Capítulo 10: Tormenta

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Robín observó a Arturo con algo de gracia. «Tal vez no debí dejarlo dormir en el suelo» pensó. Pero el remordimiento le duró muy poco. Tomó un cojín de la cama y se lo lanzó a la cara, para luego recostarse de nuevo, haciéndose el dormido, mientras Arturo despertaba sobresaltado.

Bostezó falsamente y se estiró.

—Buenos días. ¿Has dormido bien?

Arturo lo miró con reproche. Tomó el cojín y se lo lanzó de vuelta, acertándole en la cara.

—Capullo —masculló, mientras Robín reía a carcajadas.

—¿Eso es qué sí? —inquirió el arquero, haciéndose el inocente. Pero la única respuesta que obtuvo fue el portazo de Arturo al entrar al baño—. Qué mal despertar tiene.

Se pusieron en marcha y recogieron sus cosas para partir cuanto antes. Desayunaron algo rápido que les dio el dueño de la posada y retomaron su camino. Arturo mantenía su mal humor, protestando por todo y poniendo mala cara cada vez que Robín intentaba iniciar una conversación.

—Eres muy raro, ¿lo sabías? A veces no te callas y otras no hay quien te saque ni dos palabras —comentó el arquero.

—Tú, sin embargo, no eres capaz de tener la boca cerrada.

—¿Eso es una insinuación?

Arturo gruñó y Robín se rio.

—¿Seguro que estamos yendo por el camino correcto? —preguntó Arturo.

Robín era quien llevaba el mapa.

—Claro que sí, no hay otro sendero.

—Pues procura estar más atento por si nos topamos con una bifurcación. Así que cállate.

Robín resopló.

—Viajar contigo es aún más aburrido de lo que me esperaba.

—Si volvemos a encontrarnos con una sombra, darás gracias de que esté aquí.

Robín se estremeció de solo pensarlo.

—Yo no he dicho que no de gracias de que estés aquí, —Arturo lo miró—, solo que eres muy aburrido.

Arturo rio de pura frustración. ¿Cómo iba a aguantarlo por tanto tiempo? Solo llevaban unos días de viaje y ya quería arrojarlo al río. Empezaba a entender por qué viajaba solo.


El cielo comenzó a nublarse sobre el mediodía y Robín decidió detenerse.

—Para, se está nublando.

Arturo miró el cielo.

—Sí, pero aún podemos avanzar antes de que nos pille la tormenta.

—¿Hacia dónde? Porque ya no hay refugio en el camino. Debemos acampar. Y no sé tú, pero yo no quiero ponerme a montar la tienda bajo la lluvia.

Robín no le dio oportunidad de replicar y se dispuso a bajar del caballo para preparar el campamento junto a unos árboles.

Pusieron juntos la tienda y luego Robín se encargó de buscar agua, mientras Arturo trataba de hacer un pequeño techo con una lona, para cubrir a los caballos de la tormenta, pero el repentino viento se lo estaba poniendo muy difícil.

Robín soltó una carcajada al verlo correr tras la lona cuando casi se vuela.

—¿Qué estás haciendo?

—¿No lo ves? Cubrir a los caballos. O al menos intentarlo. —La lona le golpeó la cara—. ¡Demonios!

Robín se volvió a reír.

Robín y Arturo: El heraldo de Nottingham [LRDN #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora