Con las manos en la cabeza y un suspiro entrecortado Hanna vagaba por el centro comercial a lado de su mejor amiga. Hora atrás una llamada la llevó a aceptar a una búsqueda por el vestido de gala perfecto, "algo rápido", había dicho.
¿Rápido? Dos horas pasó sentada ante el probador de damas; uno, dos vestidos hasta llegar al séptimo, todos del mismo color y con detalles similares. Cuando se aburría del rojo pasaba al dorado, y cuando este le resultaba escandaloso elegía el melocotón. Cada tela en las manos de Emily parecía no tener significancia, todo le parecía sin chiste. Hanna cansada de su indecisión intentó ofrecerle algunos de su preferencia, pero ninguno fue considerado.
Ella quería el indicado.
Su mejor amiga era un hueso duro de roer. Con fin de sacarla de su necedad la instó a visitar otro sitio.
—Tiene que ser de aquí —insistió cabizbaja— Si vamos a otro sitio mi madre lo sabrá —sus ojos la vieron directamente pidiéndole auxilio— Me invitó a almorzar el sábado por la tarde, si uso otra marca...— sus manos se juntaron en su espalda bajando del cierre. Volvía al probador una vez más.
En cuanto se lo dijo entendió la importancia de la situación. No era que los vestidos en sus manos no le gustasen; encontrar un vestido perfecto para apantallar a su madre, eso era lo que necesitaba.
La historia entre ellas era larga.
Al cumplir los 17, la Señora Juliette McCurry recién divorciada había partido a un crucero en las Bahamas abandonando a su hija, dejándola a expensas de un padre ausente. Sin sortijas ni ataduras, una aficionada al casino, había ganado una fortuna, los años de independencia la liberaron económicamente, pronto se hizo poseedora de una enorme casa y un nuevo esposo.
El señor McCurry, padre de Emily, absorto de trabajo y seriamente solitario, ahogaba sus penas en licor y quemaba su frustración dándole una mejor vida a Em, invertía dinero aquí y allá buscando un negocio que lo enriqueciera tanto como a su exesposa.
Hacía mucho tiempo que no pasaban una tarde juntos, años de verlos por separado... su madre odiaba ver a su padre, y pocas veces cedía a verla a ella. Un día el señor Malcom, el nuevo esposo, convenció a su madre de no verlos más, juzgándolos de oportunistas. Desde ese día que ambas no pisaban el mismo lugar para reunirse.
¿Cómo se atrevía a privarla de sus visitas? ¡A su propia hija! Era un desgraciado. La señora Juliette para nada era amiga de la madre de Hanna, pero sí que la veía seguido por el club y merodeaba por los mismos restaurantes de etiqueta. Muchas veces llegó a contarle a su hija como se paseaba de la mano de su modelito de primera y el hombre bigotón que no hacía más que alabarle para evitar que se fuera.
—Apuesto que encontraremos uno Emi, buscaré en otro color —aseguró aventurándose en los pasillos con destellos celestes.
Encontraría algo, sí o sí.
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El sonido de tu alma (EN EDICIÓN)
RomanceTras la reciente ruptura, Haden Desmond Huggle y Hanna Crawford experimentan el amargo sabor de la separación. Hanna es una mujer veinteañera que ha lidiado con insuficiencia cardiaca desde los 15 años; un marcapasos aguarda en su pecho controlando...