Capítulo 21: "Verónica parte 2"

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 Verónica era una arpía, y Cristóbal se lo había dicho a Desmond desde el principio, pero él lo había negado muy seguro de si en su momento

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Verónica era una arpía, y Cristóbal se lo había dicho a Desmond desde el principio, pero él lo había negado muy seguro de si en su momento. La había defendido excusando sus actitudes con el empoderamiento femenino del que ella se sentía poseedora, diciendo que no era más que una mujer con seguridad de sobra.

Claramente Desmond se había equivocado. Verónica, si bien nunca se atrevería a llamarla arpía, sí que era una jugadora con muchas pretensiones, y para su desgracia su padre lo había vuelto una ficha de su juego.

Cuando la conoció por primera vez le parecía tan absurdo que su padre estuviera tan preocupado por su vida amorosa como para recurrir a sus contactos, pero ella contraria a la larga lista de chicas que había visitado antes, lo sedujo por horas hasta que cedió a sus encantos y le brindó su número de teléfono.

Sin duda era una mujer perspicaz, atinaba a deducir cada uno de sus pasos antes de que él los diera. Para ella, Desmond era un lienzo blanco que podía moldear a su antojo, un hombre que cedía ante sus insinuaciones y atendía a sus llamados, un hombre que no necesitaba que le alimentarán el corazón, o eso pensaba ella.

Le había sido muy fácil convencer a los señores Huggle de ser una nuera promedio, una opción particular y muy funcional para su hijo, le había funcionado sonreír falsamente y pretenderse enamorada.

De todas sus cualidades, la mejor era su capacidad por creerse sus mentiras; si algo poseía esa mujer era una doble cara.

Desmond no era un hombre de muchas palabras, mucho menos de explicaciones; pero sí que tenía un corazón que alimentar. Jamás se enteró de la clase de problema en el que se estaba metiendo hasta que ella tuvo la osadía de engañarlo.

 Jamás se enteró de la clase de problema en el que se estaba metiendo hasta que ella tuvo la osadía de engañarlo

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El tiempo pasaba y con él las modelos en la pasarela.

Contra todo pronóstico Hanna la estaba pasando de maravilla, el señor Stevens tenía arte en sus manos, y esta vez no estaba pensando con mentiras. No. Ese hombre en verdad amaba lo que hacía; sus vestidos, sus trajes de baño, sus escandalosas sudaderas y chamarras de invierno, cada una de sus piezas tenían tantos detalles y calidad que daban escalofríos de gusto.

El sonido de tu alma (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora