Tras unas semanas de arduo trabajo, Hanna decidió enfrentarse a su padre una vez más, esta vez para expresarle su deseo de mudarse.
Cristóbal amablemente le había conseguido un apartamento, de buen precio, en una zona muy cercana a su universidad: amueblado con una cocina básica y un baño, sin vecinos que pudieran conocer de todo el lío de la prensa. Lo iría pagando con los ahorros y el sueldo que el señor Cesáreo le daría por su pasantía.
Con la ayuda de un auto alquilado fue llevando sus cosas, algunos intervalos con gritos por parte de su padre, que siempre involucraban un "déjate de tonterías" y otros con su madre suplicándole que se quedase.
Con la quinta vuelta decidió parar, ese día tenía una cita con su doctor, la de cada mes. Sabía que estaba todo bien, siempre lo estaba, pero el temor no era algo de lo que pudiera desprenderse; el procedimiento la mantenía agobiada al menos por una semana. Todos los días después de esas revisiones programadas no podía evitar pensar en el lapso que se iba cumpliendo y que pronto la obligaría a cambiar de aparato.
—¿Hay algún síntoma que te haya estado molestando? ¿un repiqueteo o la sensación de falta de aire? ¿Fatiga... estrés? O cualquier otra cosita que te haya saltado por alto —preguntó su estimado doctor Coleman revisando el electrocardiograma que acababan de hacerle.
Era un señor de unos cuarenta años, con camisas a cuadros y corbatas curiosas; la primera vez que lo vio le pareció absurda su forma de vestir, pero con el tiempo se volvió divertido. La conocía tan bien como las partes de su corazón; por lo que, a pesar de ya no ser una niña, seguía tratándola como una pequeña a la que tenía que hablarle con calma y claridad.
—¿Alguna rutina nueva...ejercicio? ¿Algún nuevo álbum de música que me recomiendes?
El primer día que había estado en su consultorio, todo había sido tan repentino que ni siquiera tuvo tiempo de procesar porque se estaban dirigiendo hacia ese lugar ¿Por qué debía estar esperando en una sala donde evidentemente la mayoría eran ancianos?
El aroma a lavanda que desprendía ese lugar y los recurrentes llamados de la señora Patricia en la entrada, ese no era un ambiente frecuente para una señorita. Las arrugadas expresiones que aguardaban junto a ella en el sillón de espera la observaban con detalle, muy extrañados de verla, algunos preguntando a sus padres por la situación.
Una mañana siguiente, cuando tuvieron claro que su corazón necesitaba un poco de ayuda, siguió las indicaciones para la operación, al principio sin entender porque debía abstenerse de cenar o beber agua. Había sentido tanto miedo y tanta preocupación ¿No merecía comer algo para levantarse el ánimo?
El señor Coleman en cambio se veía tan en paz, era su trabajo, ¿Cómo no iba a estarlo? Minutos antes le había dedicado dos palabras muy significativas "Respira Hanna" y así había hecho y había estado haciendo con los años.
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El sonido de tu alma (EN EDICIÓN)
RomanceTras la reciente ruptura, Haden Desmond Huggle y Hanna Crawford experimentan el amargo sabor de la separación. Hanna es una mujer veinteañera que ha lidiado con insuficiencia cardiaca desde los 15 años; un marcapasos aguarda en su pecho controlando...