Capítulo 14: Abrázame toda la noche.

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Desmond la había invitado a una fiesta elegante, con socios y amigos, seguramente muy conocidos de su padre

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Desmond la había invitado a una fiesta elegante, con socios y amigos, seguramente muy conocidos de su padre. Con Cristóbal como primer postulante lo mínimo que debían hacer era disimular, pero cada día les resultaba más difícil no verse a escondidas, y una fiesta no podía significar algo más ¿o sí?

Cuando le dijo a su madre, ella tenía entre sus manos una taza de té y una edición especial del estelar de esa mañana. ¿Sería fácil convencerla?

Esperaba tomarla desprevenida, pero su madre nunca lo estaba. Anticipaba sus preguntas con solo mirarla y esa no fue la excepción. La señora Margaret era una gran observadora y Desmond Huggle había pasado tantas veces frente a ella; imposible que no hubiese creado a su juicio una idea del joven.

Para su madre; Desmond Huggle no era más que el hermano mayor de Cristóbal, un rígido hombre callado, el lacayo del señor Huggle. Varias veces lo había visto en las reuniones sociales en el club; nunca tomaba suficiente atención a sus amigos, si podía les volteaba la mirada a los camareros y jamás lo había visto saludar a nadie que lo hiciese primero. Si bien su madre no era el ser más sociable del mundo, educada sí que era. Ese hombre no tenía ni una pizca de amabilidad en su cuerpo.

Por esa razón en primera se lo negó. ¿Qué pasaría si lo vieran con él? y ... ¿si se prestaba a malas interpretaciones? No, su hija no podía dejarse ver con él, al menos no solos. Su madre estaba tan obsesionada con el joven de 19 años que casi le fue imposible convencerla, era un muy buen pretendiente, el mejor que habían visto. Perderlo sería catastrófico.

Muchas veces le había dicho lo buen hermano que era Desmond, lo muy buen negociante e inteligente que parecía. Había anunciado y destacado cada acción que decían los periódicos sobre él, sobre lo que estaba haciendo con su empresa y cómo de guapo lo ponían. Sin embargo, su madre siempre pensaba lo mismo.

Si Desmond no halagaba un cucharón, Cristóbal lo hacía 10 veces. Si Desmond no prestaba las atenciones correspondientes, Cristóbal estaba al tanto de todas. Si Desmond no se ofrecía como anfitrión, Cristóbal ya estaba manos a la obra.

Hanna fue más astuta, después de que mencionó su bien intencionada invitación, que se encontraría con personas importantes del medio y que finalmente podría beneficiar a su padre. A su madre no le quedó más remedio que aceptar.

Era una buena oportunidad.

Después de la escuela, Desmond le había insistido tanto en ir a comer juntos que no le dio tiempo a escaparse para comprar. Se había vuelto algo común; invitaciones clandestinas a comer, a cenar, a acomodar las viejas cortinas de la abuela en la casa de su madre mientras se daban besos tímidos, a juzgar a los viejos canosos que visitaban a su padre por la tarde, a adivinar cuántos minutos podían aguantar mirándose a los ojos, a perderse el uno en el otro con la música de fondo y una copa en cada mano.

Desmond era tan prejuicioso y enigmático al mismo tiempo que a Hanna le resultó imposible seleccionar un vestido para esa noche. ¿El color importaba? Sabía que no podían llamar la atención...pero ¿Cuál le gustaría? Entre sus cosas pudo rescatar un lindo vestido negro, entallado, de tirantes con una hermosa abertura en la rodilla. Indecisa, posó frente al espejo dándose una repasada, ¿era el indicado? ¿Por qué importaba tanto un vestido?

El sonido de tu alma (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora