Capítulo 20: Noche de deseo

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Robín no sabía si el hecho de que Arturo no hubiera subido a la habitación a buscarlo era bueno o malo. Era la una de la mañana y no lograba conciliar el sueño. Su cerebro ardía de tanto darle vueltas a lo que había pasado. «¿Estará enfadado?», se preguntaba. Una parte de él rezaba para levantarse al día siguiente y que Arturo ya no estuviese allí, pero la otra temía justo eso, que se marchara, haberlo arruinado todo.

Decidió bajar a la cocina para beber agua, y tal vez para comprobar si Arturo seguía allí. Descendió con sigilo por las escaleras, intentando no despertarlo, pero no se encontraba en el sofá, sino en la cocina.

Por un momento se quedó mudo por completo y sintió el impulso de regresar corriendo a la habitación.

—Hola —se atrevió a saludar, bastante avergonzado—. Bajaba a por... agua.

—Sírvete.

Arturo se apoyó en la encimera, mientras Robín tomaba un vaso y se servía el agua de una jarra que había en la mesa en medio de la cocina.

—¿No podías dormir? —le preguntó.

—Ni lo he intentado —contestó Arturo.

Robín se bebió el agua de un trago, tenía la boca seca. Se paralizó un instante, incapaz de darse la vuelta y encarar a Arturo, que se encontraba tras él. La cocina era iluminada por dos velas y la blanca luz de la luna que entraba por las ventanas. El resto de la casa se encontraba a oscuras. Era como si la luz pusiera el foco justo en ellos.

Cuando se atrevió a dar media vuelta, Arturo lo acorraló en la mesa, y tuvo que retroceder para no darse de bruces contra él. Se agarró a la mesa algo tenso y se atrevió a mirar a Arturo a los ojos, bajo la tenue luz de la vela.

Sabía que ya no sería capaz de apartar la vista.

Sus respiraciones se cortaron por un momento, mientras la cercanía entre ellos escaseaba cada vez más. Robín comenzó a escuchar su corazón, golpeando su pecho con más fuerza que nunca, desesperado, como si casi pudiera alcanzar la libertad que estaba buscando. Mientras que el de Arturo ya latía junto a él, decidido por tomar lo que hacía tanto tiempo estaba deseando.

Arturo subió la mano lentamente hasta la mejilla de Robín, y acercó los labios a los suyos.

—Ya no puedo aguantarlo más —susurró antes de juntar sus labios de nuevo.

Robín no se resistió, no dudó ni un segundo en corresponderle. Su lengua encontró la de Arturo, mientras sus labios peleaban por tomar el control.

Ya está. No podía más. Deseaba a Arturo tanto, que sentía que si no le arrebataba la ropa de una maldita vez se prendería fuego allí mismo.

Sus manos se enredaron en el pelo de Arturo, mientras este deslizaba las suyas por su trasero, hasta sus piernas. Robín se apoyó en la mesa y pasó las manos por el cuerpo de Arturo, incitándolo a quitarse la ropa.

—Quitátela —le suplicó tirando de ella, como si quisiera arrancársela.

Arturo no dudó ni un segundo y se deshizo de su camisa. Robín lo atrajo de nuevo a él y palpo sus pectorales, lamió su pecho y besó sus cicatrices. Arturo se colocó entre sus piernas y acarició su trasero de nuevo, mientras volvía a devorar su boca. Agarró la camiseta de Robín y se la quitó. Robín apoyó las manos en la mesa y echó la cabeza hacia atrás, mientras Arturo acariciaba su pecho con la lengua. Al notar la poca distancia que quedaba entre su erección y la boca de Arturo, se le escapó un gemido. Arturo se enderezó de nuevo y lo beso en los labios.

—Vamos a la habitación —sugirió.

—Sí... vamos.

Robín lo agarró de la mano y subieron corriendo al piso de arriba, deteniéndose justo en la puerta para besarse de nuevo. Al estar allí, a punto de entregarse al otro, una sonrisa pícara se formó en sus rostros. Arturo se apegó más a Robín, rozando ambas erecciones, provocando que gimiera y lo mirara desafiante.

Robín lo agarró de la nuca y lo besó de nuevo, mientras lo empujaba dentro de la habitación. Se dejó caer sobre la cama, con los brazos sobre la cabeza, dedicando una sonrisa lasciva a Arturo, mostrando que estaba dispuesto para él, calentándolo aún más.

Arturo pasó la mano por la entrepierna de Robín, sobre el pantalón, y después la boca. Robín se mordió el labio, excitado. Arturo fue subiendo por su pecho hasta detenerse en su cuello. Robín enredó los dedos en su cabello y acarició su espalda, pegándole más a él. Quería sentir su piel, que ardía tanto como la suya. Parecía que en cualquier momento iban a explotar.

—Ya no puedo con esto —dijo Robín, agarrando su pantalón.

Arturo se sentó sobre él y se desabrochó el pantalón, para luego hacer lo mismo con el suyo, indicándole a Robín que quería esto, que lo deseaba tanto como él.

Por si quedaba alguna duda.

Ambos se quitaron los pantalones y quedaron completamente desnudos. Sus bocas iniciaron un segundo o tercer asalto, mientras acariciaban el cuerpo del otro. Ambos ansiaban lo mismo: sentir la piel desnuda del otro contra la suya, palpar cada músculo y apreciar cada cicatriz.

Robín agarró el miembro de Arturo y comenzó a masajearlo. Arturo deslizó los dedos por su trasero hasta su abertura, pero no hizo nada hasta que este se lo indicó.

—Hazlo.

Robín gimió en su boca al sentir los dedos de Arturo dentro de él. Arturo aguardó un poco antes de moverlos. Robín lo rodeó por el cuello y degusto su lengua como si fuera a morir si la soltaba. Su miembro duro chocaba contra el de Arturo y ambos supieron que ya no podían más.

Robín le dio un pequeño empujón a Arturo para que se acomodara en la cama, agarró su pene con la mano y se lo metió en la boca unos segundos, con la intención de lubricarlo (era lo único que tenían en aquel momento). Se sentó sobre Arturo y se lo introdujo él mismo. Arturo jadeó, echando la cabeza hacia atrás. Imagen que excito y complació a Robín.

Se besaron y compartieron una sonrisa cómplice, antes de comenzar a moverse. Al principio las embestidas fueron suaves, mientras Robín terminaba de acostumbrarse, demasiado embriagado por el deseo y el placer; pero pronto se volvieron más rápidas y fuertes. Los gemidos de ambos comenzaron a resonar por la habitación. Fue un despliegue de emociones demasiado fuerte. El deseo se apoderó de sus cuerpos y la vergüenza desapareció.

Solo quedaba placer.

Arturo lo embistió con más rudeza, cuando ambos se encontraban a punto de llegar al clímax. Robín clavó los dedos en su piel y enredó las piernas en su cintura, dispuesto a que se corriera dentro de él; y así fue.

Aquella noche no hubo pesadillas. Ni se la pasaron torturándose por algo. No. Aquella noche se dejaron llevar por su deseo más carnal, rompiendo toda la tensión que los había estado atormentando los últimos meses.

Solo ellos dos. Juntos. Dándose placer. Y aunque no lo admitieran, o no se dieran cuenta aún, dejando aflorar todo el amor que creían haber perdido hace tiempo.


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Robín y Arturo: El heraldo de Nottingham [LRDN #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora