A primera hora del día Hanna tomó una ducha, observó las marcas rojas en su cuello y no pudo evitar renegar ante sus decisiones. ¡Qué vergüenza! una tarde le había costado ceder, ¡una! Arrugó la nariz y liberó a su mente de la culpa.
Observó el desorden a su paso, debería acomodar todo antes de acudir a su reunión con el nieto del señor Cesáreo, también tenía que arreglar la maraña de emociones que estaba volviéndola impulsiva.
Se rehusaba a llamar a un psicólogo, ya había ido a uno antes: los primeros meses desde su operación acudía a una señora, la señora Morgan. Una mujer adulta con aires de adolescente que lo único que hacía era fomentar las conductas liberales para el alma y para el cuerpo. El lugar era al aire libre, había una banca de yeso, en la que siempre le tomaban la consulta, las yerbas solían salirse de las grietas del respaldo estorbando al recostarse. Solía decirle que era parte de la experiencia, sentir el aire recorriendo su rostro; su cuerpo conviviendo con la naturaleza, dejándose invadir por ella, sintiéndose uno más.
La mujer tenía sus aciertos, creía que había una verdad que cubría a todos los seres humanos, el mundo y los elementos naturales: había que devolver de una u otra forma lo que tomabas de otros; que tuviera un ideal tan fuerte al que se sostenía sin importar nada a Hanna le parecía algo de gran valor. Su "filosofía" la obligaba a dedicarse de lleno a retribuir a la naturaleza todo lo que le habían quitado años de humanidad. Plantaba tres flores por cada rosa cortada, sembraba dos frutos por cada manzana cosechada y solo consumía lo que ella misma había visto crecer.
Su vestimenta era tan característica, muy difícil olvidarla con los años: usaba pañuelos coloridos en su cabeza: con flores, con rayas, con líneas y puntos cruzándose entre sí formando figuras extrañas, dependía de su estado de ánimo. Lo más normal era verla feliz, todo ese mundo hippie le funcionaba, pocas veces la había visto vulnerable y solo sucedía a final de temporada cuando las flores de primavera se marchitaban; Morgan acostumbraba ponerse pulseras con atrapa sueños, pantalones holgados con flores y blusas blancas que representaban "la pureza de su alma".
Llevaba una vida "austera", su madre creía que ella podría ayudarla espiritualmente a aceptar la situación, imaginaba que esa señora se volvería la guía que ella no estaba lista para ser, pero ¿una señora espiritista era lo mejor? No lo era.
Después de unas semanas de conocerla solo había aprendido una cosa, esa mujer se había pasado la vida reconfortando a los árboles y a las plantas, sin compañía, sola ¿Qué sabía ella de como la veían en la escuela? ¿ Qué sabía ella de lo difícil que sería verse al espejo con una horrenda cicatriz que no podría borrar? ¿Qué sabía? Su vida era buena en comparación con la de ella, su padre no la ocultaba, su madre no se desvelaba todas las noches pensando en su bienestar, sus amigos no se habían sentido tan apenados de su situación que se habían apartado por temor a decir algo malo. Ella no sabía nada, excepto cuidar plantas... pero ¿Qué sabía de cuidar de una joven con el corazón roto? Nada sabía
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El sonido de tu alma (EN EDICIÓN)
RomanceTras la reciente ruptura, Haden Desmond Huggle y Hanna Crawford experimentan el amargo sabor de la separación. Hanna es una mujer veinteañera que ha lidiado con insuficiencia cardiaca desde los 15 años; un marcapasos aguarda en su pecho controlando...