Capítulo 23: No, no estaba.

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 El reloj retumbaba en la pared, fuertemente, incesante recordatorio de que Desmond no había llamado ni contestado a Hanna desde hace cinco días

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El reloj retumbaba en la pared, fuertemente, incesante recordatorio de que Desmond no había llamado ni contestado a Hanna desde hace cinco días.

El tintineo del segundero marcaba el timbre de su corazón, de las ideas que habían merodeado por su mente durante cada minuto del día. Las horas, aunque largas y tediosas, pasaban más rápido que de costumbre, un momento le duraba en las manos un segundo o menos que eso, menos que un instante.

Sus manos se habían dado la tarea de moldear la forma de su cabellera sin éxito, imitando a las manos de su novia cuando esta se dedicaba a tranquilizarlo; se paseaban por su nuca hacia su frente con suavidad hasta que se cansaban de fallar.

Estaba cansado, cansado de que el tiempo pasase tan rápido y en su mente las cosas fueran tan lento, cansado de seguir ensimismado, tan desecho y consternado.

Y es que desde que los padres de Hanna lo habían citado cinco días atrás no podía pensar en otra cosa.

Desmond había descubierto que, de todas las cosas que le gustaban de Hanna, había una en particular que lo volvía loco, loco como para no dejar de pensarla, como para sonreír como bobo todo el día, como para ceder ante sus caprichos y pasarse las tardes libres recorriendo la ciudad, caminando sin propósito hacia los aparadores y verla vestirse en los probadores.

Hanna era una mujer extremadamente alegre, con las agallas suficientes para alzar la voz y defenderse, pero muy conocedora de la importancia de su felicidad. Y parte de ello se debía a que era una chica de fácil distracción, podía no enterarse de nada a su alrededor si algo llamaba su atención, se perdía en sus pensamientos como una niña vagando de objeto en objeto, saciando su curiosidad con infinidad de preguntas que ella misma alimentaba con respuestas.

Guardaba en sus ojos un brillo lleno de asombro que no se apagaba con nada, tan encantador.... tan noble. La chica tenía una obsesión con conocerlo todo, y en los últimos meses su "todo" se había vuelto nada más y nada menos que Desmond Huggle.

Haden no podía evitar sentirse mal por ello; no merecía ser su todo, no merecía sus besos ni sus abrazos, ni su curiosidad, ni ninguna de sus muchas conspiraciones. No merecía ser nada, porque de la misma manera en que ella lo conocía por completo, él no tenía ni idea de lo que esa chica había vivido los últimos siete años de su vida.

Sus padres habían sido muy claros con él, ni una palabra del tema hasta que fuese ella quien se lo confiase, pero... ¡Cómo pretendían que él no dijera nada! ¿Cómo hacerlo con tantas preguntas en su mente? ¿Cómo cuándo lo único que hacía Hanna era llamarlo las veinte cuatro horas del día?

Llevaba ya una semana debatiéndose y eligiendo premeditadamente cada una de sus acciones, con temor a perder el control de su boca y soltar lo que se le había negado decir. Conteniendo el impulso de sus dedos por llamarla.

A diferencia de Hanna, él no tenía idea de que era la felicidad, jamás había experimentado la alegría pura que esa mujer desprendía en cada movimiento de su cuerpo, pero si de algo estaba seguro era que, si Hanna Crawford era sinónimo de "alegría", el necesitaba a como diese lugar tenerla en su vida.

El sonido de tu alma (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora