desastre.

Robín y Arturo: El heraldo de Nottingham [LRDN #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora