Capítulo 4: Un pueblo en llamas

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Los remordimientos no dejaron a ninguno dormir aquella noche, y también un profundo odio por el contrario. Estaban muy cabreados, pero en el fondo, lo que más dolía, era que el otro tenía razón. Ambos tenían miedo de vivir su vida de verdad, de admitir sus problemas y afrontarlos. Ni siquiera lo habían intentado. Siempre tiraban por la opción más fácil para seguir adelante, si es que se podía llamar así.

Robín se enfocaba en los demás para no tener que pensar en sí mismo. Y mientras, Arturo se dedicaba a rechazar a todo el mundo y negar lo que en verdad le afectaba, como si ya no pudiera sentir nada.

Ambos estaban rotos, perdidos, y necesitaban ayuda. El problema está en que, si alguien no acepta la ayuda y reconoce el problema, por mucho que le insistan no podrán ayudarlo, y eso era algo que Merlín ya había comprobado.

Pasada la medianoche, Robín comenzó a escuchar mucho jaleo en el pueblo. Al principio trató de ignorarlo; pensó que tal vez serían algunos borrachos saliendo de un bar. Pero cuando comenzó a escuchar gritos, se asomó alarmado, para ver qué ocurría. Vio a la gente corriendo, despavorida, y el humo de un fuego a lo lejos.

Tomó su pañuelo, el arco y las flechas, y bajó a toda prisa, sin pensarlo dos veces.

La gente estaba histérica, y Robín no entendía por qué tanto alboroto. Vale que hubiera un incendio, pero, ¿por qué nadie intentaba apagarlo? Solo huían de él. Si seguían así, el fuego arrasaría todo el pueblo.

Robín trató de poner a salvo a las personas que encontraba en el camino, en especial a niños y ancianos, que no podían hacer mucho contra el fuego. La gente estaba tan alterada, que se empujaban unos a otros intentando huir. Todo era un caos.

De repente, escucho gritar a una mujer y divisivo a un tipo, completamente vestido de negro, acorralándola. Trató de dispararle en una pierna, pero la flecha lo atravesó, como si solo fuera humo.

No era humano.

«¿Qué coño?» pensó el arquero, desconcertado.

El ser enfocó su atención en Robín. Era como una sombra negra con telas alrededor, no tenía rostro ni pies, solo era humo negro con forma de hombre, que soltaba unos gemidos, la mar de chirriantes. Sus gritos sonaban como si rayase un tubo de metal. Insoportables.

Tras soltar un feroz gemido, comenzó a perseguir a Robín y este echó a correr.

Trató de disparar de nuevo en el camino, pero era inútil, sus flechas no le hacían nada. Observó su alrededor y decidió alejar a aquella criatura de la gente, dejando que lo persiguiera.

Al doblar una esquina se topó con dos más, en una calle en la que había un par de cuerpos en el suelo. Al escuchar el chirrido de su compañero se dieron la vuelta y enfocaron su atención en Robín.

—Mierda —murmuró, antes de salir corriendo de nuevo.

Se sentía como en una pesadilla. Nada de eso podía ser real. Fuera de reinos como Camelot, la magia no era algo habitual. Y el arquero había estado evitando los lugares donde pudiera encontrarse con ese tipo de bestias. Nunca había tenido que enfrentarse a algo así.

Robín se movía veloz, como si realmente supiera a dónde iba, aunque realmente no tuviera ni idea. Si había algo que Robín Hood sabía hacer bien, era escabullirse.

Logró darles esquinazo en un callejón y pudo parar unos segundos para respirar. Pero pronto una de las sombras lo sorprendió. Robín cayó al suelo, tirando un farolillo con una vela, que había colgado en la esquina de un bar. El fuego hizo retroceder a la sombra, dándole tiempo para escapar.

Sin darse cuenta, terminó llegando a la zona de los incendios, donde ya había tres casas quemadas y una tienda; el resto estaban a punto. La gente se encontraba huyendo del lugar. Y por lo que parecía, en aquella zona no había sombras.

Robín y Arturo: El heraldo de Nottingham [LRDN #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora