Capítulo 11:

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Un mes...un mes había pasado. Lo necesario para que Haden olvidará la combinación de su apartamento: 1235588... ¿era así?, 48855123...88554321... No lograba recordar el orden de los números. Sumado a ese gran lío en su cabeza; el tiempo en la oficina iba recortando se al igual que sus posibilidades de quedarse con el puesto o ser reemplazado.

El proyecto final, con el que había convencido a los accionistas para que confiaran en él, estaba a nada y coma de expirar su plazo. Quedaba tan poco tiempo para cumplirlo, tan poco para que se definiese. Con tantas horas de esmero y papelería infinita de técnicas que había planeado...lo menos que esperaba era poder quedarse. En él, había diseñado y creado cada estrategia para mejorar el desastre que dejó su padre, para arreglar las dudas que habían sembrado los fraudes y los desvíos de dinero injustificado.

Llevado por su orgullo había prometido que justo en un año, la compañía estaría estrenando nuevas instalaciones: un edificio con el doble de pisos que el actual, con personal más calificado, una cafetería presidencial y una bella oficina para cada accionista que lo desease. Algo demasiado avaricioso que dejó a todos en hito de asombro. Muy arriesgado, lo suficientemente grande como para apantallar a toda la mesa y obligarlos a aceptar.

Las horas en su celular pasaban lento, los documentos en su escritorio invadían el habitual espacio que ocupaba su computadora; lo que leía en el periódico cada vez le resultaba más inquietante, algunos edificios cerraban otros abrían ¿Cuál sería su situación en unas semanas?, lo que veía en la tv le parecía monótono.

Su antiguo modo de vivir, su día a día estaba allanando su cotidianidad sin pedir permiso, pensar en Hanna había pasado a segundo plano atormentándolo por las noches.

Hanna no era una chica difícil de olvidar, curiosamente siempre iba de prisa, tan disparatada y desarreglada como ellos cuando solían amanecer juntos. Una de esas personas que no podía guardarse sus pensamientos. Por nada se hubiera alentado a fijarse en esa chica de no ser porque en uno de sus días la vio pasar con esa pinta de ser correteada y para nada se habría dado una oportunidad a conocerla de no ser por su padre. Tan común. Tan suya.

Haden tecleaba incesantemente en su computador las últimas formulas en Excel para el presupuesto que presentaría ante la junta directiva, el definitivo, sin correcciones.

Anotaba en sus informes los contactos a los que había recurrido, entre ellos el padre de Hanna y el señor don Cesáreo Fuentes, la persona que estaría a cargo de la construcción, los diseñadores, los planos que había moldeado con ayuda de su arquitecto por excelencia, los terrenos seleccionados, los materiales. Sabía que era un trabajo que podía delegar a alguien más, pero no conforme con dejarle esa tarea a otra persona; se dedicó la mayoría del día en perfeccionar cada parte para no dejar lugar a duda.

Así que, cuando volvió de la oficina hacia su hogar, agotado de la excesiva labor al que se sometió, con 4 tazas de café cargado encima y nada de ánimo, noto que su puerta no se destrababa.

El sonido de tu alma (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora