Capítulo 7: Un atisbo de bondad humana

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Robín se encontraba bastante confundido e indeciso. Realmente no comprendía la magnitud de aquella situación, los riesgos que correría si se aliaba con la maga, y las consecuencias de dicho pacto. Nada volvería a ser igual para él. Pero ahora su vida era demasiado miserable como para no verse tentado por algo así.

No temía morir. De hecho, en el fondo, lo deseaba, pero era demasiado cobarde para hacerlo él mismo.

—Te alegrará saber que la gente de Lohes está bien —dijo Merlín de repente, captando su atención.

—¿Cómo dices?

—El pueblo fue auxiliado por su rey. Unos soldados los escoltarán hasta la ciudad y les darán cobijo. Estarán bien. —Robín suspiró y juntó las manos como si estuviera dando las gracias a Dios—. Estabas preocupado —afirmó la maga.

Robín ignoró el comentario.

—¿Y Arturo? —Hizo una pausa y cambio de pregunta—. ¿Por qué te odia tanto?

Merlín dio media vuelta, fingiendo recoger algunas cosas, antes de hablar:

—Él necesitaba una madre y yo solo era su protector. —Merlín ocultaba la culpa que en el fondo sentía por aquello, pero Robín podía percibirla. Quizá era más obvia de lo que ella creía, o tal vez el arquero era demasiado perspicaz.

—Le hiciste daño.

—Físico, no. Emocional, seguramente. Intente endurecer ese corazón, pero Arturo nunca ha sido como yo. En el fondo doy gracias por ello. —Lo último lo dijo en un susurro.

—¿Crees que volverá?

Merlín se rio, sintiendo a Robín demasiado inocente en ese momento.

—Compruébalo. Ve al Norte, lo encontrarás en el sendero de la colina. —Dicho esto volvió a entrar en la tienda, habiendo sembrado cierta intriga en el arquero.

Una cosa que Robín y Arturo tenían en común, es que eran muy curiosos, y si algo se les metía en la cabeza, no podían evitar investigarlo.


Arturo se encontraba escondido, observando desde lo alto como el pueblo de Lohes viajaba sendero arriba, escoltados por los soldados del rey. Le dolía la cabeza, consecuencia de la culpa que sentía y se empeñaba en enterrar. «No había otra opción», se recordaba. Y era cierto. La otra salida hubiera sido que murieran cientos de personas mientras trataban de atrapar a las criaturas. Habrían terminado con el pueblo entero antes de conseguirlo.

La culpa es un sentimiento que invade la mente y tortura el corazón. Arturo había aprendido a vivir con ella, a cargar con el peso del héroe, que arrastra a todas las personas que no pudo salvar.

—Pensé que la maga bromeaba cuando me dijo que te encontraría aquí, —dijo Robín sorprendiéndolo por la espalda—, pero no.

—¿Qué haces aquí, Hood?

—Tal vez lo mismo que tú. —Se acercó más al borde, para observar el sendero. Sintió una punzada en el pecho al ver a toda esa gente, alejándose sin nada del lugar que ayer era su hogar.

—No le des más vueltas —insistió Arturo de nuevo.

Robín no replicó esta vez.

—¿Cuántos años tenías la primera vez que viste a esas cosas? —le preguntó.

—Quince.

—¿Tan joven?

—Merlín te diría que muy mayor.

—Las enviaron a por ti —dedujo el arquero.

—Sí. Ahí empezó mi aventura —comentó con desdén—. Nos quedamos sin casa y huimos de allí. Todo fue un caos desde ese día... —Arturo apartó esos recuerdos de su mente. Miro por última vez a la gente de Lohes y regresó con su caballo.

—¿Por qué no quieres ayudar a la maga? —preguntó Robín, siguiéndolo.

—Ya te lo he dicho. Yo ya no voy de héroe.

—No se trata de ser un héroe.

—¿Ah, no? Y dime, ¿qué tienes que proteger? —Robín no supo qué contestar. Hacía tiempo que no tenía a nadie a quien cuidar—. Esta no es nuestra guerra, Hood.

—¿Y de quién es? —cuestionó—. ¿Sabes qué es lo que más nos diferencia? En circunstancias como estas tú te preguntas, ¿por qué debo hacerlo yo? Mientras yo me cuestiono, ¿si no lo hago yo quién lo hará? Ser egoísta no quiere decir pensar en ti antes que en los demás, sino no ser capaz de ponerte en el lugar de otros y darles ese algo que a ti te sobra. Pensar cada segundo de cada día, sin importar las consecuencias, en ti, eso es ser egoísta. Y yo no creo que tú seas egoísta, —Aquello sorprendió un poco a Arturo—, pero pienso que te has rendido demasiado pronto.

—No sabes dónde te metes.

—Pero tú sí —se acercó más a él— y aun así no lo haces.

—Precisamente porque lo sé, te estoy advirtiendo.

—Esto no se trata de la maga ni de sus riñas contigo. ¿Crees que confió en ella? No lo hago. Pero hasta tú crees que lo que dice es verdad, lo que pasa es que no quieres cargar con las consecuencias.

—«La maga», como tú la llamas, es capaz de arrastrar y engañar a cualquiera para cumplir su cometido. No creo que lo que dice sea mentira, no mentiría sobre eso, lo sé. Pero también sé que habrá consecuencias, muchas, demasiadas. No sacaremos nada bueno de todo esto, te lo garantizo. Y cuando todo acabe, desearás haberme hecho caso y haber muerto en el intento.

Robín sonrió, lo cual perturbó bastante a Arturo.

—Tú no eres el único que está muerto en vida, Arturo. —El portador de Excalibur quedó algo impactado por sus palabras—. He crecido solo, valiéndome por mí mismo hasta el último día. Y cuando después de mucho tiempo y esfuerzo, halle la felicidad, me la arrebataron... me traicionaron. —Aquella última palabra tocó muy hondo en el corazón de Arturo—. Y aun así sigo creyendo en la bondad humana. Tal vez sea un tonto, un insensato, o incluso un loco. Tal vez estoy ciego. Pero no puedo quedarme sentado pensando que podría haber hecho algo por alguien. ¿Cuántas veces no has soñado con que te salvarán, Arturo? —Mientras hablaba se acercó mucho más a él, poniéndose frente a un rayo de luz que pasaba entre los árboles, dejando ver sus brillantes ojos cristalinos. Arturo estaba sin habla—. Ya no tengo nada que perder. —Robín desvió la mirada por un momento, antes de volver a clavar sus ojos verdes en los azules del mayor—. No estás obligado a hacer esto. Tienes razón, no es tu deber. Pero serias de ayuda. —Robín volvió a desviar la mirada, haciendo amago de irse—. Yo solo digo eso.


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Robín y Arturo: El heraldo de Nottingham [LRDN #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora