Capítulo 15: La lucha de Robín

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Robín despertó al día siguiente, con un fuerte dolor de cabeza. Se sentó sobre la cama y se llevó la mano al rostro. Tardó un rato en recordar lo que había pasado, y cuando lo hizo sus mejillas se encendieron y lo invadió la vergüenza. ¿Arturo lo había visto en aquel estado? ¡Era horrible! Un auténtico bochorno. Pero no porque lo viera borracho, sino por mostrarse tan débil y vulnerable, comportándose como un crío idiota.

Soltó un quejido cuando pasó ambas manos por el rostro abrumado y se hizo daño en la mano vendada.

«Arturo me curó» recordó. Le había recogido del suelo, llevado al dormitorio, curado y acostado. Sin más. Había sido bastante... dulce, debía admitir.

Su rostro se tornó aún más rojo. ¿Qué debía hacer ahora? ¿Bajaba como si nada? ¿Le pedía perdón? Nunca nadie le había visto en aquel estado, o al menos, nadie que conociera. No estaba acostumbrado a que alguien cuidara de él cuando se emborrachaba de aquella manera. Normalmente, estaba solo... pero anoche no lo estuvo.

Se levantó y corrió la cortina, soltando un fuerte gruñido cuando la luz le dio en la cara. No sabía qué hora era, pero claramente tarde para despertarse. Se calzó y se dirigió al baño, el cual sorpresivamente se encontraba limpio. El grifo aún no funcionaba, así que había un cubo con agua a un lado. Robín se mojó la cara y luego bajó las escaleras. El piso de abajo también estaba limpio, quizá no impoluto, pero sin duda mucho mejor que el día anterior. Salió fuera y encontró a Arturo dando de comer a los caballos. Tardó unos segundos en percatarse de su presencia.

—Buenos días —lo saludó, mientras acariciaba a uno de los caballos.

—Hola. —Robín habló con algo de vergüenza, sin salir siquiera del porche; la luz le molestaba y tampoco quería encarar a Arturo.

—¿Cómo estás? —El tono de Arturo no sonaba con burla, sino con comprensión. Y aquello confundió aún más a Robín.

—No... No lo sé. Bien, supongo. Me duele la mano. —Lo último lo dijo por decir algo, provocando que Arturo se riera.

—Deberías comer, te sentirás mejor.

—No creo que me entre nada.

Arturo se acercó a él.

—Tú inténtalo —dijo antes de entrar en la casa.

Robín no sabía qué hacer o qué responder, así que solo lo siguió. Se sentó en la mesa de la cocina y se comió lo que Arturo le preparó. «¿Siempre ha sido tan buen cocinero?», se preguntó. Resulta que el príncipe era un gran amo de casa.

Claramente, se equivocó con él desde el principio.

—Y decías que no te entraba —se rio Arturo—. ¿Quieres más?

—No, gracias.

Robín tardó un rato en atreverse a mirar a Arturo a la cara, pero cuando lo hizo pudo apreciar su preocupación. No había burla o reproche, solo eso: preocupación. Y probablemente un millón de preguntas. Pero no decía nada, estaba esperando a que él lo hiciera.

—¿Por qué lo has hecho? —preguntó Robín, realmente sin saber la respuesta—. Yo... Lo siento. Ayer... —Se llevó las manos a la cabeza—. Dios... Lo siento.

—No es tu culpa.

—¿Qué no lo es?

—Tú no controlas cómo te sientes. No puedes simplemente detenerlo.

Realmente Robín no parecía entender a lo que se resfría, o quizá no quería reconocer su problema.

—Yo... No volverá a pasar.

Robín y Arturo: El heraldo de Nottingham [LRDN #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora